Empresas y finanzas

Cuando las azafatas de Iberia eran marquesas.



    Lola García Paz

    Madrid, 21 sep (EFECOM).- El 22 de septiembre de 1946, hace 60 años, Iberia cruzó por primera vez el Atlántico en un interminable vuelo de 36 horas con varias escalas, la primera de ellas en Villa Cisneros, en el Sahara Occidental, donde se construyó un Parador para que los clientes de la compañía pudiesen pernoctar.

    Desde luego, eran otros tiempos. Las azafatas, que por entonces todavía no estaban bautizadas bajo esa denominación, estrenaron su título en este primer vuelo ya que hasta 1946 no existía la figura tal y como la conocemos hoy en día.

    Se barajaron varias posibilidades, aeroviarias, aeromozas, provisadoras, mayordomas y azafatas.

    Para empezar, todas eran "niñas bien". Quizá no hubiera tantas aristócratas entre ellas como se ha llegado a decir, pero el hecho es que el calificativo de "marquesa" se ha asociado más de una vez a la profesión.

    De hecho, es posible que se optara por el término de azafata para designar la nueva actividad como la cuarta acepción que aparece hoy en el diccionario de la Real Academia de la Lengua: "criada de la reina, a quien servía los vestidos y alhajas que se había de poner y los recogía cuando se los quitaba". O sea, marquesas.

    Las otras tres acepciones que aparecen hoy en el diccionario hacen referencia a la mujer que se encarga de atender a los pasajeros a bordo de un avión, tren, autocar o que ayudan a los participantes de congresos, entre otros servicios, nada que ver con el concepto laboral y glamuroso de entonces.

    Tan poco glamour le encuentran hoy a la encantadora palabra, que se ha sustituido por el tan descriptivo y poco romántico "tripulante de cabina de pasajeros" o "TCP".

    En aquel primer vuelo los pasajeros eran enchufados (de tal dama tal señor, valga el chascarrillo) y todos se vieron en la obligación de subir a una báscula antes de subir al avión. Había que pesarlo todo, el equipaje de mano, las maletas y al propio viajero, es decir, que en esto de volar siempre ha habido su trámite.

    Ahora nos quejamos por lo que hay que esperar en los aeropuertos, por las grandes medidas de seguridad, por la masificación que acarrea la democratización de los grandes viajes, pero entonces la situación no se quedaba muy atrás.

    A los viajeros de provincias que llegaban a Madrid para tomar el vuelo a América, la compañía les proporcionaba una noche en una pensión cercana al hotel Palace, o sea, cerca de la Plaza de Cánovas, donde se encontraba la sede de Iberia.

    Y por si fuera poco, todos los pasajeros tenían que preparar la documentación la víspera de su viaje y debían presentar el pasaporte y un certificado médico en las oficinas de la aerolínea para rellenar unos formularios que, posteriormente, se mostraban en los consulados correspondientes de cada escala.

    El grupo pionero en aquella ruta entre Madrid y Buenos Aires, además de los directivos de Iberia y Aviación Civil, estuvo compuesto por una comisión del Ministerio de Comercio y tres empleados administrativos que, suponemos, fueron a "currar" porque los altos cargos en un vuelo inaugural están para otras cosas.

    La tripulación estaba integrada por tres comandantes, un navegante, un mecánico, un radio segundo y cuatro azafatas que, cuando subían los pasajeros a la nave, repartían un folleto en cuya portada aparecían jóvenes españolas ataviadas con trajes regionales.

    En dicho folleto se aconsejaba "por galantería" no fumar en pipa o cigarro puro para evitar molestias a sus vecinos "y sobre todo, a sus vecinas".

    Además del folleto, los pasajeros recibían una cajita de cartón con pollo frito, tortilla española, huevos duros y un bombón. Para terminar, se servía, en taza de loza, Nescafé con agua de termo.

    El precio del trayecto era de 7.250 pesetas (unos 43 euros), una barbaridad para la época y, en los primeros vuelos, la ocupación fue del 90 por ciento. Todo un éxito.

    Además, cuentan que la puntualidad era proverbial y que en las aldeas y haciendas cercanas a los aeropuertos de destino los lugareños ponían sus relojes en hora al paso del avión de Iberia. Ya digo, otros tiempos. EFECOM

    lgp/prb