España

Remover las brasas: Decenas de miles de manifestantes en apoyo a Garzón



    Ayer, sábado, decenas de miles de personas, visiblemente airadas, movidas probablemente por reflejos de distinto origen, se manifestaron en las calles de Madrid y otras ciudades para protestar contra el detonante de su irritación: el encausamiento del juez Garzón por su investigación de los crímenes del franquismo, instada por grupos de ciudadanos empeñados en enterrar dignamente a sus muertos, a estas miles de víctimas de la guerra civil que todavía yacen en las cunetas de los caminos.

    Las manifestaciones -cuentan las crónicas- desembocaron en un homenaje a las víctimas del franquismo, y bajo las expansiones callejeras pudo entreverse un desazonante fermento que conviene abordar para evitar males mayores. En efecto, ha sido evidente que los congregados expresaban indignación por el hecho de que, más de treinta años después de la Amnistía de 1977 y de la ulterior y costosa Transición, los herederos de la dictadura se alcen contra quienes reclaman a sus deudos enterrados en fosas comunes y abren el debate, más histórico que político o jurídico, sobre si el franquismo podría ser o no enmarcado en el concepto de genocidio.

    No deberíamos seguir un minuto más por ese camino. Porque lo cierto es que, como algunas plumas sensatas están poniendo de manifiesto, en aquella horrenda guerra civil las responsabilidades y las culpas estuvieron muy repartidas y, con independencia de las actitudes ideológicas, el fusilamiento sumario, la exterminación del adversario y el crimen indiscriminado estuvieron en ambos bandos. Lo que significa que la superación del conflicto no podría pasar jamás por la exigencia tardía de responsabilidades a los vencedores sino -como se hizo- por la generosa renuncia a la vindicación y al desquite. Se equivocarán, pues, quienes tengan ahora la pretensión absurda de reconsiderar la Transición, de revisar la Amnistía o de enmendar la plana a la generación que, con una generosidad sin precedentes, cerró voluntariamente un capítulo siniestro de nuestra historia con la decisión de mirar exclusivamente al futuro.

    Polémica decisión de los tribunales

    Es evidente -y no se puede silenciar- que el detonante de esta extemporánea eclosión indignada proviene de la polémica actitud de los tribunales al admitir una querella contra Garzón planteada por los epígonos del franquismo. El argumento de que el proceso abierto es meramente jurídico, sin flecos ideológicos, es absurdo porque ni la Justicia es un concepto ajeno a la realidad social, ni el estamento judicial está integrado por extraterrestres o por ángeles. Es posible, incluso probable, que Garzón no acertara al abrir su causa general para facilitar la exhumaciones pero era previsible que la respuesta de la Justicia canónica, abriéndole proceso a instancias de Falange Española ?nada menos-, sublevaría a sectores importantes de la colectividad y reabriría heridas a medio cicatrizar. La reacción que había de producirse era inevitable, como lo era asimismo la perplejidad airada que destilaría la comunidad internacional, al asistir al espectáculo desde fuera.

    El hecho de que el encausamiento de Garzón sea en realidad el desbordamiento de una gran hostilidad de la cúpula judicial generada por la conducta del juez a lo largo de toda su carrera no atenúa, obviamente, la respuesta objetiva de una sociedad que no entiende lo que ocurre. Porque el concepto mismo de reconciliación, que ha regido durante estas tres décadas, se desmorona si una de las partes o las dos se empeñan en reavivar el conflicto y en cargarse de razón frente a la otra.

    La respuesta social a estos hechos no es, como alguno dice, un ataque al Supremo o al Poder Judicial: es un grito contra lo que algunos consideran una amenaza al pacto de la Transición. Un pacto de superación del odio, de racionalización del viejo conflicto, de renuncia a remover las brasas. Porque si se atizan los rescoldos, puede reavivarse la hoguera. De ahí que lo sensato, en esta hora, sería apaciguar los ánimos arrojando agua lenitiva sobre un proceso que tiene en realidad escasa enjundia jurídica y sí una gran carga de emotividad.