C ualquier valoración sobre el legado de los casi treinta y nueve años de reinado del Rey Juan Carlos I debe partir, necesariamente, del reconocimiento y el agradecimiento más profundo y sincero a la persona del Rey y a la institución de la Corona. Creo que es un sentimiento compartido por la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles, en particular de los de mi generación, que han sido testigos de la impresionante labor de Don Juan Carlos como protagonista de la profunda transformación que España ha vivido en estas cuatro décadas. Ha sido un motor de cambio hacia la modernidad y el progreso, así como una pieza fundamental a la hora de volver a situar a nuestro país en el lugar que le correspondía en el mundo. La mayoría de los análisis políticos sobre la figura del Rey coincidirá también en destacar su capacidad de liderazgo para impulsar, contra viento y marea, las reformas necesarias que llevaron a España a una transición modélica hacia la democracia, a la que defendió decidida y ejemplarmente cuando fue puesta en peligro el 23 de febrero de 1981. Ese respaldo incondicional a las instituciones democráticas y a los valores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político que encarna nuestra Constitución, en uno de los momentos más críticos de nuestra historia contemporánea, le hicieron ganarse definitivamente el respeto, el cariño y la confianza de todos los españoles. Como empresario, quiero subrayar que a lo largo de su reinado el Rey ha sido el mejor embajador de España en el mundo, proyectando una imagen de nuestro país moderna y dinámica, difundiendo nuestra cultura, nuestras posibilidades, nuestro enorme potencial y también nuestro atractivo como destino de inversiones. Asimismo, ha contribuido a abrir las puertas a numerosas empresas españolas, que han abordado procesos de internacionalización y que hoy están presentes en todo el mundo como líderes y referentes en sectores económicos clave. Como presidente de Iberdrola he podido comprobar de primera mano ese apoyo constante al desarrollo de la economía española y de sus empresas en los encuentros personales que he tenido el honor y el privilegio de mantener con Don Juan Carlos. La renuncia de Su Majestad el Rey a la Jefatura del Estado y su decisión de abdicar la Corona de España de acuerdo con el mecanismo previsto en la Constitución abre una nueva página en nuestra Historia, marcada por el nombramiento de Don Felipe como su sucesor. El Príncipe de Asturias ha demostrado en el ejercicio de sus obligaciones a lo largo de estos años estar extraordinariamente preparado para asumir las más altas responsabilidades y ser el mejor garante de la estabilidad institucional y de la normalidad democrática en el proceso de sucesión. Estoy plenamente convencido de que Felipe VI pilotará con éxito, siguiendo el legado de Don Juan Carlos, una nueva etapa de transformación y renovación en el ámbito político, económico e institucional de la que saldremos reforzados como país y para la que cuenta con nuestra lealtad y apoyo incondicional.