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Las elecciones presidenciales en Argentina marcan el año más difícil desde la crisis de 2001

  • La caída de la producción y la supresión de aranceles abocan a una contracción
  • Se espera que la economía de Argentina cederá un 1,2% este año
  • Por ello, en octubre los comicios podrían suponer la vuelta del kirchnerismo
Buenos Aires. <i>Foto: iStock</i>.

Ezequiel Orlando

El presidente argentino, Mauricio Macri, se cansó de repetir que "lo peor ya pasó", para que luego el organismo estadístico oficial o el mercado lo desmientan. Por eso viró hacia el "veníamos bien, pero pasaron cosas". En medio de una profunda recesión y una incesante inflación, el Gobierno debió acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI) para asegurar cierta estabilidad, y aun así los indicadores juegan en contra. Este año pasará como el peor económicamente desde la crisis de 2001, con la diferencia de que las elecciones podrán definir una mejora o continuidad de la estanflación.

La economía se encuentra en declive y este año cerrará con una caída del 1,2%, de acuerdo al relevamiento de expectativas del mercado que releva el Banco Central (BCRA). Se debe principalmente a la destrucción de la producción industrial, que usó en febrero sólo el 58 por ciento de su capacidad instalada, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec).

Esto se observa en los 19.882 despidos y suspensiones sufridos en el primer trimestre, un 41% más que en la misma etapa de 2018. El 77 por ciento de estos casos se dieron dentro del rubro fabril, mientras que el 21% estuvo explicado por el de servicios, de acuerdo con el Centro de Economía Política Argentina. Los 15.236 trabajadores expulsados por la industria en los tres primeros meses de 2019 superan ampliamente los 4.051 del idéntico período de 2018 y los 8.443 de 2017. El cierre de pymes se convirtió en una realidad cotidiana, al punto de que el gremio patronal Apyme lo cuantificó en que se destruyen 40 empresas por día.

El sector sufre la apertura de importaciones que decidió el presidente Macri cuando llegó a la Casa Rosada en diciembre de 2015. La falta de desarrollo de una industria nacional y la eliminación de aranceles y subsidios dieron lugar a una predecible destrucción de la actividad.

El modelo de la coalición gobernante Cambiemos se concentra en la agroexportación. Por eso, el jefe de Estado dio de baja las retenciones a la venta de granos al resto del mundo (con una merma gradual para la de la soja, la principal materia prima del país). Acto seguido, anuló la obligación de que las cerealeras ingresen las divisas que generan.

La balanza externa, de nuevo

En la historia de Argentina, la balanza externa fue el cuello de botella de todos los modelos económicos. La carencia de dólares golpeó y fuerte a Macri al no existir sustanciales llegadas de capitales externos a excepción de los provenientes del magnánimo endeudamiento estatal central, que en poco más de tres años equivalieron a 143.700 millones de euros. Sumadas las provincias y el sector privado, alcanzan los 167.528 millones, la cifra que calculó la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo.

Pero estos billetes que llegaron no demoraron en irse. En el mismo período se fueron del país 124.940 millones de euros netos, según el BCRA. La principal vía fue la fuga, que abarcó 59.793 millones. La velocidad estuvo influenciada por la desaparición de controles para los capitales golondrina -aquellos motivados por la inversión a corto plazo- y la anulación de topes para la compra de billetes extranjeros. Esto abrió una compuerta enorme, luego de cuatro años de un cepo cambiario impuesto por Cristina Fernández de Kirchner, antecesora de Macri.

La segunda mayor razón de la sangría de divisas fueron los viajes y el turismo en el exterior, que comprometieron 30.343 millones de euros en los tres primeros años de Cambiemos. El pago de intereses internacionales del Estado y privados involucró 28.560 millones, mientras que el giro de utilidades explicó 5.355 millones.

Por una devaluación galopante y el debilitamiento de las reservas, Macri anunció en mayo del año pasado un auxilio del FMI como solución. El colectivo social argentino mantiene latente el recuerdo de la responsabilidad del organismo multilateral de crédito en la megacrisis de 2001 (lo que fue reconocido luego por sus autoridades en aquella época). El crack implicó una pérdida del poder adquisitivo del peso argentino del 40% de un día para otro, despidos masivos, una inflación descontrolada, la caída en la pobreza de millones de personas y la aparición de cuasimonedas emitidas por las provincias, que no contaban con fondos para pagar sueldos ni a sus proveedores.

Una negativa de Wall Street de absorber más bonos, por la elevada exposición que ya habían acopiado fue el disparador del Gobierno para recurrir al prestamista de última instancia, con el que consiguió un crédito por 44.620 millones de euros, que debió ser ampliado a 50.866 millones, el mayor en la historia del ente internacional. Sin embargo, pese al arribo de las cuatro primeras transferencias, la caída del peso y la inflación no ceden.

El precio del euro se disparó para fines de abril de este año, un 99 por ciento interanual en el Banco Nación, en tanto que el dólar se elevó un 117%. Por su parte, los precios acumularon una subida del 47,6% en 2018, la más alta desde 1991, y la proyección de las consultoras que elabora el BCRA indica que al menos se ubicará en el 36% en 2019.

Tampoco aparenta optimista la situación laboral, dado que las estimaciones que difunde la autoridad monetaria apuntan a un crecimiento del paro hasta el 9,9%. La razón por la que quizás no alcance los dos dígitos radica en un incremento del subempleo (menos de 35 horas semanales). Mientras 2018 cerró con un desempleo del 9,1%, la subocupación registró un 12%, según el Indec. Para el exministro de Trabajo, Carlos Tomada, "estamos viendo un traslado del empleo formal al precario". Ante las elecciones presidenciales, esgrimió que "si este Gobierno sigue, se producirá un cambio estructural en el empleo en Argentina".

Las votaciones primarias de agosto y las generales de octubre definirán al partido que gobernará al país los siguientes cuatro años. Las potenciales candidaturas, aún no definidas, de Macri y de Fernández de Kirchner se disputan la cabeza en todas las encuestas.

Por un lado, la alianza de derecha Cambiemos solicita más tiempo para profundizar los cambios iniciados en 2015 que, prometen, redundarán en una disminución de la pobreza que, por ahora y según las cifras oficiales, aumentó al 32% y ya afecta a 14,3 millones de personas.

En tanto, el kirchnerismo de centroizquierda ofrece as los electores volver a un modelo de industrialización moderada con aranceles a las importaciones y a las exportaciones, además de regulaciones en la plaza cambiaria.

Macri: ¿segunda oportunidad?

La expectativa por una mejora socioeconómica lleva a muchos a darle una segunda oportunidad a Macri. Algunos sectores rechazan el retorno de la Administración anterior, a la que acusan de corrupta, ya que decenas de exfuncionarios enfrentan causas judiciales.

Desde el kirchnerismo objetan parcialidad de jueces y fiscales y denuncian un lawfare contra ellos, del mismo modo que en Brasil contra los exmandatarios Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff.

Cómo manejar la tutela del Fondo Monetario Internacional, la gigantesca deuda, el control de la salida de capitales, la pobreza y el desempleo son los divisores de agua entre ambos partidos. Argentina parece haber tocado fondo en 2019, con una estanflación inédita en 18 años, por lo que el rumbo que encare en diciembre podrá abrir nuevas oportunidades para la población y los inversores en caso de que se atiendan los problemas adecuadamente. La clave consiste en aprender de los errores.