Los cerca de 40 grados a los que suele arder el asfalto de la Gran Manzana durante la época estival se convierten en una verdadera tortura para los que tenemos que sobrevivir al verano en la isla de Manhattan con la mera compañía de murmullo del aparato del aire acondicionado y, con suerte, una azotea equipada con alguna silla que permita juguetear con las brasas de Lorenzo. En realidad, en Nueva York hay muchas playas pero en boca de todos sólo existe un destino fetiche, los Hamptons, un verdadero paraíso no apto para cuentas de ahorro en decadencia. Si nos molestamos en desplazarnos 173 kilómetros desde el centro de la ciudad hasta la alargada isla de Long Island, alcanzaremos un compendio de residencias, lujo, chismorreos, escándalo y, sobre todo, mucho glamour bañado por la aguas del Atlántico. Debo reconocer que no soy íntimo de Dona Karan, tampoco comparto brunchs con Sarah Jessica Parker, ni Ronald Perelman me confiesa los secretos sobre sus inversiones pero, aunque forme parte de la mayoría de humanos con un sueldo normal, también quiero disfrutar de este paraíso de la alta sociedad neoyorquina. Para mi nueva hazaña del verano hablé con mi amiga Jill, una productora de televisión asidua a los veranos en el este de Long Island. Primer gran batacazo del día. "¿Has alquilado una casa? Un grupo de amigos ha conseguido una ganga por 40.000 dólares, una semana". No pude evitar que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo y responder con una negativa sonrisa. Ese mismo día, de búsqueda por la Red, me encontré con un artículo de la revista Forbes que afirmaba que una de las casas más caras de EE UU se vendió en los Hamptons por 90 millones de dólares. Una cosa que me quedó clara es que si uno no tiene el poderío para alquilar o comprar una casa allí, se convierte en el eterno invitado de los amigos con mayor poder adquisitivo. Como desgraciadamente Jill ha decidido este año poner rumbo a España para pasar sus vacaciones, decidí probar suerte con los hoteles y los conocidos como Bed and breakfast. Fue entonces cuando hice un segundo descubrimiento. Los Hamptons, como su propio nombre indica, son muchos y todos de buena familia, por supuesto, pero como siempre, existen diferencias. Los lugares más accesibles económicamente están en South Hampton, mientras que si queremos ver a Calvin Klein o Steven Spielberg hay que irse al este, hasta East Hampton. En cada una de estas zonas existen numerosas playas, muchas de ellas privadas, pero también las hay de acceso público, en las que el parking nos puede costar alrededor de 250 dólares. Finalmente, decidí que ya que me iba de vacaciones para sentir el vaivén de las olas, qué mejor que dormir en un barco. El Sea Dancer baila al ritmo del océano en Sag Habor, que comparte distrito tanto con el sur como con el este, y alquila camarotes por 175 dólares por persona, aunque un todo incluido viene a costar unos 300 dólares la noche. Otra opción es el hotel Carole's en East Quoge, en South Hampton, donde cobran entre 125 y 165 dólares por noche. Además, puestos a economizar y de paso rendir culto al cuerpo, existe la dieta de los Hamptons, en la que los carbohidratos son un arma asesina y se pueden alquilar siete horas de bicicleta por 25 dólares en www.bermudabike.com para recorrer la zona. En el caso de acabar derrotado podría alquilar una tienda de campaña en Montauk, una playa en East Hampton donde, entre semana, se puede aparcar por 10 dólares y acampar en su parque estatal Hither Hills. Creo que mi instintivo sentido del ahorro me separa del principal espíritu de los Hamptons: gastar dinero. Por esto mismo podría decantarme por viajar hasta allí en tren por menos de 50 dólares ida y vuelta, contratar una limusina que me llevaría a mi y otros cuatro ocupantes por 430 dólares, sólo ida, o irrumpir en helicóptero en menos de 45 minutos por 435 dólares. Dado que los atascos para llegar son demenciales, creo que tiraré la casa por la ventana y eligiré volar por los aires. Seguro que además de evitar horas de carretera cumpliré alguno de los consejos que www.hamptons.com recomienda para hacerse notar entre los ricos. Para saber que es lo que realmente pasa entre los asiduos de la zona es indispensable echar un ojo a la temida página seis del New York Post, la biblia del cotilleo neoyorquino. Esta semana la comidilla se centra en la modelo estadounidense Christie Brinkley, que reside en los Hamptons. Su marido ha caído en los brazos de una chica de 19 años y los pilares del aparente puritanismo que reina en la zona se han tambaleado. Pero no todo son llantos en East Hampton, las juergas del rapero P. Diddy tienen fama de escandalosas, los asiduos al polo han encontrado su paraíso y, cómo no, las boutiques de moda más conocidas han abierto sucursales entre las casas al más puro estilo colonial de Nueva Inglaterra.Recomendaciones de última hora: un restaurante italiano en East Hampton, Della Femina. En la misma zona merece la pena visitar Nick and Toni's para sentirse uno más entre la elite de la zona y después escuchar algún concierto en Stephen Talkhouse. Por cierto, he descubierto que los Hamptons no son tan inalcanzables. Al fin y al cabo, todos podemos ser la estrella por un día en las playas más lujosas del estado de Nueva York.Las bicicletas se han puesto de moda entre los jóvenes urbanitas como medio de transporte. Pero no son los únicos vehículos de dos ruedas que circulan por las ciudades modernas. Esta es una guía de introducción al fenómeno para no perderse. 1. La marca 'cool'. Una de las firmas más deseadas es la danesa Biomega, que cuenta con sofisticadas bicicletas y colecciones inspiradas en las capitales 'trendy' del planeta, como Amsterdam o Estocolmo. También son famosas sus colaboraciones con la casa deportiva Puma, con quien ha creado bicicletas 'avant garde' con materiales ultra ligeros (www.biomega.dk). 2. Las bicicletas 'fashion'. Hasta los diseñadores de moda han sucumbido a su discreto encanto. El público asistente al desfile de hombre de la línea 'sport' de Armani de este verano no pudo más que aplaudir a rabiar cuando, al final del 'show', aparecieron en la pasarela todos los modelos montando en bici. ¿El resultado? Todo el mundo quiere uno de estos vehículos firmado por el diseñador italiano. Ahora se ha transformado en un fetiche 'fashionista'. (www.emporioarmani.com) 3. La bici plegable. Es uno de los complementos más demandados. Se lleva en una bolsa colgada del hombro y, si hay prisa o uno quiere darse una vuelta, pues la monta en un abrir y cerrar de ojos. La marca más prestigiosa para las dos ruedas de bolsillo es Brompton (www.bromptonbicycle.co.uk). Muji, la firma japonesa de objetos de diseño, que acaba de inaugurar tienda en Barcelona, cuenta con otra estupenda (Rambla Catalunya, 81, www.muji.net). 4. Los segway. Seguro que el nombre no les suena, pero los poseen los guías urbanos más en la onda y se encuentran en los hoteles modernos y la tiendas vanguardistas. Son la alternativa futurista a la bici. Consiste en una especie de patinete de forma ergonómica que se impulsa con el movimiento del cuerpo. Una vez mantenido el equilibrio si uno se deja caer hacia delante se avanza y hacia atrás se frena (www.segway.com). 5. Para niños. Fíjese, no hay aeropuerto grande del mundo en el que no haya un niño desplazándose mágicamente sobre sus zapatillas. ¿El truco? Unas ruedas camufladas en el tacón o en los laterales de la parte de atrás del calzado. Basta con levantar la parte delantera del pie para empezar a rodar. ¿Para cuándo algo así pero en zapatos de adulto?