L a autoinclusión desvergonzada de tres directivos en el ERE que la Confederación de Empresarios de Andalucía ultima para 34 -serán 37 contando con ellos- empleados es la guinda de un enorme pastel de posibles delitos al que nadie se atreve a hincarle el diente. Necesitamos que fiscales y jueces valientes y vocacionales hagan las preguntas adecuadas para que Santiago Herrero, presidente de la CEA, Antonio Carrillo, secretario general, y los directivos de las empresas satélite de la patronal -Gaesa, GDT e Híspalis de Formación, fundamentalmente, aunque no sólo respondan de los cientos de millones de euros de dinero público que han gestionado las últimas décadas. Lo ha dicho el juez Elpidio Silva, que juzga al expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, en un acto organizado el pasado jueves por elEconomista: el delito, si se comete de forma continuada, no prescribe. Hay que preguntarles a Herrero y Carrillo por qué la CEA ha pagado las líneas de teléfono de sus esposas durante años; y otras decenas de dispendios personales, como alguna celebración de las bodas de plata de uno de esos dos dirigentes. Hay que preguntarle a Herrero por qué sus tres hijos tienen viviendas de VPO, y las esposas de sus hijos otras tantas anexas a las primeras para cuando esas tres familias tengan necesidades de espacio. Y hay que preguntarle a esos hijos y esposas también, claro. Hay que preguntar a los tres socios de Gaesa que figuran en el registro mercantil si, aparte de ellos tres, existe o no un pacto escrito y no elevado al registro que sitúa en ocho los socios reales de Gaesa. Y si entre esos ocho están Herrero y Carrillo. Y si es verdad que este proveedor que ha logrado sin publicidad, concurso ni evaluación de mérito alguna decenas de millones de euros en contratos de la CEA ha repartido a cada uno de esos ocho socios en torno a cien mil euros en dividendos anuales durante años. Es decir, si el dinero salía de la CEA para volver, en parte, a los bolsillos de su cúpula como es vox pópuli en toda Andalucía. En realidad, todos nos preguntamos atónitos si un latrocinio de esa magnitud es posible.