En Alemania, uno de los temas en los que se centra hasta el momento el año electoral está siendo la cuestión del salario mínimo. Mientras los partidos de la oposición reclaman una cantidad fija para todo el país de manera urgente, tanto los democristianos de Angela Merkel como sus socios liberales se contentan con una medida que contemple cantidades diferentes según la región y el sector económico. Varios escándalos hunden en las encuestas a los conservadores de Angela MerkelLa reclamación de la izquierda no aparece casualmente. Cuando se cumplen diez años de la puesta en marcha de las medidas del Gobierno de Schröder, que se proponían adelgazar el Estado de Bienestar alemán en lo que se llamó agenda 2010, algunos opinan que la situación actual del mercado laboral germano dista mucho de lo ideal, por su regulación o la falta de ella. Clases contractuales A pesar de los buenos datos de ocupación -Alemania cuenta con una tasa de desempleo del 7 por ciento- son muchos los que piensan que detrás de estas buenas cifras se esconde otra realidad, la de los trabajos precarios -de ahí la reclamación del salario mínimo- y la de la separación cada vez más grande entre los trabajadores cualificados y los que no lo están. En este sentido, el director del Instituto de Sociología en la Universidad Friedrich-Schiller de Jena, Christoph Köhler, publicaba la semana pasada un artículo en la cadena alemana Deutsche Welle alertando de la fractura social de tal separación, que él atribuye a la desregulación del mercado laboral. El experto habla de dos tipos de trabajos, el primario, que englobaría los puestos de trabajo altamente cualificados, y el secundario, de sueldos bajos y contratos sin garantías. Según su argumentación, si no se opta por una nueva regulación del mercado laboral alemán, las diferencias entre ambos serán cada vez mayores, puesto que los puestos de trabajo del sector primario tienen por delante buenas perspectivas -básicamente a causa de la retirada paulatina de una generación numerosa en los puestos de responsabilidad- mientras que el sector secundario lejos de mejorar se enquista a pesar de la mejora generalizada del desempleo. Köhler atribuye este enquistamiento en parte a un sistema formativo que arroja al mercado laboral muchos más jóvenes poco o nada formados de los que este puede absorber. Con un excedente de trabajadores no cualificados, los puestos que haya no subirán nunca su remuneración si no es por imperativo legal. Igualmente, el experto alemán alerta de los riesgos sociales y sanitarios de una solidificada clase social al borde de la pobreza -que sitúa actualmente unos 11 millones de alemanes- por lo que aboga por una re-regulación del mercado laboral, que llevada a cabo de forma paulatina, puede minimizar el riesgo de un aumento del paro. En la misma línea se mueven los últimos datos de la Oficina Federal de Estadística publicados por el periódico alemán Süddeutsche Zeitung, sobre los puestos de trabajo de más bajo rango, o sea, más precarios. Según estas cifras, ha aumentado notablemente el número de familias que, a pesar de trabajar sus miembros a jornada parcial o completa, necesitan ayudas sociales para conseguir el mínimo necesario para vivir. Muchas veces son sueldos brutos superiores a los 800 euros, pero de los que hay que descontar la aportación al seguro médico y gastos como la vivienda o la comida. En concreto, desde 2009 aumentaron, según el rotativo, en 20.000 los hogares que necesitaron completar sus salarios con ayudas sociales, llegando a 323.000 en 2012. Y es que la flexibilización del mercado laboral a principios de los años 2000 dio lugar a nuevos tipos de contratos como los famosos minijobs; trabajos a tiempo parcial y con un salario máximo de 400 euros, exentos de contribución a la seguridad social por parte del empresario. La situación ha derivado, sin embargo, en que muchos de los trabajadores que acceden a este tipo de trabajo lo convierten en su única fuente de ingresos, por lo que tienen que terminar accediendo a la protección social. Casi la mitad de los empleados que necesitaban ayudas sociales para completar su sueldo tenían, en 2012, un minijob, según el Süddeutsche Zeitung. No deja de ser curioso que precisamente Alemania, que receta sin complejos flexibilización del mercado laboral al sur de Europa, esté cuestionando precisamente las consecuencias de la flexibilización que ella misma llevó a cabo hace años. De hecho, ante la presión de oposición y sindicatos, Merkel ha tenido ya que incorporar en su programa electoral la implantación de un sucedáneo de salario mínimo, en este caso por sectores y regiones. Incluso Europa, aunque por otras razones, pide a Alemania que aumente sus salarios, lo que contribuiría a rebajar la competitividad de la primera economía europea y a aumentar la demanda de sus ciudadanos de productos del sur, aunque todavía no haya logrado una reacción por parte de la canciller.