Pues al final ha jugado Casillas", constataba la noche del miércoles, no sin cierta mala leche, el conductor de un programa radiofónico nocturno ante el director de un diario deportivo madrileño que el día anterior había llevado a su portada la suplencia del portero de la selección en beneficio de su eterno suplente, Diego López. "Pues sí", respondió rauda la víctima de la andanada sin descifrar la carga de ironía del comentario, "y mira que yo pensaba que Capello iba a alinear a Diego López... como es más alto". Silencio. Más segundos de silencio. Brusco cambio de tema. Fin de la conversación.En la Facultad de Periodismo te adiestran para impedir que en la radio se den estos vacíos. Dos segundos de silencio en un directo es algo parecido, para que se hagan una idea, a cuando en televisión el presentador aparece de repente mirando ante la cámara embobado y sin pronunciar palabra alguna cuando un corresponsal devuelve la conexión a los estudios centrales.Claro que también te enseñan que la información debe ser rigurosa, argumentada y contrastada, y desde esta perspectiva uno no puede menos que solidarizarse con la reacción (o la falta de la misma) del absorto periodista ante el "anda, y yo que pensaba que como era el más alto..." del contertulio.Lo peliagudo del asunto es que no se trata de un hecho puntual y sobre todo que, en ocasiones, el objeto del debate no son unos inocentes centímetros de más o de menos sino otros aspectos que mueven resortes más viscerales y peligrosos.Hay jugadores que han caído en profundas depresiones tras comprobar cómo en el estadio (o en la calle) sus aficionados les abroncaban tras una serie de malas críticas periodísticas, más o menos arbitrarias. Otros han sido zarandeados. Aún recuerdo como un grupo de aficionados del Valencia atacaron el coche de Héctor Cúper (el entrenador que llevó al equipo a su primera final de Champions) cuando éste abandonó el club. Las semanas anteriores los medios de la ciudad se habían cansado de criticar su conservadurismo, su falta de compromiso con el club y toda una serie de delitos y faltas, entre las que no estaba, por cierto, su falta de profesionalidad.Ha llegado el momento de que el periodismo deportivo cambie de código. Ya no se puede valorar a los presidentes en función de si son amigos o no. Estamos hablando de sociedades que manejan millones de euros y a las que cualquier información mal dirigida puede darle de lleno y dejar secuelas. El rigor es más necesario que nunca.Más deporte en el blog Pelotazos de www.eleconomista.es