Nos recogen y nos vuelven a recoger
La etimología de rescate arranca de recaptare, recoger. Y desde luego es pasmosa la facilidad con que, a las horas de recogernos, nos vuelven a coger en renuncio, después del esfuerzo que, esta vez sí, las instituciones europeas han desplegado para resolver nuestros problemas. Esto comienza a parecerse a 1984, la novela de George Orwell.
En los últimos tres meses se han multiplicado las declaraciones de miembros del Gobierno (presidente, vicepresidente, ministros de Economía y Hacienda) señalando que no "haría falta" la ayuda europea, que España no la pediría, y que teníamos capacidad de resolver, con nuestros dos decretos leyes, los problemas del sistema financiero español.
A los pocos minutos de que los ministros de la Eurozona decidieran conceder al Gobierno una línea de crédito para que las cajas y bancos afectados por la burbuja inmobiliaria tuvieran el tiempo necesario para asimilar sus pérdidas, los portavoces gubernamentales desarrollaron toda una estrategia para convencer a la opinión pública de que "Esto no es un rescate", "No lo hemos pedido, lo hemos exigido y se ha conseguido gracias a la brillante gestión del Gobierno", "Va a concederse un préstamo de 100.000 millones de euros sin condición ninguna. No va a afectar a la deuda, al déficit, ni a los ciudadanos", "Esto, que no es un rescate y que no hemos pedido, debimos solicitarlo hace tres años".
Lo acabaremos pagando todos
Así las cosas, la euforia del rescate dura escasamente dos horas de la mañana del lunes, y la prensa internacional está pasando de la ironía al sarcasmo.
El rescate es una mala opción, pero mucho mejor que todas las restantes, y el Gobierno debería reconocer que simplemente es el mal menor, y advertir a los ciudadanos de sus riesgos. Si la actividad económica no repunta o las entidades financieras son incapaces de resolver con esta ayuda sus problemas, la factura acabaremos pagándola todos los ciudadanos, con años de crecimiento, nivel de vida, déficit, deuda y todo lo que pueda ocurrirse al más pesimista.
¿Qué debería haber hecho el Gobierno? Explicar todo esto, comprometerse con nuevas medidas que garanticen que, en coherencia con la nueva situación, las alegrías en los ingresos presupuestarios y los disimulos en los gastos van a subsanarse, llegar a un acuerdo político para reformar los estatutos de autonomía e impedir que el cruce de competencias entre Banco de España y comunidades haga imposible actuar en nuevas situaciones? y señalar qué medidas va a adoptar para posibilitar que las entidades financieras rescatadas provoquen en sus ámbitos funcionales y geográficos de influencia los menores costes económicos y sociales. Si hubieran lanzado estos mensajes, y hubieran dado garantías a los socios europeos de que íbamos a aprovechar esta nueva oportunidad, probablemente la reacción dentro y fuera de España estuviera menos guiada por la sensación, que empieza a extenderse por el mundo, de que una mezcla confusa de hidalguía vacía y orgullo necio nos impide reconocer la realidad.
Y, por favor, olvidemos ya todos el mantra de que esto va a permitir que el crédito fluya a familias y empresas. El préstamo impondrá condiciones de prioridad a sus pagos y a las garantías, y en estas condiciones, bastante efecto positivo tendrá restaurar mínimamente la solvencia de entidades amenazadas por la desconfianza. Pero el crédito no va a evolucionar milagrosamente y, cuantas más veces digamos lo contrario, generaremos más desconfianza en los mercados y más crispación social en los que se sientan engañados.
Ahora, nuestra obsesión por señalar que no hay condiciones ni vigilancias, que ha provocado ya los primeros alistamientos en la cola de los préstamos, obligará a las instituciones europeas a extremar ambas. Como además hemos producido un servicio inestimable a nuestros intereses desvalorizando al Banco de España, las razones para esta supervisión las ofrecemos en las declaraciones de los portavoces del PP.
Pero el Gobierno ha decidido articular sus mensajes, en el tiempo que dejan libre los partidos de la Selección, con apoyo en un doble fundamento: atribuirse medallas y repartir culpabilidades. Lo segundo puede bastar a los incondicionales, pero en lo primero ya nos han calado, y por cada una que se coloca el presidente nos regalan a los demás otra, por si se nos pierde la primera.
Octavio Granado, exsecretario de Estado de la Seguridad Social.