El director adjunto a la presidencia Miguel Escrig había menguado sus funciones ejecutivasLa bolsa responde a las nuevas incertidumbres con una caída del 10,44%, la mayor desde el 'Brexit'El Popular no deja de dar sorpresas negativas a los mercados. Cuando se confiaba en que el nuevo equipo gestor trabajara unido en el plan de futuro del banco, éste comunica que hará ajustes contables para enmendar las cuentas de 2016 por 694 millones de euros y el consejero delegado del Popular, Pedro Larean, con apenas siete meses en el cargo, presenta su dimisión. Una y otra noticia no han hecho más que acrecentar la ya deteriorada confianza en la entidad y sus títulos han vivido la peor jornada bursátil de los últimos nueve meses al hundirse un 10,44 por ciento. El banco explicó ayer que Larena había presentado su dimisión por razones "estrictamente personales". Aunque la salida no se vincula a la rectificación de las cuentas del último ejercicio, Larena formaba parte del equipo gestor de Ángel Ron, y que firmó los estados contables que ahora presentan "una corrección de cuatro aspectos puntuales". En círculos financieros se da más peso a la hora de tomar la decisión de su marcha a la llegada de Miguel Escrig, el fichaje más relevante realizado por Saracho y que desde su puesto de adjunto a la presidencia asumía funciones ejecutivas que menguaban las labores atribuidas a un consejero delegado. Larena fue designado número dos del Popular en sustitución de Francisco Gómez, cuya salida fue anunciada en junio. Aterrizó con la misión de incrementar la rentabilidad del banco, ajustar plantilla y oficinas y acelerar la venta de activos improductivos, cuyo plan estrella era Sunrise. También acometió una reorganización de la estructura directiva para dar impulso a la transformación digital. La llegada de Saracho, sin embargo, puso en cuarentena todo lo planeado por el Popular, desde la venta de la filial de Miami, TotalBank, hasta la paralización de Sunrise, el plan diseñado por Larena para deshacerse de 6.000 millones de activos tóxicos. Todas estas actuaciones de Saracho, el fichaje de Escrig, la paralización de Sunrise, y la correción de las cuentas, socavó la autoridad de Larena como número dos del banco. Larena, al igual que Saracho, rompía la tradición del Popular de nombrar a sus gestores entre los directivos de cantera. Fue fichado por Spencer Stuart, procedente del Deustche Bank, donde era responsable de toda la banca comercial del banco, excepto de Alemania. Su fichaje garantizaba el cobro de un millón de euros de variable el primer año, a sumar otros 363.000 euros de sueldo por los cuatro meses trabajados en 2016. Su contrato, de caracter indefinido, no tenía cláusula de permanencia ni fidelización. El directivo, según afirmó ayer el Popular, se ha ofrecido a mantenerse en el cargo mientras la entidad nombra a su sustituto, un proceso para el que aún no hay fecha ni camino trazado. A pesar de la buena disposición de Larena a no dar un portazo total en la entidad, nadie duda en calificar su salida de otro mazazo del que el banco se resentirá. Tras la salida de Ángel Ron de la presidencia, lo que el mercado esperaba era entrar en una etapa de tranquilidad, dejando atrás las guerras internas en el consejo de administración y dando una estabilidad a la cúpula directiva de la que el banco había estado privado en los últimos nueve meses. La ampliación de capital de junio de 2016 abrió la caja de los truenos en el Popular. Algunos consejeros, encabezados por Antonio del Valle, retiraron su confianza a Ron e intentaron un acercamiento con el Sabadell para una eventual fusión. Al tiempo, los inversores cortos intensificaban la presión sobre la cotización de los títulos. En julio, Francisco Gómez, el entonces consejero delegado, fue sacrificado para imprimir el enésimo plan de choque a la entidad. La llegada de Larena, sin embargo, tampoco alivió las tensiones y sólo tres meses después de su llegada, fue Ron el que anunció, ante la división del consejo, abandonar el banco. Las acciones del Popular transitaron por la sesión de ayer con caídas de entre el 5 y el 6 por ciento, afectadas por el ajuste de las cuentas. Una reducción de sus ratios de capital, provocadas por unas menores provisiones y la financiación a accionistas para acudir a la ampliación, castigaron los títulos. Sin embargo, fue en el tramo final de la jornada cuando el descalabro se amplificó, para cerrar con pérdidas del 10,44 por ciento, hasta 0,815 euros, tras confirmarse que Larena abandonaba el barco. Las acciones no sufrían un varapalo semejante desde el 24 de junio, el día en que se confirmó la victoria del Brexit, cuando cayeron un 15,29 por ciento. La aciaga sesión de ayer se llevó 398,7 millones de euros de capitalización, dejando su valor en 3.420 millones. Desde 2012, el banco ha ampliado capital por unos 5.400 millones de euros. La acción se ha dejado el 34,8 por ciento desde la ampliación de junio y más del 90 por ciento desde la primera vez que apeló al accionista para recomponer el déficit de capital que le atribuyó Oliver Wyman en los test de estrés de 2012.