Nuestra monarquía parlamentaria lleva trescientas y pico jornadas secuestrada por un hatajo de representantes incapaces de ponerse de acuerdo. El espectáculo ha llegado al delirio como se pudo ver en la sesión de investidura o con el nombramiento del exministro de Industria como director ejecutivo del Banco Mundial. Como diría Federico Trillo: “Manda güevos”. Un clamor ha surgido como la única manera de romper el círculo vicioso y evitar otras elecciones: un cambio de liderazgo en los dos principales partidos. Pero es imposible en el caso del PP, sobre todo, porque en Génova no se atreven a moverse sin que el presidente lo estime oportuno. Pero la situación en el PSOE tampoco facilita el cambio. Sánchez, el secretario general que menos votos ha sacado en unas generales, sonrió tras su pírrico triunfo sobre Podemos, porque supo que su partido había llegado a los 80 diputados después de que las encuestas vaticinaran un sorpasso. El socialista se agarra a la vida (política) y dice que lo hace por España. El politólogo de cabecera de Mariano, Pedro Arriola, sabe cómo usar la obstinación de Sánchez y ha debido recetar a los populares que maldigan a los “irresponsables” que, como él, son incapaces abstenerse en una investidura. Pero el marido de Celia Villalobos sabe que el suelo electoral del PP es sólido y que, si acudimos a la urnas, se acercarán a la mayoría absoluta. Y si la abstención es tan escandalosa como alguno imagina, tal vez ni siquiera necesiten a Albert Rivera con sus molestas exigencias prescindibles para gobernar una España desesperada por encontrar un primer ministro. La prueba de que en el PP ya descuentan que vamos a nuevas elecciones es que han tomado lo que podríamos denominar ‘El Camino Soria’.