Empresas y finanzas

Con el estado a cuestas: el sistema público podría terminar controlando cada vez más negocios



    Robert Griffits llevaba esperando un momento así casi toda su carrera. El secretario general del partido comunista británico es un galés amable y parlanchín que no tiene previsto liderar a sus compañeros hacia Westminster en las próximas semanas, pero le resulta imposible ocultar un deje callado de satisfacción ante el reciente y dramático viraje del ciclo comercial.

    "No tenemos el don de predecir el colapso inminente del capitalismo", reconoce con un cómplice movimiento de cabeza. "Pero nuestro mensaje desde hace tiempo ha sido que éste es un sistema basado en la crisis y la inestabilidad, y estamos encontrando un público muy receptivo". Lo más probable es que Griffiths y sus seguidores sufran una decepción, porque el hundimiento del capitalismo se viene pronosticando desde que Karl Marx publicara su Manifiesto comunista. Pero se recupera una y otra vez.

    Evolución cíclica

    Después de lo que sucedió el año pasado, con el hundimiento de los bancos, una recesión salvaje y un crack en el comercio mundial, cuesta negar que el capitalismo sea propenso a sacudidas sísmicas ocasionales. La cuestión es: ¿son mortales esas sacudidas? ¿O representan, como creen muchos analistas, una escala entre un tipo de capitalismo y otro diferente?

    El último cuarto de siglo, desde el Big Bang que revolucionó la City, en 1986, hasta la ola de quiebras financieras internacionales, el año pasado, ha sido la era de los bancos de inversión (o i-bancos, como se llamaban desde dentro de los gigantes financieros). Fue un periodo de capitalismo turbocargado hacia las finanzas, en el que los mercados monetarios y las personas que trabajaban en ellos eran los actores dominantes. Desde los propios i-bancos, dirigidos por compañías americanas como Goldman Sachs, Merrill Lynch, JP Morgan y la ya difunta Lehman Brothers, hasta sus satélites en las casas de capital privado y fondos de cobertura, el sistema económico era esclavo del poder del dinero. Lo que valía era mover efectivo por el sistema, rebanarlo, picarlo y pasar activos de un porfolio a otro. Era un sistema que colocaba a los regimientos de graduados con un MBA en el asiento del conductor. Armados con una colección precisa de fórmulas matemáticas, creyeron que cualquier riesgo podía cuantificarse y comercializarse.

    Pero todo eso se hundirá con las quiebras del año pasado. Del mismo modo que los colapsos anteriores provocaron enormes cambios en la forma en que funciona el capitalismo, con éste pasará lo mismo. El capitalismo de los próximos 25 años no será más amable ni más suave, por mucho que lo digan los teóricos sentimentalistas de la gestión, sino mucho más duro y competitivo. Y tampoco será más verde, aunque eso sí, puede que emita menos carbono.

    También estará más regulado y el estado desempeñará un papel mucho más importante del que hemos visto jamás en Occidente. Y será mucho más parecido a Google que a General Motors. Es decir, descentralizado y en red, con miles de empresas pequeñas que cooperan en proyectos con muchos menos formalismos. El capitalismo de la era post-crisis de los créditos se parecerá bastante a los sistemas estatales oligárquicos, pero duramente competitivo y dinámico.

    Inventando el futuro

    Desde su despacho en el Silicon Valley californiano, John Hagel copreside el centro puntero de Deloitte. La ubicación es perfecta, porque en Silicon Valley llevan varias generaciones inventando el futuro. Pero a Hagel no le interesa tanto lo que se produce sino la manera en que las personas y las empresas lo producen. Destacado teórico de la gestión, le pagan por mirar hacia atrás y analizar cómo ésta y los negocios han cambiado en el siglo pasado, y predecir cómo pueden cambiar en los próximos 25 años.

    "La historia nos enseña que las crisis traen cambios en la práctica de la gestión", explica. "En la Gran Depresión hubo dos fuerzas -la tecnología y el recorte de beneficios- que se unieron. Al principio, los directivos se limitaron a agachar la cabeza e intentaron sobrevivir pero, pasado un tiempo, empezaron a darse cuenta de que tenían que hacer las cosas de otra manera y abrirse más a las nuevas posibilidades. A las empresas se les suele dar fatal cambiar la manera en que hacen las cosas, pero en una crisis económica no les queda otro remedio".

    Para hacernos una idea de hacia dónde va el capitalismo, hay que entender de dónde viene. Los últimos ochenta años se pueden dividir en dos fases. La Gran Depresión dio paso al hombre corporativo, y las crisis del petróleo e la inflación de los 70 crearon la era de los i-banqueros. Luego llegó la revolución política, liderada por Margaret Thatcher, en Gran Bretaña, y Ronald Reagan, en Estados Unidos. Una generación de políticos que se rebeló contra el corporativismo de la posguerra, fracturado y dominado por el estado, y que decidió encabezar el desenfreno del mercado.

    Pronto, los financieros estaban al mando. Los asaltantes corporativos de los ochenta tomaron las viejas multinacionales y las hicieron añicos. Con el tiempo, los mercados de bonos, las casas de capital privado y los fondos de cobertura llevaron la voz cantante, dictando la manera en que el dinero fluía por el sistema y quién ganaba los beneficios más generosos.

    Puede que Tom Wolfe estuviera ironizando cuando acuñó la expresión "maestros del universo" para describir a los i-banqueros en La hoguera de las vanidades, pero veinte años después, eso ya no es un chiste. En efecto, éstos se habían apoderado del mundo. Y así ha sido hasta que el sistema al completo se volvió tan complejo, salvaje, incontrolado e inestable que saltó por los aires.

    En la última década, si uno quería abrirse camino en la vida, la trayectoria era bastante clara: estudiar en la mejor escuela de negocios, conseguir un empleo en uno de los grandes i-bancos y, tal vez, pasar desde allí al capital privado o los fondos de cobertura, aunque siempre permaneciendo dentro del universo financiero.

    Una vuelta de tuerca

    Pero esto se acabó. Las viejas reglas ya no valen. Se podrá ganar dinero en los próximos 25 años, probablemente mucho porque el capitalismo se reinventará a sí mismo como lo ha hecho en el pasado, pero el dinero no se ganará de la misma manera. En la última década, nos hemos acostumbrado a la idea de que los banqueros son los reyes en la selva de los negocios, aunque ése, en realidad, es un fenómeno relativamente reciente. Thomas Philippon, profesor adjunto de la escuela de negocios Stern, de la Universidad de Nueva York, ha estudiado los salarios en la banca y las finanzas y los ha comparado con otras profesiones remontándose más de un siglo. En la mayoría de los años que analizó, la banca no pagaba considerablemente mejor que otras profesiones, como el derecho o la medicina.

    Pero Philippon encontró dos excepciones. Los sueldos de la banca mejoraron a mediados de los años veinte en el periodo previo a la Gran Depresión de 1929, y más tarde lo comenzaron a hacer de nuevo a partir de los ochenta, elevándose de forma continuada hasta 2006, año en que finaliza su estudio. Para entonces, los banqueros ganaban un 40% más de su media a largo plazo.

    Lo que se avecina no es ningún misterio. La banca está a punto de convertirse en un sector intensamente regulado, el capital privado deberá prescindir de la deuda de la que se alimentaba, y los fondos de cobertura sólo florecerán como satélites de los grandes bancos. Satélites que tienen tantas probabilidades de sobrevivir como Alemania del Este tras el hundimiento de la Unión Soviética.

    Escuelas de negocios

    Mientras tanto, la cultura de las escuelas de negocios que alimentó a los i-bancos parece igualmente desacreditada. Al fin y al cabo, los banqueros que reventaron el sistema tenían, todos ellos, una formación impecable. Andy Hornby, el consejero delegado que estampó de bruces contra el suelo al banco Halifax, fue el primero de su clase en la escuela de negocios de Harvard.

    Peter Wuffli, que dejó patas arriba UBS, se graduó en la escuela de negocios más prestigiosa de Suiza, la Universidad de Saint Gallen. Richard Fuld, que presidió el hundimiento de Lehman Brothers, tenía un MBA de la Universidad de Nueva York, y John Thain, al frente de Merrill Lynch, también venía procedente de Harvard.

    Fue algo más que una coincidencia. La teología reinante en las escuelas de negocios e i-bancos era que los negocios podían reducirse a un conjunto de fórmulas matemáticas perfectas, que pueden aprenderse en un libro y aplicarse en casi cualquier situación. De repente, esa teoría suena tan convincente como el comunismo en Berlín en 1989. Ha quedado expuesta como una peligrosa farsa.

    En realidad, la era de los i-banqueros ha llegado a su fin hecha trizas por la crisis de los créditos. Si los 50, 60 y 70 fueron la era de las multinacionales y el hombre corporativo, y los 80, 90 y 2000 de los i-banqueros, ¿qué nos deparará el próximo cuarto siglo? El capitalismo está a punto de cambiar de forma otra vez, de eso podemos estar seguros, pero, ¿a qué?.

    Un punto de inflexión

    El profesor de la Escuela de Negocios de Londres, Andrew Scott, ha estudiado cómo será la economía global cuando emerja de los escombros de la crisis de los créditos. Si una cosa tiene clara es que ha alcanzado un punto de inflexión.

    "El péndulo de la contrarrevolución conservadora que comenzó con Reagan y Thatcher ha llegado a su punto final", asegura. "La gente se ve afectada por la crisis, y entonces, el péndulo vuelve a oscilar. Los políticos van a sentirse mucho más cómodos interfiriendo en los mercados a partir de ahora".

    Predecir el futuro siempre es complicado, y más aún tratándose de un sistema tan fluido, imprevisible y volátil como la economía de mercado libre, pero de una cosa podemos estar seguros: el estado está a punto de convertirse en un actor mucho más dominante en la vida económica de lo que ha sido hasta ahora. Instituciones como la Organización Mundial del Trabajo o la Unión Europea están decididas a hacerlo, aunque también hay otras formas de proteger a la industria.

    En los años treinta, los gobiernos permitieron la formación de cárteles que llevaron a las asociaciones mercantiles a tomar el control de los sectores económicos. Se subvencionaron los negocios predilectos. "En los próximos años, el mundo será pro-empresa y no pro-mercado libre", vaticina Scott. "Será tolerante con los monopolios, por ejemplo, porque quiere estabilidad".

    Al igual que en los años 30, y más tarde en los 70, en la década de 2010 se unirán dos fuerzas. Los i-bancos han implosionado y, en respuesta a ello, el estado está a punto de asumir un papel mucho más predominante en la economía. Al mismo tiempo, son las economías emergentes las que están convirtiéndose en la fuerza imperante de los negocios globales.

    Un nuevo concepto

    Los países emergentes ya no exportan sólo ropa barata, electrónica y materias primas, sino también tecnología e ideas. Hagel, de Deloitte, apunta a China, un país que no se asocia con la gestión de última generación. Al no tener mucho acceso al capital, las empresas chinas crean amplias redes de colaboradores. Cita ejemplos de corporaciones chinas con 10.000 acuerdos de colaboración en todo el mundo. "La mayoría de las empresas occidentales se hundiría bajo la presión de gestionar algo así", asegura. "Necesitan aprender para crear redes adaptables y flexibles como hacen los chinos".

    Un análisis de Boston Consulting Group describe cómo el "modelo de negocio establecido -centralizado, de arriba abajo e impulsado por los procesos- retrocede hasta, tal vez, desaparecer". Deberíamos acostumbrarnos. El capitalismo oligarca al estilo de los países emergentes es lo que nos espera.

    "Hablo con la gente sobre cómo funciona el sistema en Cuba o Venezuela", reflexiona Griffiths, del partido comunista. "Pero sigue habiendo una desconfianza básica en cuanto a que un sistema diferente sea posible".

    Y, sin embargo, su público se equivoca. La crisis de los créditos ha acelerado la llegada de una nueva clase de capitalismo. Será un cruce políglota de lo mejor y lo peor, pero deberá mucho más a los países emergentes que a la UE o a Norteamérica.

    Aun así, para quienes lo vean venir y surquen la ola a tiempo, habrá enormes fortunas esperando. Cualquiera que sea el tipo del capitalismo, esto siempre es así.