E n el 27 aniversario de la caída del muro de Berlín, Estados Unidos eligió a un presidente que planea construir un muro aún mayor en la frontera con México. Ahora, el presidente electo Donald Trump tendrá que decidir si sigue adelante con su agenda divisora o impulsa los intereses del país. Hay un fuerte paralelismo entre la victoria de Trump y el voto del Reino Unido de abandonar la Unión Europea en junio. Los republicanos entrevistados al conocerse el resultado de las elecciones parecían casi tan perplejos como los arquitectos de la campaña del Leave británica en la mañana siguiente al referéndum. Eso sí, nadie estaba más estupefacto que el lado perdedor, que en ambos casos se esperaba ampliamente que saliera primero. Un efecto del referéndum británico que ya ha emergido en Estados Unidos es el aumento de los delitos de odio, con un número alarmante de incidentes en colegios y universidades. La victoria de Trump ha envalentonado a algunos de sus defensores para pasar del anonimato de acosar a objetivos en los medios sociales a abordarlos abiertamente en la calle. No es de extrañar. La campaña de Trump ha estado marcada por casi 18 meses de insultos, dirigidos no solo a su oponente, sino también a las instituciones del gobierno de Estados Unidos, la prensa y muchos segmentos de la población, en especial inmigrantes, refugiados, miembros del movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan) y musulmanes. Consiguió el respaldo del Ku Klux Klan y rodeó su campaña de nacionalistas blancos de la llamada derecha alternativa. En realidad, muchas de las promesas que Trump hizo a sus seguidores durante la campaña son muy controvertidas e incluso peligrosas, y su aplicación podría tener graves efectos secundarios en las vidas del estadounidense corriente, y provocar disturbios civiles. Por el contrario, abandonar alguna de las políticas que prometió podría desencadenar una reacción (quizá violenta) entre sus seguidores. Por muy ocupado que esté Trump planeando su transición a la Casa Blanca (eligiendo a su consejo de ministros y priorizando sus numerosas promesas), no debe ignorar ese riesgo. Si espera parecerse remotamente a un líder responsable, debe actuar con urgencia para abordar las divisiones profundas que con tanto entusiasmo alimentó durante su campaña. Eso implica ser más presidencial, plantear un enfoque tranquilo y razonable que enfatice sobre todo el respeto a la Constitución y el Estado de Derecho. Debe empezar denunciando firmemente la violencia y tomar medidas proactivas para proteger a los inmigrantes y las minorías, que comprensiblemente temen el ataque de sus partidarios. Más en general, Trump debe evitar el triunfalismo y reconocer la magnitud del desafío que se le avecina. Y transmitir un mensaje creíble sobre un enfoque consensuado que descarte la hostilidad partisana que ha dominado la política estadounidense en los últimos años y, en especial, durante esta campaña. Por supuesto, Trump no está solo en esto y la calidad de un líder se mide por la de su equipo. Para fomentar la credibilidad, tendrá que ser transparente en su manejo de este gobierno y garantizar que incluya el conocimiento y la experiencia de los que él carece. No tiene muchos recursos a su disposición, pero tendrá que encontrar la manera de conseguir que funcione y reunir a un grupo que le pueda asesorar sabiamente. Es fundamental que Trump dé estos pasos enseguida para que su gobierno pueda ponerse manos a la obra. Únicamente entonces podrá esperar no solo cumplir con sus compromisos en los cien primeros días de mandato sino también (y más importante) empezar a ahuyentar el miedo y la ira que esta campaña ha elevado a un punto culminante. Todos los legisladores deberán participar plenamente en el esfuerzo de reducir las tensiones, mejorar la colaboración y proteger el sistema de control y equilibrio de la política estadounidense. Deberán entender que el país ahora es un polvorín y se ha acabado la hora de jugar con fuego. El sector empresarial, cultural y sin ánimo de lucro, así como la prensa y la academia, tendrán que conservar la calma también y resistirse al señuelo de la hipérbole y las tácticas de intimidación, y mirar hacia un futuro en común. Sobre todo, los líderes de la comunidad no deben permitir que sus electores sean manipulados o instigados a conductas que puedan acarrear peligrosos efectos en cadena. A juzgar por la larga historia de Trump como figura pública, la idea de que vaya a ayudar a tender puentes sobre la separación en Estados Unidos tal vez resulte grotesca. Su discurso de victoria incluyó el compromiso tradicional de ser el “presidente de todos los estadounidenses”. El pueblo americano necesita recordarle su palabra y aferrarse a ella. Algunos (o muchos) nunca le apoyarán, pero es su trabajo como presidente llegar a todos y apelar a los valores nacionales comunes. Ser presidente y hacer campaña exigen destrezas distintas. El presidente electo Trump tendrá que emplear sus primeros cien días de gobierno en hacer nombramientos y priorizar legislación, pero también adoptar un tono tranquilizador para su gobierno. La estabilidad y la confianza deben estar al orden del día. En su segunda intervención inaugural, tras un periodo de división extrema y guerra civil, Abraham Lincoln declaró: “Sigamos luchando” y “vendemos las heridas del país”. Trump no es precisamente Lincoln, pero invocó el mismo espíritu en su discurso de victoria. Esperamos que lo dijera en serio.