El Reina Sofía muestra con 400 piezas la relación entre el cante jondo y los movimientos modernos Tanto el flamenco, concebido como cultura popular, como las vanguardias son a finales del siglo XIX expresiones estéticas de una España que aspira a conquistar el futuro. En 1865 Édouard Manet viaja a la Península para ver de cerca a los maestros españoles y el cantaor Silverio Franconetti regresa a Sevilla para poner las bases de lo que pronto sería el cante flamenco. Partiendo de estos viajes, el Museo Reina Sofía de Madrid acoge hasta el 24 de marzo la exposición La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura popular 1865-1936, que se inaugura con un retrato de la bailaora Carmencita que actuó en Nueva York a finales del siglo XIX. Por su parte, Edouard Manet había introducido en su pintura no sólo los asuntos españoles, sino también, y gracias al modo de pintar que sigue a Velázquez, el nuevo modo expresivo que preludia al Impresionismo. Y los hermanos Bécquer fueron los primeros que recogieron el asunto del baile español, interesándose por el realismo de la representación antropológica pero también por su carácter popular, que lo convierte en un medio idóneo para la crítica social. La España negra La publicación de España negra, un libro de viajes de Emile Verhaeren y Darío de Regoyos, extiende una imagen dura y pesimista de España que pervive bien entrado el siglo XX. Las obras de Solana, Nonell y el propio Regoyos contribuyen a dibujar ese retrato, al que también se acercan otros pintores tradicionalmente luministas, como Anglada Camarasa o Sorolla. Pastora Imperio será la bailaora que protagoniza la España tremendista, cuyos escenarios pueden seguirse en las fiestas populares o en cafés urbanos. Y el mundo de los gitanos, el otro español por excelencia, forma parte de esas imágenes oscuras. Coincidiendo con la difusión del Cubismo y con la llegada a la península Ibérica de artistas que huyen de la guerra, como Gleizes, Picabia o los Delaunay, el baile español aparece como modelo de ritmo abstracto y decorativo. Numerosos artistas utilizan la imagen de la bailarina para descomponer la figura, transitando de la figuración a la estilización o abstracción: entre ellos, Picasso y Severini Lipchitz. La guitarra también es un elemento en numerosas composiciones, al que no es ajena su identificación con el cuerpo femenino. Asimismo, llegan a España durante la Primera Guerra Mundial los ballets rusos y con ellos Picasso y Goncharova como decoradores. La puesta en escena de los Ballets rusos animará a algunos españoles que trabajan en París, como La Argentina o Vicente Escudero, a crear compañías y a elaborar, en colaboración con artistas como Néstor o Sáenz de Tejada, y músicos como Falla o Albéniz, grandes espectáculos pensados para los grandes teatros internacionales. Muchos entienden que tanto el baile ruso como el español se hallan en un lugar intermedio entre lo popular y lo clásico. La exposición Las figuras claves de la sección titulada La República. La España eterna y la españolada son Miró, Picabia y Man Ray. El flamenco es plenamente consciente de su identidad y se desgarra entre el purismo estético y los tópicos comerciales. La óptica cinematográfica y el tópico popular defendido por la publicidad se adentran en la pintura: las imágenes de Romero de Torres o Martín Durban dan fe de ello. El cine español, preocupado por regalar a sus públicos con asuntos de tema local, recoge lo español superficialmente -toros, mantillas, gracia andaluza y mujeres deshonradas- y lo relaciona, además, con la vida suburbana o rural, contraponiendo un mundo de señoritos y miserables . La figura de la bailaora Carmen Amaya, con sus pantalones y su zapateado furioso, resume esa imagen paradójicamente nueva, de la España eterna, dramática y batalladora. La muestra que cuenta con la colaboración de Caja Duero, incluye también una sala de proyecciones donde se exhibe de forma continua una selección de películas y vídeos en DVD, ya que intenta abarcar todas las manifestaciones plásticas y artísticas.