Las elecciones están aquí. Tiempos de mítines y carteles. De debates y campañas. Una realidad muy democrática... pero que habitualmente supone un duro trance para los mercados bursátiles. Por C. Triana, A. Barbaresi y P. CalvoL a campaña electoral ya está en marcha. Aunque la maquinaria partidista lleva funcionando varios meses -¿años?-, el pistoletazo oficial sonó en la medianoche del jueves al viernes. Por delante quedan casi dos semanas en las que la parafernalia política será constante: carteles, mítines, pegatinas, ataques y contraataques. Todo desembocará en el domingo 9 de marzo, fecha en la que se celebrarán las décimas Elecciones Generales de la democracia española. Los parqués tampoco son ajenos a esta realidad. Para ellos, la caravana electoral es sinónimo de ruido. De controversia. De promesas y más promesas, muchas de las cuales tienen contenido económico. Y eso no gusta. Es más, llega a hartar. Al menos, ésta es la imagen que se desprende de la evolución de la convivencia entre las urnas y los parqués en España. En un principio, y tal vez por aquello de la novedad democrática, los inversores saludaron el resultado de los comicios con compras. Así, la sesión siguiente a las Elecciones Generales fue alcista en el Índice General de la Bolsa de Madrid (IGBM) en 1977, 1979, 1982, 1986 y 1989. Es decir, en las cinco primeras ocasiones en las que los inversores llegaron al parqué con los escrutinios bajo el brazo. Pero con los 90 cambió la situación. Y lo hizo por completo. La resaca de 1993, 1996, 2000 y 2004 fue muy dura para el índice madrileño. Es más, en esos casos no es que la jornada posterior a los comicios fuera negativa, es que los números rojos se alargaron al conjunto de la semana y del mes -ver gráfico inferior-. Retrato robot de las reacciones ¿A qué responde este vuelco? ¿Son arbitrarios esos datos? No, no lo son, puesto que permiten extraer conclusiones válidas sobre la relación entre las elecciones y las cotizaciones. Para empezar, constatan la profunda evolución que ha vivido el mundo económico y financiero en las últimas décadas. En los comicios del año 2000, el Partido Popular (PP) no sólo reeditó su triunfo, sino que obtuvo una inesperada mayoría absoluta. Tras una legislatura que había confirmado el renacimiento de la economía española, y sin la necesidad de acudir a pactos, los inversores podrían haber tributado una calurosa acogida a la noticia. Pero no lo hicieron. ¿Acaso les desagradó el resultado? No. Lo que ocurrió el día posterior fue que se confirmó que Japón había entrado en recesión. Este ejemplo pone de manifiesto la influencia de un fenómeno que aún no había emergido en los 70 y 80, pero que irrumpió definitivamente en la segunda mitad de los 90: la globalización. A diferencia de las primeras consultas, lo local cohabita ahora con lo global. Es más, lo segundo pueda llegar a eclipsar incluso a lo primero. ¿Quiere decir esto que las elecciones no influyen en bolsa? No, pero es cierto que si, por ejemplo, el próximo 10 de marzo se conociera algún dato que confirmara que EEUU entrará en recesión, podría afectar más que el resultado electoral. "Los mercados ahora son más abiertos, de ahí que el peso de las elecciones sea menor y, en todo caso, repercute muy a corto plazo", afirma un analista bursátil. Por tanto, las elecciones cuentan, pero durante un breve periodo. La influencia en las cotizaciones se disuelve con el paso del tiempo, de forma que la reacción inmediata se difumina. En cinco de las nueve consultas celebradas hasta ahora, el comportamiento anual ha sido distinto al registrado justo después de los comicios. ¿Y cuándo son más acusadas las reacciones? "A las bolsas no les gustan los sobresaltos ni la incertidumbre", concluye otro experto. En efecto, la experiencia demuestra que las cotizaciones bajan en la jornada posterior a cuando se producen resultados inesperados (en 1993 se esperaba una victoria electoral del PP que no llegó y en el año 2000 el vuelco no estaba previsto) y mayorías simples que obligan a pactar (de nuevo 1996). Con respecto al último punto, es reveladora la conexión entre la obtención de una mayoría simple y el saldo bursátil del mes posterior a las elecciones, que es cuando se producen las negociaciones para alcanzar los pactos pertinentes: en cuatro de las cinco ocasiones (1977, 1993, 1996 y 2004) el mes posterior fue bajista. La excepción corresponde a los comicios de 1979. Con estos precedentes, todo indica que el 10 de marzo será un día delicado para los parqués, ya que las estadísticas descartan una mayoría absoluta. ¿Y hay alguna preferencia? Dadas las difíciles circunstancias económicas y financieras actuales, no hay un veredicto claro. De hecho, el banco de inversión Goldman Sachs considera que aunque la economía es un tema capital en esta ocasión, "al final, la cuestión sobre cuál será el partido que gane será el aspecto menos relevante de estas elecciones". Los programas son similares y, además, pase lo que pase el vencedor se enfrentará a un entorno tremendamente incierto. ¿Y si hay relevo? ¿Qué respuesta dan los parqués a las alternancias? De momento hay empate: en 1982, los inversores celebraron la primera mayoría absoluta de Felipe González, pero en 1996 dudaron tras la apurada victoria del PP. ¿Habrá ocasión de romper este equilibrio el 9 de marzo?