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Fabián Estapé: 'Caerse del guindo'



    Parece que aunque los líderes europeos se hayan reunido en cónclave, cumbre, concilio, o como se quiera llamar al evento (siendo conscientes de quién manejó los hilos del encuentro, para ser procedentes, más bien tendríamos que tildarlo de conciliábulo) y los Merkozy hayan proclamado a bombo y platillo que han dado con la piedra filosofal para afrontar la crisis que, cada vez con más intensidad, amenaza con desestabilizar el sistema financiero internacional (bien es verdad que con ciertas disensiones que han mancillado las avenencias), los que tienen que poner la pasta no dan crédito a sus palabras.

    Las principales voces del Fondo Monetario Internacional señalan, una vez más, que el rasgo más definitorio de la situación financiera es la falta de confianza en la deuda pública y la carencia de solidez del sistema financiero, y frente a esto, los jefes de Estado y de Gobierno europeos sólo han parido principios solemnes y vaguedades financieras (quizá por ello, Reino Unido, el cónyuge más euroescéptico, siempre dispuesto al divorcio de la UE, no dio el sí) que se plasmarán en un Nuevo Tratado para supuestamente lograr mayor integración económica.

    Sin embargo, permítanme que me sume a quienes no creen que este acuerdo resuelva la funesta coyuntura. Sobre todo teniendo en cuenta la magnitud del problema y que incluso las finanzas de los países menos tocados por los tétricos dedos de la crisis se están viendo intimidadas por el contagio. Francia e incluso Alemania han sido amenazadas por S&P con una rebaja de su calificación. Parece que de poco les ha valido mantener hasta ahora posturas proteccionistas y retrasar o poner mil y una trabas para apoyar a otros países más débiles.

    La espada de Damocles

    Sin embargo, lo que más nos aprieta en estos momentos en el zapato a los españoles no es el mal de muchos... sino nuestro propio quebranto y en quién se ha confiado para intentar paliarlo. El caso es que una férrea espada de Damocles de 16.500 millones pende, en teoría, sobre la cabeza del nuevo ministro de Economía, Luis de Guindos, quien debe, además, culminar la reestructuración del sistema financiero, restituir la confianza de España en los mercados, atraer inversores, apoyar la I+D+i, la reforma laboral, y el resto de lo prometido por Mariano Rajoy en el programa de Gobierno en materia económica. Ahora bien, siguiendo la máxima de dejarlo todo atado y bien atado (aunque ya existe precedente de que no resulta todo lo efectiva que debería y las aguas políticas terminan por desmandarse y correr libres) y ejerciendo de Rey Sol para iluminar el cielo cuajado de nubarrones que nos corona, el presidente del Gobierno se ha reservado para sí el ejercicio, de facto, de la vicepresidencia económica y ha colocado a sus incondicionales en posiciones de defensa, capitaneando los Ministerios de Industria, Hacienda y Empleo como si no se fiase plenamente de su fichaje, a pesar de haberse revelado como un profundo conocedor, y no precisamente desde la barrera, de las finanzas, la banca y los derroteros de la política económica (¿quizá porque le pilló en el cargo de asesor la quiebra de Lehman o porque no surgió de entre las filas del PP? Quién sabe... los pensamientos profundos de Rajoy son más insondables e intrincados que la costa gallega).

    Desde el punto de vista de este viejo economista, la espalda de Guindos, a priori y viendo su currículum, podría sobrellevar con éxito la tarea con la que se le ha cargado. Sin embargo, aunque rompamos una lanza en su favor, no deja de preocuparnos el resto del organigrama gubernamental que le rodea. Los recortes son necesarios, pero no son la única medida para reactivar la economía; son sólo un torniquete para que deje de sangrar la herida.

    ¡Ojalá, de una vez por todas, en 2012, nos caigamos del guindo!

    Fabián Estapé, economista.