Monte dei Paschi di Siena (MPS) se aferra a sobrevivir como el banco más antiguo del mundo. Fundado en 1472 como Monte de Piedad cuando el Estado italiano todavía no existía, ha sobrevivido más de 500 años a la atormentada historia política y económica del país transalpino. Sin embargo, precisamente el Gobierno de Roma es uno de los protagonistas de la tragedia que la entidad ha vivido durante los últimos años. Los otros, no menos importantes, son el Banco Central Europeo (BCE) y la antigua cúpula directiva de MPS. Los males del banco se originan en los estrechos vínculos que la entidad siempre ha tenido con la política y, en particular, con el ayuntamiento de Siena, accionista clave de la Fundación Monte dei Paschi que controló el banco hasta 2013. Fue precisamente la cercanía entre accionistas y ejecutivos la que favoreció el nombramiento en 2006 de Giuseppe Mussari, antiguo presidente de la fundación, a la presidencia ejecutiva del banco. Y es Mussari quien primero empujó a MPS hacia el borde del abismo. En 2007, el que era entonces el cuarto banco italiano -hoy tercero-, compra Antonveneta al grupo Santander por 9.500 millones de euros. Una operación muy provechosa para el grupo cántabro, que había adquirido la entidad a ABN AMRO tan sólo unos meses antes por 6.600 millones. La compra de Antonveneta a un precio tan desorbitado marca el comienzo de la crisis de MPS, pero la cúpula del banco intenta tapar durante años los agujeros creados por la operación a través de complejos productos derivados. En 2011 las artimañas de Mussari ya no funcionan y MPS cierra el ejercicio con una pérdida de 4.690 millones de euros. Por aquel entonces el Gobierno italiano está en las manos de Mario Monti, que, sumido en resolver la crisis de la deuda italiana, prefiere no pedir dinero a Europa para salvar al banco más problemático del país. El Gobierno se decide a resolverlo prestando 4.000 millones de euros a la entidad, imponiendo a cambio una tasa de interés elevada. El resultado es que en 2014 el banco no está saneado sino más debilitado y por esto pide convertir el último tramo de intereses en acciones. Ese mismo ejercicio 2014 es el año en el que Matteo Renzi se hace con la presidencia de Gobierno. El joven primer ministro que quiere “enviar al desguace” toda la vieja clase política transalpina opta, sin embargo, por el continuismo en la gestión de la crisis de la banca, es decir, no interviene a la espera de que el problema se resuelva solo. Y a finales de 2015 Renzi comete otro error: a la hora de rescatar cuatro pequeñas entidades (Pop Etruria, CariFerrara, CariChieti, Banca Marche) acepta una estimación de los impagos de estos bancos al 18 por ciento de su valor originario, fijando un estándar de comparación que perjudica a las demás entidades, empezando por Monte dei Paschi di Siena, lastrada por más 27.000 millones en activos tóxicos. Luego Renzi intenta impulsar un fondo de rescate participado por los grandes bancos transalpinos que, sin embargo, con una recaudación de apenas 4.000 millones, no puede enfrentarse a los problemas de la banca. Finalmente y tras los test de estrés de julio que señalan a MPS como el banco más problemático de Europa, decide aplazar cualquier intervención hasta después del referéndum constitucional del 4 de diciembre en el que se juega su futuro político. Aquí es cuando entra en juego el BCE: le exige vender en tres años todos sus créditos dudosos y cuando el banco, con tal de demostrar solidez, pretende deshacerse de una vez de todos los activos tóxicos, le impone como fecha límite el 31 de diciembre de 2016, denegando cualquier prórroga. Y el penúltimo apuro, acaba de suceder, al elevar el mismo BCE el coste de la intervención de 5.000 millones a 8.800 millones. Es solo el último golpe de una serie que, junto a la crispación y a los malentendidos entre Siena, Roma y Fráncfort, puede acabar de una vez con el banco más antiguo del mundo.