El pequeño tamaño del quinto aeródromo de Londres no impide que siga ganando adeptos Londres es la única ciudad del mundo servida por cinco aeropuertos: Heathrow, Gatwick, Luton y Stansted, en orden de importancia, son los más conocidos. Pero hay otro, el London City Airport [LCY], una corta cinta asfaltada entre dos dársenas del Támesis, a sólo 10 kilómetros del centro de Londres. Su tamaño lo salva del caos que cada día desespera a los usuarios de otros aeropuertos, debido al endurecimiento de las medidas de seguridad. No es que el LCY infrinja esas reglas, sino que su volumen de tráfico -unos 200.000 pasajeros mensuales, los que Heathrow mueve en un día- atenúa las molestias a los viajeros. El quinto aeropuerto londinense ha ganado adeptos desde que se inauguró la prolongación del tren ligero DLR (Docklands Light Railway), que ahora llega hasta las puertas de su terminal. En una ciudad donde empresarios y directivos no tienen remilgos para viajar en metro, el DLR es el medio preferido para quienes trabajan en el nuevo distrito financiero, construido donde antaño estuvieron las degradadas instalaciones portuarias. El tiempo de viaje entre el aeropuerto y Canary Wharf, corazón de la nueva city, es de sólo 10 minutos, y en la estación Canning Town se puede conectar con la línea de metro Jubilee, que lleva al centro en 30 minutos. Estas ventajas han hecho del LCY el aeropuerto favorito de los viajeros de negocios británicos. Y, como consecuencia, se ha revalorizado: su propietario, el irlandés Dermot Desmond, que en 1995 pagó 23 millones de libras por una estación aérea en suspensión de pagos, lo ha puesto en venta el mes pasado, y espera ingresar 650 millones de libras. Jets privadosInicialmente, el London City Airport fue concebido para jets privados, pero con los años ha llegado a ser la plataforma ideal para los hombres de negocios que van y vienen del continente, dentro del radio de alcance de las aeronaves que pueden operar en una pista de 1.200 metros. BA Connect, filial barata de British Airways, ya vuela a Milán y, desde finales de octubre abrirá una ruta a Madrid. Algunas compañías europeas de primera fila han empezado a explotar rutas internacionales cortas: tras volar sobre el mar del Norte, aterrizan en Amsterdam (Air France-KLM), Francfort (Lufthansa) o Copenhague (SAS), donde enlazan con sus vuelos de larga distancia. Gracias a esta táctica, pueden competir en el mercado británico con British Airways, cuya base principal está en el colapsado Heathrow. Es también una ingeniosa manera de sacar partido a la principal limitación que atenaza al pequeño aeropuerto, impedido de crecer: sólo puede acoger aviones de corto alcance. Pero, si se concreta la esperada autorización para que aterrice y despegue el Airbus A318, a partir de 2007 las aerolíneas podrán volar sin escalas a Roma, Viena, Munich o Varsovia. Los 2,5 millones de pasajeros estimados para este año podrían aumentar hasta 3,5 millones en 2015, pero el crecimiento saturaría la terminal. Este es uno de los problemas, junto con la capacidad de estacionamiento de aeronaves, que deberán resolver los futuros dueños del aeropuerto.