H oy tocaría comentar las medidas económicas propuestas por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, pero no quiero saturar al lector, ya de por si desvalido frente a la ingente información que ha recibido al respecto. Sin embargo, quiero comentar unos hechos que han pasado casi desapercibidos, sin muchos comentarios y que en cambio los considero muy peligrosos. Me refiero a la apertura de un expediente disciplinario a dos parlamentarios del PP por haber votado en contra de las directrices de su partido, uno de ellos en el Senado, por votar a favor de las ayudas a la minería, y otro en el Parlamento mallorquín, por oponerse a que el idioma catalán deje de tener una mayor protección legal frente al castellano en las Isla Baleares. Considero que un partido político expediente a una persona por indisciplina de voto es una enorme aberración democrática. Resulta que en nuestro país el personal electo de cualquier órgano carece de libertad de votar aquella propuesta que le parezca mejor, según su criterio y su conducta indisciplinada puede ser objeto de sanción. Que nuestra democracia es imperfecta ya lo sabíamos, pero esta evidencia tan descarnada no la teníamos hasta hoy. Tenemos un país dominado por los partidos políticos, donde el ciudadano es llamado a las urnas con el fin de legitimar unos partidos con su voto ya que no puede elegir a personas, solamente a partidos, debido a que las listas electorales son cerradas y dictadas por las cúpulas dirigentes de estas formaciones. Nuestra democracia aleja al ciudadano de la política ya que observa que no puede escoger una persona o castigarla en las urnas. En consecuencia, nuestros diputados se deben a sus jefes políticos y no a sus votantes, ya que si desobedecen las consignas de sus jefes, en la próxima legislatura serán castigados apartándolos de las listas o colocándolos en lugares que jamás puedan obtener un acta de diputado. Así los millones de ciudadanos, una vez hemos votado a un partido cada cuatro años, carecemos de fuerza para influir en el día a día de las decisiones políticas de nuestros diputados. Nuestro sistema electoral desincentiva al ciudadano y provoca que cada convocatoria electoral aumente el porcentaje de ciudadanos que optan por la abstención. Poco a poco, con el transcurso de los años, se genera con este sistema una nueva clase social, la política, con sus peculiares intereses. Esta clase social es indudable que se defiende a sí misma y detenta mayor poder que las otras clases sociales porque posee los tres poderes del Estado: el ejecutivo, el legislativo y el judicial que la defienden. Es una clase social que se halla enquistada fuertemente en la sociedad y además pretende permanecer y ostentar cada vez una mayor cuota de mayor poder. Es defendida por todos los partidos políticos y solamente algún partido pequeño aboga por limitar una parte de sus privilegios. Pero cuando este partido se hace grande (si ello es posible en nuestro país donde los dos grandes intentan impedirlo), se olvida de sus ambiciones de juventud y mantiene el statu quo actual, ya que de ello depende su subsistencia. Sinceramente, soy muy escéptico en cuanto a que mejoremos y perfeccionemos nuestra democracia porque para ello precisamos de nuevas leyes que deben ser votadas por los grandes partidos actuales, precisamente aquellos que utilizan nuestra democracia imperfecta para poder ostentar el poder sin sonrojarse sin pasar cuentas, obviando al ciudadano que se interesa por el funcionamiento de la cosa pública. El perfeccionamiento democrático solamente puede llegar a través de la presión ciudadana, porque la clase política organizada en partidos luchará para preservar sus derechos.