Firmas

Lorenzo Bernaldo de Quirós: Contra los tecnócratas



    En las situaciones de crisis, cuando las fórmulas de la política convencional parecen no ofrecer soluciones a los problemas, siempre surgen dos tipos de propuestas: la constitución de Gobiernos de unidad nacional y/o la configuración de gabinetes tecnocráticos cuyos miembros no están condicionados por consideraciones de naturaleza partidista.

    La tecnocracia crea la imagen de que la administración de los asuntos públicos puede existir al margen de la política porque es, de hecho, una simple cuestión técnica. Este enfoque resulta atractivo cuando los Ejecutivos democráticos parecen incapaces de aplicar las medidas necesarias para superar situaciones como la planteada por la delicada posición económico-financiera de la vieja Europa y, además, tiene una especial atracción para las doctrinas que atacan la política a la que descalifican como un medio en virtud del cual los partidos anteponen sus intereses a los generales. Este planteamiento es erróneo y además tiene derivaciones peligrosas.

    De entrada, la tecnocracia es un tipo de ideología cuyo presupuesto central es que la gestión de la cosa pública puede ser siempre separada de la política y que, si se hace esto, los tecnócratas tienen la capacidad de hacerlo mejor que los políticos. De hecho, la intervención de éstos, guiada por una visión de corto plazo o ligada a consideraciones de cálculo electoral, impide desarrollar las actuaciones que los expertos consideran imprescindibles para, por ejemplo, asegurar la estabilidad y el crecimiento de la economía.

    En la práctica, esta filosofía supone asumir que el proceso tecnocrático de toma de decisiones es superior al democrático porque los técnicos sólo tienen en mente la eficiencia y los intereses permanentes del Estado frente a los partidos, cuyo móvil es maximizar votos para mantenerse en el poder. El caso de Italia, con el acceso al poder del gabinete tecnocrático de Mario Monti, es un claro ejemplo de esta tesis.

    Mismo ADN

    La idea de que los tecnócratas son una especie de espíritus angélicos cuya única guía de conducta es el interés público es insostenible. Los técnicos no poseen una naturaleza diferente a la del resto de los mortales, ni sus incentivos son distintos por el simple hecho de no ser políticos en el sentido tradicional del término.

    Ellos también maximizan su función de utilidad. Los partidos pretenden cosechar el mayor número de votos posible y los tecnócratas aumentar su poder, como enseña la teoría de la Elección Pública. La diferencia es que los primeros han de lograr ese objetivo a través de una dinámica competitiva, con las deficiencias que se quiera, y los segundos no.

    En cualquier caso, no existe motivo alguno para que el gobierno de los tecnócratas pueda arrogarse superioridad genética alguna sobre el de los políticos. El ADN de ambos es el mismo. La única diferencia es el marco institucional en el que desarrollan su actividad. De hecho, su supuesta imparcialidad es una ficción en tanto las decisiones, por ejemplo, de carácter económico nunca son neutrales. Siempre hay posibilidad de elegir, y ésa es una decisión cuyo componente ideológico es sustancial.

    Modelo social y económico

    Una cosa es decidir cómo se gestionan los recursos y otra muy distinta cómo se asignan. La gestión es, por definición, técnica; la asignación es, por esencia, política. Si se decide iniciar un proceso de consolidación presupuestaria cuyo objetivo es lograr en un período de tiempo determinado un déficit cero o un superávit de las cuentas públicas, los medios para conseguirlo y la combinación de ellos abre un amplio abanico de posibilidades.

    Es posible basar el ajuste sólo en la reducción del gasto público, en la subida de los impuestos o en una combinación de los dos. También hay que determinar los programas de gasto que hay que recortar, etc. Estas decisiones no tienen sólo ni principalmente un carácter técnico, sino que reflejan una visión del modelo social y económico que se desea configurar y, por definición, ello implica la existencia de una filosofía determinada. En este contexto, la tecnocracia enfrentada a opciones de actuación y no a la simple ejecución de las políticas tiene inexorablemente un sesgo ideológico. Un ejemplo ilustra esa afirmación.

    En la España franquista, los famosos tecnócratas no tenían una misma visión de cuál era el papel del Estado en la economía. La filosofía del Plan de Estabilización de Mariano Navarro Rubio y Alberto Ullastres no era la misma que la de los Planes de Desarrollo de Laureano López Rodó y Fabián Estapé. Una se apoyaba en la disciplina presupuestaria, en la liberalización de los mercados y en la apertura exterior; la otra se inspiraba en la planificación indicativa a la francesa. Los dos grupos eran tecnócratas y desarrollaron su actividad dentro del mismo régimen, pero no compartían la doctrina económica que subyacía a sus políticas, más liberal la de los autores de la estabilización y más dirigista la de los desarrollistas. Esto ilustra de una manera clara la ausencia de asepsia ideológica por parte de la tecnocracia.

    Funcionamiento democrático

    Por otra parte, la pretensión de un conocimiento superior de los asuntos públicos y de su gestión por parte de los tecnócratas constituye una manifestación de la "fatal arrogancia" formulada por Hayek. Es, en definitiva, la traslación a los tiempos modernos del espíritu del despotismo ilustrado y constituye un ataque frontal a la esencia de un sistema democrático en el que corresponde a los ciudadanos definir el orden de prioridades y los medios para alcanzarlas por parte de un Gobierno elegido por la mayoría.

    Sin duda, la revelación de las preferencias de la ciudadanía a través del proceso electoral es imperfecta, pero es un error y, de mayor medida, pensar que un grupo de expertos iluminados por la técnica tiene la capacidad de saber mejor que los ciudadanos cuáles son sus intereses y la manera de servirlos. Como decía Churchill, "la democracia es el peor sistema de gobierno, excluidos todos los demás".

    La crítica de la tecnocracia como sistema de gobierno es antigua. El recurso a los tecnócratas ha sido tradicionalmente un modo de descalificar la política y, en definitiva, la manifestación de ella que es la democracia. Esto no significa acusar a los tecnócratas de profesar un credo antidemocrático, sino poner de relieve que el denominado gobierno de los expertos no es a priori superior al de los políticos y que, en numerosas ocasiones, el recurso a él sólo sirve para desacreditar el normal funcionamiento de la democracia, esto es, la posibilidad de generar gobiernos capaces de resolver los problemas.

    Lorenzo Bernaldo de Quirós. Miembro del Consejo Editorial de elEconomista.