Las coincidencias pueden ser bastante crueles. Para cuando la selección de fútbol española juegue el sábado por la noche contra la ridícula Liechtenstein, su hermana de baloncesto estará velando armas antes de jugarse una medalla en el Mundial de Japón al día siguiente (mañana se verá el calibre de esa medalla que estará en juego y el nivel de crueldad de la coincidencia).En uno de esos arranques de sinceridad que le caracterizan, el guardameta nacional y una de las supuestas estrellas del plantel futbolístico, Iker Casillas, ha reconocido que le da envidia ver a los chicos de la canasta luchando por el podio en la máxima cita de su deporte. Lo dijo (esto ya lo imagino yo) pensando en ese partido de octavos del pasado Mundial en que Francia nos sacó los colores con lo único que nunca tendremos en el fútbol: profesionalidad y competitividad. Lo dijo pensando en ese balón cruzado que se comió la defensa dejando solo a Vieira, que entraba desde atrás; o de ese baile que le dedicó Zidane en el tercer gol a todos los bocazas españoles que le jubilaron antes de tiempo. Lo dijo, insisto, con la mirada melancólica y la envidia, salivando en la parte del cerebro que se dedica a pensar en lo que pudo haber sido.No creo que a Casillas le importe demasiado el partido del sábado. Tampoco creo que su dejadez llegue a los niveles de Xavi o Puyol, que fingen lesiones para no ir con la selección. Porque, claro, ¿cómo pretendemos llegar a ciertos niveles de la competición futbolística con tamaño grado de compromiso?No lo digo sólo por estos dos (a la selección catalana los debían exiliar para siempre), ya que imagino que en su situación otros hubieran hecho lo mismo. Mucho se dice que la España del balompié gana a menudo en las categorías inferiores, porque a ese nivel no se le exige la profesionalidad que luego sí que requiere la competición adulta.Puede ser. Pero diría que la ilusión juega un papel fundamental en todo esto. A los del baloncesto se le ve en la mirada... o, mejor dicho, tienen la misma mirada que tuvieron cuando fueron campeones del mundo júnior. A los chicos de la Sub'21 del fútbol, que acaban de ganar la Eurocopa, se les vio ese brillo en los ojos cuando llegaron a Barajas con la medalla al cuello. A sus hermanos mayores, cuando cogieron el avión rumbo al Mundial, se les veía más preocupados de mantener el peinado o la cara de perros que en soñar con lo que podían alcanzar. Con los cascos del mp3 colgados, su mirada se perdía en la multitud. Ellos no tenían ilusión, sino un trámite que pasar. La envidia actual es su premio. Más deporte en el blog Pelotazos de www.eleconomista.es