Eugenia Cooney pesa menos de 30 kilos y cuenta con un canal en Youtube con miles de seguidoras. El número crece y el peso decrece porque la joven no come. Su inmensa audiencia está compuesta por chicas de entre 12 y 21 años, la franja de edad donde la anorexia nerviosa causa más estragos. Su imagen es terrible. Pero la libertad de expresión dice que tiene derecho a mostrarse tal y como es. La pregunta es: ¿qué hace la empresa que aloja sus vídeos? Por la extrema delgadez que exhibe se le acusa de ser una mala influencia. Además, no parece que Eugenia haga nada por tratar su enfermedad, razón por la que un grupo de personas ha abierto una petición en Change.org para que se prohíban sus ‘cortometrajes’. Sin embargo, Eugenia Cooney no hace apología de la anorexia y no se puede ir contra ella: sólo habla de maquillaje y moda. El dilema es: ¿Libertad de expresión o interés general? En Youtube se suben unas 400 horas de vídeo por minuto. O sea, es técnicamente imposible verificar los contenidos en tiempo real. De hecho, se supone que los casos en los que el contenido es considerado peligroso es retirado. Un equipo de profesionales cuida los contenidos y revisa todas las peticiones y denuncias. El problema con Eugenia Cooney es que no se escucha un discurso peligroso. Aun así, solo verla puede inducir a otras personas a entrar en la enfermedad. Salir del problema de la anorexia es posible pero la influencia del entorno es importante: un 50 por ciento de los pacientes consigue una curación total y alrededor de un 20 por ciento se recupera parcialmente, según un experto en trastornos alimenticios. Al otro lado del dilema, la libertad de expresión.