L os bancos utilizan recuros con una huella de carbono masiva, emiten papel en efectivo que debe ser fabricado con productos químicos hostiles específicos para el medio ambiente, almacenes masivos de servidores vinculados a la ubicación, oficinas vinculadas a la ubicación, automóviles etc. ¿Pero alguien nos diría que la moneda digital también daña el medio ambiente? Un nuevo estudio publicado en la revista Nature Climate Change concluye que, si el bitcoin se implementa a tasas similares a las que se han incorporado otras tecnologías, podría producir suficientes emisiones para elevar las temperaturas globales en 2° C tan pronto como 2033. Y es que las granjas de ordenadores utilizades para explotar el bitcoin producen la misma cantidad de dióxido de carbono que todos los automóviles en el Reino Unido. Una transacción genera la misma cantidad de emisiones de dióxido de carbono que un vuelo de regreso de Londres a Moscú. Mientras que ocho horas en un avión quema 420 kg de CO2 y hacer un pago con una criptomoneda es de 396,5 kg. Además, cada año, con los movimientos de criptomoneda se consume la misma cantidad de electricidad que todo el país de Austria, el equivalente a alimentar a 6.770,506 hogares estadounidenses, según destacan los expertos. "El bitcoin es una criptomoneda con grandes requisitos de hardware, y esto obviamente se traduce en grandes demandas de electricidad", afirma el coautor del estudio, Randi Rollins, estudiante de Máster en la Universidad de Hawai (UH) en Manoa (EEUU). Según datos de este estudio, los científicos estimaron que el uso de bitcoins en 2017 emitió 69 millones de toneladas métricas de CO2. Por tanto, la investigaciónsostiene que el bitcoin debe considerarse tan perjudicial para el medio ambiente como la contaminación del transporte, la vivienda y los alimentos. De la misma manera, los científicos han detectado que aún incorporando esta tecnología de manera más lenta, sus emisiones acumuladas serán suficientes para calentar el planeta a más de 2° C en solo 22 años. Consumo de energía Hay muchas criptomonedas que ya se ejecutan de una manera mucho más eficiente que el bitcoin. El consumo de energía es el resultado de la prueba del algoritmo de trabajo, aquellos que utilizan diferentes métodos, como un algoritmo de consenso o una prueba de participación, son mucho menos perjudiciales para el medio ambiente. Por ejemplo, los sistemas de pago como Visa (según su informe ambiental) tienen un gasto energético, una transacción de Visa requiere de uno a dos vatios por hora. Esto no es nada en comparación con el bitcoin, que en promedio está entre 800 y 900kWh por transacción, el equivalente a 30 días de energía para una familia de EEUU. La mayoría de los sistemas de criptomoneda utilizan un algoritmo de prueba de trabajo (PoW) que consume mucha energía y sirve como base para determinar qué minero (la figura clave del blockchain que sustenta esta criptomoneda, no son personas, sino máquinas) tiene derecho a agregar su bloque a la cadena de bloques y así ganar una recompensa. Cuando la dificultad de la minería aumenta, se requiere una mayor cantidad de electricidad para generar un PoW válido. Credit Suisse estima que el 80 por ciento de los gastos mineros de bitcoins se destina a electricidad. El banco espera que el enorme gasto en energía resulte en mayores avances tecnológicos que reduzcan la cantidad de energía utilizada. Actualmente, las emisiones del transporte, la vivienda y los alimentos se consideran los principales contribuyentes al cambio climático en curso. Esta investigación ilustra que el bitcoin debe agregarse a esta lista", sentencia la coautora del artículo Katie Taladay, estudiante de Maestría de UH Manoa. El uso de blockchain para financiar granjas de energía renovable ayudará a reducir la dependencia de los combustibles fósiles y el impacto de las criptomonedas en el medio ambiente. "No podemos predecir el futuro del bitcoin, pero si se implementa a un ritmo incluso más lento, generará muy malas noticias para el cambio climático y las personas y las especies afectadas", afirma el coautor Camilo Mora, profesor asociado de Geografía en la Facultad de Ciencias Sociales de la UH Manoa.