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Análisis: Los sindicatos pierden el tino y convocan otra huelga general



    Nada sorprendente resulta que, después de comprobar que la sociedad no respondió a su llamada a la huelga general contra la reforma laboral, los sindicatos convoquen nuevamente a la ciudadanía para protestar por una reforma que está en la lógica de las cosas y por una política económica que no tiene alternativa.

    Miles de personas volvieron a salir a la calle convocadas por CCOO y UGT para protestar contra la pretensión del Gobierno de elevar la edad de jubilación a 67 en la inminente reforma del sistema de pensiones que el Ejecutivo aprobará el próximo 28 de enero.

    Los líderes de CCOO y UGT, Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez, encabezaron la marcha de Madrid bajo la pancarta 'La movilización continúa. No a los 67 años'.

    Pero al concluir la marcha, el secretario general de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, colmó las expectativas de sus acaloradas (y exiguas) bases: anunció informalmente pero con toda claridad nada menos que una nueva huelga general para enero como medida de presión para parar los pies al Ejecutivo. Méndez no mostró sin embargo entusiasmo alguno por la iniciativa.

    El desconcierto ideológico de los convocantes de estas movilizaciones es tan estridente como comprensible: Las pancartas de algunos de los participantes dieron fe de ello al aludir directamente y en términos contradictorios a los políticos españoles con frases como 'Zapatero y Mariano, los perros del hortelano' o 'ZP, afiliate al PP' y también se dirigieron a los empresarios ('Tu botín, mi crisis'). Entre los participantes hubo visible presencia de representantes de IU, que portaron otra pancarta con el lema 'Luchamos por el empleo y una alternativa social a la crisis'. Más de lo mismo.

    En definitiva, diríase que las organizaciones obreras y la pequeña izquierda parlamentaria están proponiendo una especie de sospechosa tercera vía, o bien -y eso sería terrible- una solución al margen del sistema institucional porque es ocioso decir que en las actuales circunstancias, no existe más disyuntiva que la que representan Zapatero y Rajoy, sean éstos u otros los candidatos que finalmente concurran por los dos grandes partidos a las próximas elecciones generales. Para bien o para mal, han de ser PP y PSOE los que, abroncándose o consensuando, hagan el trabajo pendiente.

    El inefable Toxo, prendido en su habitual desconcierto entre lo deseable y lo posible, decía hace pocos días que su organización estaba perdiendo la paciencia por lo que, de seguir las cosas de igual modo, no tendría más remedio que exigir unas elecciones anticipadas. La amenaza es con toda evidencia incongruente y ni siquiera ha sido filtrada en el tamiz del sentido del ridículo. ¿O acaso alguien cree que el drama de este país, la sinuosa situación en que nos ha dejado la macabra combinación de la recesión global y el estallido de la burbuja autóctona, guarda alguna relación con la alternancia?

    Con esta miopía bien acreditada, nada sorprendente resulta que, después de comprobar que la sociedad no respondió a su llamada a la huelga general contra la reforma laboral, los sindicatos convoquen nuevamente a la ciudadanía para protestar por una reforma que está en la lógica de las cosas y por una política económica que no tiene alternativa (pocos pueden dudar que si el PP gobernase, haría cosas muy parecidas). Se puede y se debe, en fin, presionar sobre la clase política para que trabaje más activamente contra la crisis, pero es pintoresco y absurdo conminarla para que deje de hacer tal cosa.

    En el fondo, ese ruido sordo de los sindicatos al protestar por las brazadas que da el país para intentar no ahogarse en la crisis es una descripción sonora de las rémoras que han lastrado la modernización y han llenado de tópicos inservibles la historia. Lo que necesitamos hoy para salir de este atolladero de desempleo y depresión es audacia, energía e imaginación creadora, y no el anclaje en prejuicios antiguos que marcan las arrugas de nuestra decrepitud.