Europa
Blair pide perdón, Aznar no
Carmelo Encinas
Tony Blair ha pedido perdón. El ex premier británico compareció ante las cámaras de la CNN y se disculpó por "los errores de la guerra de Irak". Lo ha hecho con la misma naturalidad con la que te excusas con el vecino por el ruido que hicieron los invitados en tu fiesta de cumpleaños, o porque el perro se meó en su felpudo. Así de británico es el bueno de Tony; "perdón, he de reconocer que aquello no estuvo bien".
Siempre es de agradecer el oír a un político pedir perdón pero la actuación televisiva de míster Blair se me hace poca contrición para tanto mal causado. Porque aquella guerra que unilateralmente declararon dejó un rastro de muerte que los últimos balances cifran en casi un millón de victimas . Porque aquella guerra devastó un país, desestructuró su sociedad y convirtió Irak en un estado fallido. Porque aquella guerra, por la que doce años después se disculpa flemático el ex premier británico, robó el futuro de todo un pueblo y lo dejó abonado para el advenimiento y desarrollo de esa organización temible y abyecta que constituye el Estado Islámico y que ahora aterra al mundo.
De todo eso se disculpa Tony sin despeinar sus canas y mientras apura el té de las cinco. No lo hace tampoco de una forma rotunda, sus excusas van atipladas por su manifestado convencimiento de que, a pesar de todo "es mejor que Sadam Hussein no esté". Y lo que es peor, en su declaración habla de errores entendiendo por tales el presunto patinazo de los servicios secretos sobre la existencia de armas de destrucción masiva, supuesto con el que justificaron la invasión.
Los acontecimientos han demostrado que no hubo tal patinazo, y que todo fue una patraña urdida por la administración Bush para declarar la guerra a un país y poner la zarpa sobre sus recursos energéticos. Todo esto y más, que habrá de abochornar ante la historia a los actores de aquella farsa, es lo que lo que va a salir en el llamado 'informe Chilcot' encargado por Gordon Brown a un grupo de expertos hace seis años. Un informe que han retrasado cuanto han podido y cuya publicación se considera inminente. Así que las declaraciones del ex premier inglés son, a todas luces, una maniobra preventiva ante lo que se le viene encima.
Un bochorno al que presumiblemente no será ajeno el tercer y más grotesco de los protagonistas de aquella bufonada trágica que tuvo como escenario un islote de las Azores, el entonces presidente José María Aznar. El mismo que se puso por montera la oposición casi unánime del pueblo español a aquella guerra injusta. Un rechazo certificado por todas las encuestas de aquel entonces y que reflejaron incluso el desacuerdo del 80% de quienes militaban o habían votado al Partido Popular.
Ese Aznar, tan complaciente siempre con la jerarquía eclesiástica, no dudó en contrariar la condena explícita del Papa a la declaración de guerra. Ni al Papa, ni a sus propios electores ni a la calle que manifestó de forma masiva y clamorosa su rechazo a la invasión. Nada de eso le importó a Aznar, como tampoco le importó el romper la sintonía de criterio en la Unión Europea, en la propia OTAN y en las Naciones Unidas.
El presidente español se quedó solo en las Cortes defendiendo el ataque y la milonga de las armas de destrucción masiva. No le apoyaron ni los socios con quien solía entenderse a golpe de talón, Convergencia y Unió y Coalición Canaria.
Su sinrazón y su soberbia contra un país entero. Y todo porque según parece había conectado con George Bush Junior. Nuestro presidente se declaraba orgulloso de la relación que había establecido con el mandatario norteamericano más nefasto de la historia reciente de los Estados Unidos. Vendió su alma y la nuestra por unos abrazos y unas palmadas en el hombro del inquilino de la Casa Blanca. El grado de deslumbramiento y abducción llegó al ridículo cuando volvió a España hablando en mejicano como se expresan los Bush en castellano. Nunca me he sentido tan avergonzado del presidente de mi país.
De Aznar no espero como de Blair ni siquiera un simulacro de disculpas. Su arrogancia patológica se lo impide. El único castigo se lo infligió el padre de una de las víctimas de los atentados del 11M que segaron la vida a doscientas personas. Alguien que entendió que aquella guerra maldita había puesto a España en el objetivo del terrorismo islámico. "Señor Aznar- le espetó aquel padre en el silencio intenso de los funerales de Estado en la Catedral de la Almudena- le hago personalmente responsable de la muerte de mi hijo". Solo con la sospecha de que así fuera a mí me costaría vivir.