Alessandra ServidoriPara conseguir el proyecto de la 'economía del conocimiento', la Unión Europea tiene que invertir grandes recursos en capital humano, es decir, en los procesos formativos básicos y superiores. Esto es consecuencia de la nueva forma de medir el progreso de una nación, es decir, según su nivel educativo. Es uno de los objetivos de la estrategia de Lisboa 2000.En varias ocasiones, la Comisión Europea subrayó los notables retrasos y diferencias en los sistemas educativos de diversos países, poniendo en evidencia la estrecha correlación entre el nivel y la calidad de la educación y las exigencias de empleo.A mayores niveles educativos corresponden mayores tasas de empleo y menores de paro. Esta relación entre el nivel educativo y el mercado laboral demuestra que la inversión en capital humano es imprescindible para conseguir un buen puesto de trabajo y progresar profesionalmente.En la cumbre del Consejo celebrado la primavera pasada se ha vuelto a repetir la necesidad de aumentar la inversión en capital humano. Las indicaciones giraron en torno a la mejora de la formación, de la educación y de las competencias. Además apuntaron al desarrollo de las potencialidades de la Unión Europea a largo plazo en cuanto a competitividad y cohesión social, gracias a un mejor aprovechamiento de las sinergias entre educación superior, investigación y políticas empresariales.Propuestas de mejoraEs cierto que dichas iniciativas exigen una mayor coordinación, pues los tratados no prevén la armonización de las políticas educativas. Pero los ministros europeos de Educación han puesto en marcha un proceso de cooperación reforzado que desembocará en la creación de un espacio europeo educativo más permeable, y en sintonía con un plan de trabajo que prevé grandes objetivos estratégicos. Entre ellos destacan: primero, mejorar la calidad y la eficacia de los modelos educativos y formativos de las escuelas europeas; segundo, facilitar el acceso a los mismos; tercero, abrir la escuela al mundo exterior, y cuarto, desarrollar las potencialidades de la actividad transnacional y de las buenas prácticas. Una mención especial merecen los datos referidos a los ocho países del Este europeo que pasaron a formar parte de la Unión Europea en 2004, junto a Chipre y Malta. Estos países, aún contando con niveles de escolarización bastante elevados, presentan todavía -a causa de la debilidad de sus economías enfrascadas en profundas experiencias de reconversión industrial- niveles de empleo inferiores a los de los Quince y a la media total. Sin embargo, el rico bagaje formativo de las generaciones más jóvenes representa para ellos una potencialidad de notable relieve.Nuevos retosLa ampliación de la Unión Europea ha exigido a los nuevos países una atención especial a los escenarios de convergencia económica y de integración de los mercados. Pero también se está extendiendo la idea de que hay que reformar la política del welfare state o estado del bienestar para permitir la existencia efectiva de un único mercado laboral. Algo que se ha hecho más patente ahora que un consistente número de Estados renunció a su derecho de derogación de la libre circulación de personas.Todos los procesos de transición producen repercusiones negativas, pero también nuevas oportunidades. La realidad de una Unión Europea de 25 miembros estimulará el crecimiento y el desarrollo, porque permitirá al sistema productivo competir dentro del marco del mercado internacional, con un mercado interno de 500 millones de personas y destinado a seguir un crecimiento constante.Respecto al empleo femenino, su incremento hasta la mitad de la población relativa representa otro de los retos de Lisboa 2000. Al examinar la presencia de las mujeres en el mercado laboral, es importante destacar un porcentaje de participación más elevado en los países que acaban de entrar, de un 46 por ciento, respecto a los 15 que ya eran miembros de la Unión Europea, un42 por ciento. Una de las causas de dicho resultado es, evidentemente, la posibilidad del acceso a la educación.