Pemex y Repsol están condenados a entenderse. El Gobierno mexicano ha evitado pronunciarse sobre su interés por desprenderse de sus títulos en la española para mantener la presión. La intentona, no obstante, apenas ha surtido efecto, ya que los presuntos compradores se quitaron rápidamente del medio. Repsol ha logrado instalar una muralla en la compañía con las medidas adoptadas en la junta y ha tomado decisiones en todos los ámbitos que les exigían: han nombrado un consejero delegado, han rebajado el sueldo al presidente y han alcanzado un acuerdo con Argentina. Con todos estos pasos parece complicado hablar de inmovilismo en la española que ha ido cediendo a su ritmo con el acuerdo de sus grandes accionistas: La Caixa, Sacyr y Temasek. Por contra, Pemex o alguno de sus ilustres allegados, intenta crear confusión y promover un cambio para buscar su propio acomodo. Repsol está dispuesto a negociar un acuerdo con Pemex siempre que sea dentro del marco del actual pacto de cooperación, que la mexicana paralizó de golpe. La española tampoco está dispuesta a ceder su tecnología a cambio de nada, ni mucho menos a poner en riesgo su futuro. Por ese motivo, la reunión entre el presidente mexicano, Peña Nieto, y el español, Mariano Rajoy, servirá en cualquier caso para sentar las bases de una negociación franca y abierta, pero limpia de intereses espúreos. De lo contrario, tendrán que irse.