A Zapatero le espera una legislatura difícil: estos son sus deberes económicos
El presidente del Gobierno tendrá que ingeniárselas para hacer frente a una más que previsible crisis económica y, al mismo tiempo, cumplir con el programa electoral que tan holgada victoria le dio el pasado domingo.
Una tarea complicada en un contexto marcado por el parón de la construcción -sector que hasta ahora ha sido el gran motor de la economía española-, con la inflación en máximos históricos, el endeudamiento de las familias por las nubes y con el mercado laboral dando señales de alarma (el paro ha aumentado en 250.000 personas en seis meses).
¿De qué recetas deberá echar mano el nuevo Gobierno para hacer frente a esta borrasca que amenaza la prosperidad alcanzada por España en los últimos años?
Más competitividad
Que trabaje más gente ymejor. Ésa ha de ser otra receta
queha de estar en el horizonte de los gobernantes a la hora de definir una política económica para tiempos difíciles.
Con el euro en máximos históricos respecto al dólar y con un diferencial de inflación de más de un 1,2 por ciento respecto a la UE, los productos españoles resultan poco atractivos para nuestros clientes extranjeros.
Por ello, es necesario curar de una vez por todas uno de los grandes males del mercado de trabajo español: la falta de productividad. España tiene que invertir su modelo, hasta ahora basado en la construcción, un sector que se nutre de mano de obra poco cualificada.
Y qué mejor forma de hacerlo que aprovechar los malos tiempos que se avecinan para el ladrillo para dar la vuelta a la tortilla: incidir en la formación de los trabajadores y acabar con el déficit de la aplicación de las nuevas tecnologías en diferentes campos de la economía, especialmente en la industria, y fomentar las inversiones en I+D+i.
En este sentido, el PSOE se ha fijado como reto colocar a España entre los diez países de la UE más avanzados en materia tecnológica de aquí a 2015.
Fomentar el ahorro
Si el endeudamiento familiar constituye hoy uno de los principales problemas de la economía española es, principalmente, por la ilusión de riqueza que proporcionó el desplome de los tipos de interés en los primeros años del siglo.
Con el dinero barato, el coste de oportunidad de embarcarse en inversiones de alto rango era menor y los españoles se lanzaron a comprar viviendas, el sueño que siempre tuvieron sus padres.
Los sucesivos gobiernos no hicieron gran cosa por contener una marea que debilitaba a largo plazo los cimientos de la economía, pero que, en la corta distancia, hizo rebosar de euros las arcas de las distintas administraciones públicas, desde el Estado hasta los ayuntamientos.
Para terminar de desincentivar el ahorro, el Ejecutivo de Zapatero utilizó su reforma fiscal para encarecer la tributación de las rentas de capital (ahorro financiero, al fin y al cabo), subiendo del 15 al 18 por ciento el tipo al que se pagan en el IRPF y eliminando las ventajas fiscales de que gozaban los planes de pensiones (ahorro previsión).
Recuperar el trato de favor de estos instrumentos de ahorro a largo plazo podría ser una buena estrategia para estimular la acumulación de riqueza antes que el gasto.
La única medida que se ha anunciado en este sentido es la devolución de 400 euros para todos los contribuyentes del Impuesto sobre la Renta, una iniciativa que parece ir más en la línea de reactivar el consumo doméstico que en la de impulsar el ahorro.
Esta lectura también es válida para el sector público. La moderación del empleo, la subida del paro y la inminente presión demográfica aconsejan una política de gasto social más conservadora.
Quizá no deba pasar por dejar de subir las pensiones, pero sí por calcular las mismas en función de toda la vida laboral o por jubilarse más tarde.
Liberalización de sectores
Hacer una tortilla o una ensalada es hoy mucho más caro que hace cuatro años.
Es cierto que, en buena medida, esto sucede porque la prosperidad de las grandes economías asiáticas ha disparado la demanda de alimentos frescos y, por tanto, su precio.
Pero también porque, en no pocas ocasiones, la subida de precios que se produce entre el producto en origen y su comercialización no se atiene a ninguna lógica (llega a ser hasta del 300 por ciento).
La concentración de la distribución de alimentos en unos pocos intermediarios puede estar detrás de este fenómeno, que se resolvería con una receta sencilla: más competencia.
Algo similar sucede con los precios de la gasolina. España tiene uno de los precios de combustible más baratos de la UE por la escasa carga fiscal del mismo, pero, aún así, hay pactos de precios entre los distribuidores. Competencia ya ha denunciado alguno.
La apertura a nuevos competidores del mercado de la telefonía, de los medios de transporte o la supresión de restricciones de horario en el sector comercial serviría para reducir los precios.