Los muniqueses y los miles de visitantes que acuden a cada edición se preparan para clausurar los 180 años de la mayor celebración popular que se puede vivir en Europa. Por Claudia PreyslerSea amante o no de la cerveza, la celebración del Oktoberfest no puede serle del todo desconocida. Cada 20 de septiembre, la ciudad de Múnich inicia el mayor festival de cerveza del mundo, que congrega alrededor de siete millones de visitantes, muchos de ellos de otros países. Este fin de semana el corazón de Bavaria se prepara para clausurar la fiesta más importante de Alemania, que ha conseguido extenderse e imitarse en decenas de sitios. El 12 de octubre de 1810, la capital bávara celebró por primera vez la fiesta del Oktoberfest, con motivo de la boda del príncipe Luis I de Baviera con la princesa Teresa de Sajonia-Hildburghausen. El príncipe ordenó organizar una carrera de caballos en el Theresienwiesen (prado de Teresa, llamado así en honor a la princesa) que duraría hasta el 17 de octubre. La celebración tuvo tal éxito entre los habitantes que el príncipe decidió convertirla en costumbre y organizarla cada año, adelantándola a septiembre, aprovechando que el clima era más benigno, hasta el primer fin de semana de octubre. Las siguientes Oktoberfest fueron incorporando nuevas tradiciones, como el desfile de carruajes, la apertura del barril o la llegada de los Wiesn-wirte (propietarios de cervecerías) que levantaron sus propias carpas en las que servían su cerveza. Desde 1887 hasta hoy son siete las marcas que cuentan con el privilegio de poseer una o más en el recinto ferial donde tiene lugar la fiesta. De los monjes agustinos, los franciscanos o los paulinos, las cervezas del Oktoberfest tiene muchos años de historia y tradición. Paulaner es, sin duda, la más conocida internacionalmente, y, por ello, la mayor embajadora de la cultura cervecera bávara en el mundo. De las 13 carpas que se levantan en el recinto, cuatro pertenecen a la marca. Su sistema de tuberías subterráneas, que ha desarrollado junto a la también alemana Siemens, permite que la bebida llegue a sus cuatro carpas, llegando a mover hasta un total de 1.200 litros de cerveza por hora. Y es que la cerveza tiene que fluir con rapidez para saciar a los siete millones de sedientas bocas que cada temporada consumen 7,7 millones de litros de esta bebida. Para acompañarla, los muniqueses ofrecen la mejor selección de exquisiteces de la gastronomía regional, como las tipiquísimas y variadas Würstl (salchichas), un suave pero crujiente codillo que se deshace en la boca, el Obazda (queso aderezado), los Bretzel (gigantes panecillos salados en forma de lazo) o los Radi (rábanos). El primer día comienza con el desfile que se hizo oficial en 1887. El cortejo se compone de los carruajes de los anfitriones, los carruajes cerveceros que transportan los tradicionales barriles de madera con cerveza, las bandas de música de las carpas y los camareros y camareras. Le sigue tradicionalmente el alcalde en una carroza festiva. La fiesta queda oficialmente inaugurada cuando el alcalde consigue abrir el primer barril al grito de O'zapf is! ("ya está abierto"). A partir de entonces comienza el delirio cervecero. 1.600 camareros pelean por pasar por el reducido espacio que separa las mesas, con las manos y los brazos llenas de gigantes jarras rebosantes. La camarera Anita Schwarz de la Alta Baviera ostenta el récord en llevar jarras de litro: puede llevar hasta 19 jarras de cerveza a lo largo de un trayecto de 40 metros y volver a depositarlas en forma segura sin derramar una sola gota. Al son del himno de la Wiesn Ein Prosit der Gemütlichkeit (brindis de la felicidad) los bávaros y turistas levantan sus jarras vestidos con los tradicionales Dirndl y Lederhosen. Sus caras hacen honor a la letra del brindis, en esta fiesta para rubias y morenas.