El viernes pasado mi novia llamó por teléfono a su sobrina para felicitarle por su cumpleaños. Yo, que caminaba a su lado, tenía la antena puesta: "¿Cómo que has cumplido otro año? ¿Pero no te dijo la tía que no crecieras? No crezcas más, ¿eh?", le dijo. María, que estaba en plena celebración, le respondió. "Lo intentaré", dijo, con un aire a... "¡pero si tengo que crecer!". El día después, aquella conversación no dejaba de venir a mi mente mientras veía la final del Europeo de Fútbol sub 19. Los españoles transmitían esa sensación que en las categorías absolutas sólo se aprecia en equipos como Brasil, Argentina, Alemania, Italia o Francia. Pero nunca en España. "No crezcáis, no crezcáis", repetí varias veces ante el televisor cuando Bueno marcó el 1-0 a Escocia. La jugada fue espectacular: toque, velocidad, desmarque... y una preciosa vaselina de Bueno, un delantero de la cantera del Real Madrid. "No crezcáis, no crezcáis", insistía yo. Poco después llegó el segundo, también del delantero blanco. Después incluso tocó sufrir, en unos cinco últimos agónicos. Casi les empatan. Pero lograron salvar la victoria, como los equipos acostumbrados a ganar. El partido terminó el partido con los nuestros dando saltos de alegría y el título de Campeones de Europa bajo el brazo. Estuve a punto de volver a repetir mi ruego absurdo, pero mi imaginación se adelantó.Empecé a soñar que el tiempo se detenía, que, de pronto, los jugadores no se hacían mayores, que en todos los europeos y mundiales éramos un equipo de referencia, al contrario de lo que ocurre en realidad. Me dio por pensar que por una vez los éxitos de la España joven se trasladaban a los de la verdadera selección que tantas penas nos causa. Imaginé que Brasil y Argentina preferían que les tocase otro equipo antes que España, que no querían vernos ni en pintura.Me dio por crearme la ilusión de que los equipos de Primera hacían jugar de titulares a nuestros Campeones de Europa, como lo hacen cuando fichan a un jugador internacional de su misma edad. Que el Madrid tenía paciencia con Bueno y Mata, que se convertían en estrellas, que Marc Valiente era el jefe de la zaga del Barça, y Capel titular en el Sevilla. Seguí soñando, hasta que de pronto apareció un niño volando. Yo lo había visto en los cuentos vestido de verde, pero ante mis ojos se mostró con camiseta roja y pantalón azul y el escudo de España en el pecho. Era nuestro capitán. Le pedí que no creciese, pero él no lo puede evitar. La selección se fue haciendo mayor, hasta que volvió a fracasar.