Edmond J. Safra falleció en su propio domicilio meses después de hacer fortuna vendiendo su bancoEn todo misterio que se precie hay hechos desconcertantes, circunstancias sospechosas y testimonios contradictorios. En este caso, no sólo hay todo eso, sino también ex miembros de las fuerzas especiales israelíes y boinas verdes americanos, una condena judicial cuestionable, una fuga de la cárcel y miles de millones de euros en juego. Y, además, un cadáver. Incluso dos. Uno importante y otro que podría definirse como un daño colateral.El cadáver importante es el de Edmond J. Safra, nacido en Beirut en 1932 y descendiente de una familia hebrea que había comenzado, cinco generaciones antes, un lucrativo negocio financiero proporcionando servicios al Imperio Otomano. Safra era fundador y principal accionista del Republic National Bank, una institución especializada en banca privada para ultrarricos. Él mismo era uno de ellos y, como tal, frecuentaba los lugares más exclusivos del mundo. Desde Buckingham Palace a Saint Moritz.Como otros muchos millonarios, Safra aparecía a menudo en las páginas de los periódicos por los más variados motivos. Por su generosísima actividad filantrópica -desde donaciones para la investigación del parkinson o el sida, hasta la financiación de hospitales-, pero también por la implicación de su banco en diversas investigaciones sobre lavado de dinero.Blanqueo de dineroEl caso más significativo fue el de la cuenta 606347712 del Republic National Bank de Nueva York. Por ella pasaron cientos de millones de dólares que, según la Agencia Antidroga Americana (DEA), procedían del tráfico de cocaína en Colombia y del tráfico de heroína en Oriente Medio.En el centro de este tráfico, con el papel de lavar el dinero, estaba la Shakarchi Trading, una empresa suiza propiedad de una familia libanesa, cuyo patriarca había tenido durante muchos años una relación muy estrecha con...Safra. Al final, sin embargo, ni la Shakarchi ni Safra (o su banco) fueron acusados de delito alguno.Unos años después, en 1994, el Republic National Bank apareció de nuevo en los periódicos. El motivo fue el pago de una multa de dos millones de dólares para cerrar una investigación de la Fiscalía de Miami sobre posibles actividades de lavado de dinero.En 1998, el banco volvió a las portadas. Esta vez por el tráfico de varios miles de millones de dólares lavados por la mafia rusa por medio de diversas cuentas en otro banco de Nueva York. La operación fue denunciada al FBI por la institución dirigida por Safra, al sospechar de un movimiento anómalo de 300.000 dólares en una de sus cuentas. En los últimos 20 años, entre los clientes del banco de Safra no sólo ha habido nombres "nobles".Pero volvamos al misterio. Y a los hechos comprobados. Faltaba un cuarto de hora para las 5 de la mañana del 3 de diciembre de 1999, aún era de noche y la Avenue Ostende, en el corazón financiero de Montecarlo, estaba desierta. En el número 17, junto a las sedes de BNP-Paribas y del Banco Gottardo, las del Republic National Bank ocupaban los tres primeros pisos de un palacete de estilo belle epoque.Un misterio sin resolverLos siguientes tres pisos estaban reservados a la residencia de Edmond Safra, el propietario del banco. Formaban una especie de fortín impenetrable, defendido por un sofisticado sistema de seguridad, diseñado al detalle por el antiguo agente del Mossad (el servicio secreto israelí) Samuel Cohen, también llamado Schmulik. Éste cobraba 1.000 dólares al día por coordinar las actividades de un operativo compuesto por 25 guardias privados. Todos ellos veteranos del Mossad.Pero aquella noche el operativo no funcionó. Estaban todos en 'Leopolda', la bellísima villa, cercana a Montecarlo, edificada por el Rey Leopoldo de Bélgica, que Safra compró a Gianni Agnelli. Nunca quedó claro por qué o para proteger a quién.La alarma la dio Ted Maher, el boina verde americano que atendía el incipiente parkinson del banquero. Fue él quien despertó al dueño de la casa y a la otra enfermera, Vivian Torrente, para alertarles de que dos personas armadas con cuchillos estaban intentando secuestrar al banquero.Como los guardias de Schmulik estaban fuera, el propio Maher intentó detenerlos y dar la voz de alarma. Safra y la enfermera debían esconderse en el cuarto de baño, diseñado para servir de refugio de emergencia.Antes de ponerlos a salvo, Ted tuvo la habilidad de darle a Vivian su móvil para que avisara a la policía. Trató también de provocar un pequeño incendio para alertar a los bomberos. Después logró reunirse con el guarda del banco en la entreplanta.El enfermero sangraba abundantemente. Había sido acuchillado. Nada grave, sólo cortes superficiales. Intentó asegurarse de que la policía hubiera oído la llamada y de que llegase antes de que los agresores asaltaran el baño.La policía llegó poco después. Sin embargo, ni los gritos de los agentes ni las llamadas telefónicas de su mujer, Lily, convencieron al banquero para que abriese. Ted le había dicho que querían secuestrarlo y él, víctima de un pánico cerval, no quería salir. Los bomberos tardaron nada menos que tres horas en echar la puerta abajo. Lo que encontraron fue a Safra y a la enfermera en el suelo. Ambos muertos por asfixia. El cuerpo de la enfermera mostraba signos de lucha. Había intentado abrir aquella puerta, pero el banquero se lo había impedido. Murió por la paranoia de su jefe.Las huellas del crimenLa policía le dio a la investigación prioridad absoluta. La prensa de todo el mundo exigía una explicación. ¿Quién había querido matar a Safra? Diversos escenarios parecían creíbles. El primero apuntaba a la mafia rusa, a la que Safra había traicionado denunciando al FBI sus actividades de lavado de dinero. Otra hipótesis especulaba con la posibilidad de que terroristas palestinos hubieran querido secuestrar al banquero hebreo, conocido por estar al servicio de los árabes más ricos. La tercera opción era más banal y sospechaba de su mujer, heredera del enorme patrimonio generado por la venta, unos días antes, del Republic National Bank al coloso inglés HSBC. El precio de la venta fue 10.300 millones de dólares, de los que Safra se habría embolsado más de 3.000 millones.Los inspectores monegascos se dieron cuenta en seguida de que algo no encajaba. ¿Cómo se había podido superar el sistema de alarmas sin dejar huellas? ¿Era prender fuego a una papelera la forma más eficaz de hacer frente a unos asaltantes?La explicación llegó tres días después por boca del propio Ted Maher, el enfermero herido. Bajo la presión de los investigadores, Maher confesó su culpabilidad. Había intentado fingir un ataque para quedar como el héroe que había salvado la vida al jefe. Pero no había tenido en cuenta la paranoia de Safra y tampoco la ineficacia de los bomberos locales, y la puesta en escena tuvo un final dramático.La confesión del enfermero no convenció a todos. Había indicios que hacían pensar que Maher no había actuado solo. Sin embargo, basados en su propia confesión, los jueces le condenaron a 10 años por homicidio voluntario. El veredicto satisfizo a la viuda, Lily, pero no así a la familia Safra, que no dejó de sembrar la duda sobre la responsabilidad de Lily en la muerte del banquero. Tenían sus motivos: dos meses antes de morir, Edmond cambió su testamento, excluyó a sus familiares y legó todo a su mujer.La extraña fuga de Maher, semanas después del veredicto, reavivó las sospechas de que éste no era más que una pieza en un complot que implicaba a los grandes poderes de Montecarlo.Los secretos, si es que lo son, de la muerte de Edmond Safra siguen sepultados con él a las afueras de Ginebra. En el cementerio hebreo de Veyrier.