Del mundanal ruido de la capital a la tranquilidad del campo más cercano. Un huerto, montar a caballo o rehabilitar la casa del pueblo son un antídoto perfecto para ser feliz sin medir el tiempo. Por Fernando Pastor Diez minutos en la cola de un parking superan los ánimos de cualquiera, pero se puede estar una mañana entera mimando las plantas de tu huerto sin darte cuenta de cómo pasa el tiempo. A apenas una hora de la capital existe el mundo rural más puro, alejado incluso de urbanizaciones y proyectos especulativos. Guadalajara y Cuenca, las dos provincias con mayor dispersión rural de España, ofrecen cientos de rincones en pueblecitos que son una magnífica alternativa para las vacaciones y como vía de escape semanal para respirar aire puro y cargar pilas. El campo es una alternativa todo el año que ofrece grandes satisfacciones cuando uno se imbuye en todas las posibilidades de disfrute que ofrece. Es también trabajo, pero trabajo a gusto.Una de las mejores opciones es cultivar y cuidar un huerto. Nadie sabe lo caros que te pueden salir los tomates si cuentas con lo que supone tener las mejores plantas de todos los huertos del pueblo (no se puede aspirar a menos). Pero merece la pena. En otoño y primavera se hace una buena labor. Se cava la tierra hasta bien adentro, que de ello va a depender el alimento que luego tendrán las plantas. Es duro, pero muy sano. Los que no ponen semillero propio (eso es para gente con experiencia), cuando llega abril ya piensan en comprar las plantas para ponerlas, nunca antes del primer domingo de mayo para evitar hielos de última hora. Las técnicas de riego por goteo y un buen orden en los trabajos de limpieza y extinción de las malas hierbas permiten obtener buenos resultados incluso a los más novatos. Sólo hay que tener un arroyo cerca. Así es como se logran los mejores tomates del mundo, sean como sean, porque son tuyos. Cebolletas que no pican, judías verdes de cola de diablo sin hebras, pepinos que no amargan, jugosos calabacines para rebozar y hacer chuletas de huerta, pimientos de buen tamaño y hasta piparras vascas, para freír y degustar con sal. Se puede tener un huerto sólo por el placer de regalarle luego los frutos a los amigos y allegados y ver cómo disfrutan de unas hortalizas que tienen sabor, color y olor. Disfrutar a caballoPero no sólo es el huerto lo más gratificante en un pueblo. Con una pequeña parcela yerma o un corral cercano y barato, se pueden montar fácilmente unas cuadras para mantener un par de caballos. El mantenimiento no es caro, los seguros cubren malas rachas de cólicos o caídas, y el disfrute de galopar al amanecer entre rastrojos, monte y chaparros no tiene precio. Te parece que todo el campo es tuyo. Para los menos arriesgados, la opción de un caballo dócil es la mejor; los potros tiran mucho y hay que ser un aficionado con experiencia para que las ganas de disfrutar no se conviertan en un suplicio. El mundo de la equitación es muy amplio. La gente de pueblo sabe que tener un caballo es algo más que montar los domingos y pasear luciendo el palmito. Hay que cuidar al animal, ducharlo, peinarlo, hacerle la manicura en los cascos y procurar que sea siempre tu amigo. Con ganas, tiento y un poquito de cuidado, los caballos se dejan querer y te hacen disfrutar.Hay que reconocer que ser de pueblo es una suerte, a pesar de que te llamen paleto. A mucha honra. Ahora es la gente de ciudad, la que no tiene pueblo, no le gusta o no lo quiere, la que busca alternativas en el campo más cercano, más allá de ir un fin de semana a una casa rural. Las casas viejas de pueblo se están empezando a cotizar. Son casi ruinas, llenas de aperos de labranza, trastos viejos, cocinas de leña o carbón, sacos usados, pareces de yesones o de adobe y puertas cochambrosas. A veces ni eso. Son sólo corrales con una bodega vieja cegada por el tiempo. Pero resulta que rehabilitarlas y convertirlas en una segunda residencia, a medida y con cierto gusto, es otra de las grandes opciones que ofrece el campo ahora. Despacio, sin prisa, sin romper el estilo rural de forma estrepitosa, aprovechando las ventajas que da una buena maquinaria, pero con la mente puesta en lo bonita que te va a quedar la casa del pueblo y lo que vas a disfrutar en ella con tus amigos. Si hay opción a tener una bodega, una piscina o un yacuzzi... Cultura gastronómicaEn los pueblos ya se sabe, tiempo al tiempo, todo llega. La cosa es saber disfrutarlo. Y si tienes un buen grupo de amigos para ello, no hay más que pedir. Una opción cada vez más de moda es crear peñas en casas viejas, locales, garajes, cabañas o bodegas. Al más puro estilo de las sociedades gastronómicas vascas. Todos ayudan, todos cocinan y, pagando a escote, no hay nada caro. Así se pueden degustar las mejores paellas, unas judías con liebre, la inigualable caldereta de cordero castellana, un asado en el viejo horno de barro o unas simples chuletas a las ascuas. "Cuántos ricos habrán comido peor que nosotros hoy", dice siempre mi amigo Vicente después de un festín gastronómico de calado. Y no le falta razón. Una ensalada de lo que has cogido en el huerto por la mañana -después de montar un par de horitas en tu caballo para hacer ejercicio y hambre- una buena comida, una partida de mus y una siesta de rigor en tu fresquita casa de pueblo de paredes de piedra, no tienen parangón. Y cuando te levantas, un paseo por las heras, una partida de bolos castellanos, un frontón, probar el vino de la bodega de alguien, leer, pintar, montar en bicicleta... todo se puede hacer. Y a la playa, que vaya quien quiera.