El laborista, con una determinación hasta ahora cuestionada, aumenta sus posibilidades como candidatoEl líder de la oposición británica retoma esta jornada el curso con la resaca de la derrota de David Cameron en la votación sobre Siria. El primer ministro abandonaba el pasado jueves el Palacio de Westminster con una profunda herida política en el mismo lugar donde Ed Miliband se había puesto una medalla. Por fin, el dubitativo heredero del Nuevo Laborismo, el eterno hermano menor, el responsable de unir a un partido roto tras 13 años de poder marcado por luchas internas, mostraba no sólo capacidad de plantar cara al premier, sino de establecer un nuevo precedente en la historia moderna de la Cámara de los Comunes. Nunca un inquilino del número 10 de Downing Street había visto cómo el Parlamento le daba la espalda en cuestiones de guerra, pero las heridas dejadas por la invasión de Irak en el imaginario colectivo británico dieron al pequeño de los Miliband alas para mostrar una determinación hasta la fecha residual. Es difícil que la sesión de la semana pasada pase a los libros de texto, pero en el diario personal del hombre que desde hace meses lidera las encuestas en Reino Unido marcará un antes y un después. Cameron había asegurado a Barack Obama llegar a tiempo para los calendarios que Washington tenía preparados para el ataque a Siria, pero ni el primer ministro, ni el presidente norteamericano, contaban con que Miliband se convirtiese en un freno mayor que la falta de autorización de la ONU. Y es que precisamente ahí está una de las grandes armas del dirigente laborista: desafiar los prejuicios que infravaloran su capacitación. No en vano, a diferencia del Cameron que llegó a Downing Street en 2010, Miliband atesora experiencia de Gobierno y tiene un profundo conocimiento de lo que ocurre tras el portón negro del número 10. El hermano equivocado Su elección en octubre de 2010 generó en el Laborismo la corriente de que habían elegido al Miliband equivocado. El gran favorito era su hermano mayor, David, pero el apoyo que representan los sindicatos aupó a Ed a un timón donde muchos no lo acababan de ver. Aunque el partido no se apea de la cabeza de los estudios demoscópicos, la creencia general vincula esta circunstancia a una contestación a los defectos de la primera coalición británica en más de 60 años más que a un mando firme por parte de la oposición. La situación es inédita, no sólo para el líder, que debe dar la batalla al primer Ejecutivo no monocolor desde la II Guerra Mundial, sino porque en las últimas tres décadas, los ciclos políticos en Reino Unido han resultado muy prolongados: desde los 18 años de los conservadores, hasta los 13 de la era Tony Blair-Gordon Brown. El principal desafío de Ed Miliband, sin embargo, pasa por convencer de que tiene la madera necesaria para culminar el camino a Downing Street. Ante un electorado desencantado, que incluso coquetea con el populismo del eurófobo UKIP, su propuesta de dar la vuelta a los desequilibrios económicos y alumbrar un espíritu de solidaridad podría funcionar para generar el mismo sentido de optimismo que en 1997 dio la victoria a Blair. El problema es que en el Reino Unido postcrisis, su viaje ideológico ha de estar apoyado por propuestas prácticas y, de momento, los laboristas han evitado entrar en el juego del debate. No darán a conocer sus propuestas concretas hasta el próximo año y rechazan dar pábulo a la dialéctica del enfrentamiento en los medios de comunicación. Pese a la frustración para algunos veteranos, Ed Miliband opta por la reflexión, no interviene hasta que no ha decidido su posición. Un rasgo donde algunos ven falta de agilidad, pero que podría convertirse en un activo a su favor en 2015 ante unos votantes que demandan menos ajedrez político, y más proximidad a la realidad.