Firmas

Quién es responsable de la tragedia griega



    Grecia sigue el camino de muchas otras economías emergentes atormentadas por la crisis durante los últimos 30 años. De hecho, como sostuve previamente este año, existen contundentes similitudes entre este otrora orgulloso miembro de la zona del euro y Argentina antes de su cese de pagos en 2001. Con una implosión igualmente traumática -económica, financiera, política y social- podemos esperar un acalorado debate sobre quién tiene la culpa de la creciente miseria que afrontan millones de griegos.

    Los sospechosos son cuatro, todos ellos involucrados en el espectacular auge que precedió a lo que desafortunadamente se convertiría en una caída aún más notable. Muchos culparán a los sucesivos gobiernos griegos, liderados por los que eran los dos partidos políticos dominantes: Nueva Democracia a la derecha y Pasok a la izquierda. Deseosos de llevar a su país a la prosperidad a fuerza de créditos, acumularon enormes deudas mientras presidían una dramática pérdida de competitividad y, con ella, de crecimiento potencial.

    Algunos incluso pretendieron ser extremadamente ahorrativos con la verdad, al no divulgar la verdadera dimensión de sus errores presupuestarios y de su endeudamiento. Con un nivel de deuda excesivo después de unirse al euro, Nueva Democracia y Pasok desilusionaron a sus ciudadanos cuando fueron necesarios ajustes y reformas tras la crisis financiera mundial de 2008. La fase inicial de negación fue seguida por compromisos que no podían ser cumplidos (hubo quienes sostuvieron que no debían ser cumplidos, debido a los errores en el diseño del programa). La erosión resultante en la situación internacional amplificó las penurias que los griegos comenzaban a sentir.

    Un momento, les oigo decir. Por cada deuda incurrida, debe haber un crédito equivalente. Tienen razón. Los prestamistas privados griegos estaban felices de invertir en el país dinero a raudales, para luego eludir sus responsabilidades cuando la bonanza artificial ya no pudo sostenerse. Este exceso de crédito fue tal que en un momento redujo el diferencial en el rendimiento entre los bonos griegos y alemanes a unos meros seis puntos básicos, un nivel ridículamente bajo para dos países con diferencias tan fundamentales en términos de conducción económica y situación financiera. Los prestamistas con superávits de entusiasmo asumieron voluntariamente esta absurda prima de riesgo. Sin embargo, cuando se tornó patente que el peso de la deuda griega había sido empujado hasta niveles de insolvencia, los acreedores demoraron el momento de la verdad. Dieron largas al asunto cuando fue necesario un acuerdo crítico para compartir las responsabilidades de la deuda ordenadamente (esto es, la aceptación de un recorte sobre la deuda griega en poder del sector privado). Y, cuanto más se extendía esa actitud, mayor era la cantidad de dinero que abandonaba Grecia sin intenciones de retorno. Pero ni el Gobierno griego ni sus acreedores privados actuaron en el vacío. Ambos se resguardaron en la protección política provista por el esfuerzo de unificación europea: una iniciativa histórica orientada a garantizar el bienestar del continente a través de una mayor integración política y económica, sobre la base de reglas creíbles e instituciones eficaces.

    En ambas cuestiones -tanto reglas como instituciones- la zona del euro no estuvo a la altura de lo necesario. Recuerden, las grandes economías centrales (Francia y Alemania) fueron de los primeros miembros en romper las reglas presupuestarias establecidas cuando se lanzó el euro. Y las instituciones europeas carecieron de elementos de coerción a la hora de obligar al cumplimiento. Todo esto sirvió para sostener el mundo de fantasía en que tanto Grecia como sus acreedores vivieron durante demasiado tiempo. Europa tampoco reaccionó adecuadamente cuando fue obvio que Grecia comenzaba a tambalearse. Desde la UE no se pusieron de acuerdo sobre una evaluación común de los problemas del país, ni cooperaron para implementar una respuesta adecuada. Cuando a regañadientes metieron las manos en sus bolsillos para ayudar a Grecia, los motivos subyacentes resultaron demasiado miopes, y el enfoque sufrió fallas estratégicas y una coordinación desastrosa. Finalmente, tenemos al Fondo Monetario Internacional, la institución responsable de salvaguardar la estabilidad financiera mundial y actuar como asesor confiable de cada país. Parece que el FMI sucumbió demasiado fácilmente a las presiones políticas, tanto durante el boom como en la caída. La conveniencia política parece haber triunfado sobre la robustez analítica, socavando tanto el rol beneficioso directo del Fondo como su función en calidad de catalizador financiero y de políticas. Superficialmente, cada uno de los cuatro sospechosos puede justificar individualmente sus acciones para desviar el dedo acusador. Podrían incluso argumentar que, en el peor de los casos, fueron cómplices ignorantes. Pero eso no es realmente así. Ninguno de los cuatro puede negar que el colapso griego no hubiese tenido lugar si no se hubieran mostrado complacientes durante el auge ni hubiesen cumplido tan mal sus responsabilidades durante la caída. Se engañaron entre sí para mostrar una sensación de falsa prosperidad, para hacerse luego zancadillas durante la inevitable caída.

    Ahora, uno esperaría, los cuatro serán adecuadamente responsabilizados por sus accionistas e iniciarán una seria autoevaluación. Lo más probable es que terminen librándose con demasiada facilidad, si se compara con las verdaderas víctimas de esta tragedia histórica: los segmentos más vulnerables de la población griega, quienes estarán muchísimo peor, hoy y por muchos años, a medida que desaparezcan sus empleos, se evaporen los ahorros, y sus vidas sean destruidas. Y puede que no estén solos. Hay millones de personas en riesgo de experimentar daños colaterales, mientras se extiende el riesgo del contagio financiero a otros países europeos y a la economía global. En un mundo más justo, estos ciudadanos vulnerables tendrían derecho a recuperar los salarios, privilegios y bonificaciones que los cuatro responsables disfrutaron durante demasiado tiempo. En el mundo que tenemos, son una imperiosa lección para el futuro.

    Mohamed A. El-Erian, director ejecutivo y codirector de inversiones de PIMCO, y autor de Cuando los mercados chocan.