Tres son las dimensiones que la formación universitaria en gestión empresarial debe contemplar: conocimientos, procedimientos y valores. El equilibrio entre las tres es un compromiso de los que planificamos y gestionamos carreras universitarias puesto que priorizar una respecto de otra puede generar atrofias en el egresado y coloca a nuestros futuros empresarios en peor situación para competir en el mercado laboral. Una reflexión sobre este equilibrio se hace necesaria ahora que las universidades españolas estamos planificando los nuevos Grados del Espacio Europeo de Educación Superior. La primera dimensión, el conocimiento, es consustancial a la formación universitaria. Pero no por obvia está exenta de dificultad. En primer lugar, porque el conocimiento no es un espacio finito, y el tiempo de aprendizaje sí lo es: por ello se impone una priorización en la elección de los contenidos. En segundo lugar, porque además del qué aprender, es vital reflexionar cobre el cómo aprender. Es absurdo y estéril discutir sobre materias o asignaturas sin abordar simultáneamente la mejor metodología para cada una de ellas. El estudio de casos, la reflexión inductiva en el aula sobre situaciones de mercado reales y hasta la recomendación de películas relacionadas son sin duda formas didácticas complementarias a la clase magistral. Pero no se trata sólo de proponer asignaturas llamadas instrumentales como el inglés o las TIC. Sino de asegurarnos que en su salida al mercado, los egresados saben utilizar estos instrumentos con naturalidad en su práctica empresarial, como medios que son y no como fines: una inversión maquiavélica de esta realidad nos lleva a encerrarnos en una torre de marfil, en la que sin duda hay mayor confort para los académicos, pero que nos deja atrás de toda competitividad universitaria. La segunda dimensión, los procedimientos, se refiere al saber hacer del futuro empresario o economista. Cuando descuidamos la dimensión procedimental, construimos personas excelentes en el plano teórico, pero incapaces de implementar lo aprendido. Y eso para la ciencia empresarial es no sólo grave sino perfectamente inútil. Durante años, en España hemos formado licenciados en empresariales que en cinco años podían no pisar una empresa. Trasladen esa situación a un licenciado en medicina y díganme si esa es una buena formación. Los planes de estudios más modernos ya recogen periodos de prácticas obligatorias, aunque seguimos a años de luz de nuestros vecinos franceses o británicos que gozan de periodos de stage relativamente largos y distribuidos en varios cursos. También es cierto que un excesivo peso de la dimensión procedimental en la formación empresarial nos lleva a una tiranía del pragmatismo, en donde lo que no se aplica directamente en la empresa no es útil. Por ello el arbitraje entre la dimensión conceptual y la procedimental es tan importante: los conocimientos son necesarios siempre y cuando ayuden a mejorar la práctica empresarial. Y eso nos lleva a analizar la situación análoga a la anterior, en la que lo que falta es la dimensión de los valores. El egresado que posee conocimientos y se mueve con soltura en la práctica pero que carece de una formación en actitudes y valores plantea una mayor resistencia al cambio, se mueve con dificultad en escenarios culturales ajenos al suyo y desarrolla menos habilidades directivas. La formación en valores es la que fomenta en las personas la creatividad, la emprendeduría, la iniciativa, y la capacidad de innovación, todas ellas habilidades capitales para el mundo empresarial. La cualificación demandada por las empresas hoy en día gira mucho más en torno a esta dimensión que a las otras dos. Volviendo al espíritu de Bolonia y al Espacio Europeo de Educación Superior en el que propone el aprendizaje a lo largo de la vida, ¿qué peso especifico tiene cada una de estas dimensiones en él? Sin duda, la formación en valores es la que mejor predispone para ese aprendizaje constante, porque es la que permite la adaptación a los escenarios que varíen en tiempo y espacio, y la que ayuda a detectar si en dicho aprendizaje longitudinal existen carencias en las otras dos dimensiones. Apostemos por tanto por un equilibrio razonado entre conocimientos, procedimientos y actitudes huyendo de la gran paradoja en la que estábamos de formar personas en la orientación al mercado, sin orientarnos nosotros a la demanda cambiante de empresas y de estudiantes. Tenemos ahora la oportunidad y la responsabilidad.