L a tozuda realidad ha dado al traste con la irracional política aeroportuaria seguida en Castilla y León, donde han proliferado los aeródromos con la única justificación de evitar los efectos político-electorales del que se ha convertido en el gran arma de presión en la región: el agravio comparativo. Suprimidas las jugosas subvenciones que han permitido distorsionar la realidad de unas instalaciones sólo utilizadas para enriquecer a las compañías aéreas, las terminales de pasajeros de los cuatro aeropuertos de la región se asemejan a un desierto. Se ha parado la sangría de dinero del erario público, que sólo servía para que vallisoletanos, salmantinos, burgaleses y leoneses pudiesen presumir de vuelos low cost a la puerta de su casa y para que los regidores municipales de estas ciudades sacasen pecho. Pero una vez taponada la herida, parece que la estrategia de los responsables autonómicos es la de ponerse de perfil y esperarse a que la crisis escampe en la confianza de que la bonanza económica nos retrotraerá a los viejos tiempos. Se han gastado centenares de millones en infraestructuras que nunca debían haberse puesto en marcha. Pero ahí están y habrá que intentar darles uso. Aunque, insisto, no parece que anden en esas los responsables de la Consejería de Fomento. Probablemente no todo sea recuperable, pero al menos habrá que buscar fórmulas para sacar algún provecho a lo que tanto dinero nos ha costado a los contribuyentes. Las potencialidades logísticas de la comunidad, tantas veces cacareadas desde el poder político, puede ser una de las vías que permitan que lo que a todas luces ha sido un gasto se convierta en una inversión. Ahora que tanto se habla de la internacionalización, no estaría demás que se estudiase cómo estos aeropuertos pueden contribuir a que la economía regional sea un poco más fuerte más allá de nuestras fronteras. Pero hay que darle a la imaginación, no vale con evitar aparcar el problema a ver si se pudre. Por favor, hagan algo.