Analistas y bailarinas protagonizan la trama montada por ex empleados de Goldmannueva york. La trama de esta historia no tiene desperdicio y algún productor de Hollywood debería llevarla a la gran pantalla. Sin embargo, la espiral de soplos de información privilegiada orquestada por un ex analista de Goldman Sachs ha sentado cátedra en Wall Street tras ser castigada con cinco años de cárcel para su principal protagonista. Al fin y al cabo, aprovecharse de información confidencial interna relativa a las compras de grandes compañías puede ser de lo más fructífero. Si no, que se lo pregunten a Eugene Plotkin y a David Pajcin, ex empleados del banco de inversión y cabezas pensantes de esta truculenta artimaña con la que se embolsaron cerca de siete millones de dólares. Un suculento beneficio que no podrían haber cosechado sin la participación de tres fuentes de excepción: un ex analista de Merrill Lynch, un miembro del Tribunal Supremo y el robo de ejemplares adelantados de la revista BusinessWeek. Con esta fórmula mágica por bandera, Plotkin, de 28 años, se declaró culpable la semana pasada por los cargos de fraude financiero y uso ilícito de información privilegiada, una aventura que le obligará a pasar cuatro años de su vida entre rejas, pagar una multa de 10.000 dólares y devolver los 6,7 millones de dólares derivados de esta truculenta trama. Finalmente, un juez de Nueva York dictaminó la sentencia de este caso que vio la luz en agosto de 2005 y pasará a la historia como uno de los grandes escándalos que ha ensombrecido las entrañas financieras de la Gran Manzana. Baños turcos como testigos La columna vertebral de este enrevesado plan comenzó a urdirse en unos baños turcos situados en el corazón bajo de Manhattan. Entre el asfixiante vapor, Plotkin y su cómplice Pajcin convencieron a Stanislav Shpigelman, un ex compañero de universidad y ex analista de Merrill Lynch, para que les soplara información sobre próximas adquisiciones dentro del corporate nor- teamericano, entre ellas la compra por parte de Procter & Gamble de Gillette o el trato de Adidas para hacerse con Reebok. Por supuesto, esta clase de secretos confidenciales no fueron gratuitos y se pagaron con parte de los beneficios obtenidos tras invertir en dichas compañías antes de que la información se hiciera pública. Por ello, Shpigelman fue condenado el año pasado a tres años de cárcel por conspiración. Por otro lado, Plotkin y Pajcin se las arreglaron para convencer a dos hombres para que entraran a trabajar en la planta de impresión donde se da a luz la revista BusinessWeek. Así, robaron números adelantados de la publicación e invertieron en las compañías que recomendaba. Por si esto no fuera suficiente, Pajcin echó mano de Jason Smith, un compañero de instituto y miembro del Tribunal Supremo de Nueva Jersey. Smith participó en una investigación del tribunal sobre la farmacéutica Bristol Meyers y, como no, también pasó información privilegiada a los dos aventajados inversores. Una vez más, la broma salió cara y Smith ha sido condenado a 33 meses de cárcel. Como en cada trama, siempre queda algún cabo suelto. En 2005 los reguladores comenzaron a sospechar de los suculentos beneficios de inversión obtenidos por una mujer retirada de 63 años, que en el pasado fue fabricante de ropa interior. Desgraciadamente, esta croata de nacimiento era la tía de Pajcin, al que su sobrino había decidido involucrar para lavar parte del dinero conseguido. Además, Pajcin también utilizó a su novia, una bailarina exótica, para guardar parte del suculento pastel.