Los banqueros centrales de los países del G-20 descartan la recaída en una recesión mundialBruselas aplaude la salida de Stark porque dejará de lastrar las compras del BCE de deuda públicabruselas/berlín. El galo Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo (BCE), esgrimió ayer su credibilidad en un esfuerzo de titanes para calmar el pánico en los mercados. El máximo responsable de la política monetaria de la zona euro puso su mano en el fuego y se mostró convencido de que Grecia cumplirá sus promesas -ajustes presupuestarios, reformas económicas y privatizaciones- y se alejará del abismo de la bancarrota. Si Atenas no respetara sus promesas, Europa y el Fondo Internacional (FMI) cerrarán este mismo mes el grifo de las ayudas del rescate y el Estado quebrará casi de inmediato. El impacto de la estampida que un impago griego puede provocar en el mercado amenaza con ser demoledor sobre bancos como los franceses, Estados como el español o el italiano, y sobre la delicada salud de la economía internacional. Trichet realizó estas declaraciones en la localidad suiza de Basilea, al término de una reunión en la sede del Banco de Pagos Internacionales (BPI) de los bancos centrales del G-20: el grupo de los países más ricos del planeta y las economías emergentes más prometedoras. El otro mensaje tranquilizador tras esta cita fue que los bancos centrales del G-20 admiten que la economía global se ralentiza, pero descartan que se vaya a recaer en una recesión. Las dudas sobre la solvencia de Grecia y el temor a una recesión global arrastraron ayer de nuevo con fuerza a la baja al euro y a las bolsas europeas. ¿Quiebra en octubre? La propia Grecia se había encargado previamente de echar leña al fuego. Filippos Sachinidis, su viceministro de Finanzas, en una entrevista concedida al canal de televisión Mega TV alertó al ser interrogado sobre la capacidad del Gobierno de hacer frente al pago de las pensiones y de los sueldos de los funcionarios: "Contamos con margen de maniobra hasta octubre". Para seguir en pie un trimestre más, Atenas necesita un balón de oxígeno en forma de préstamos de Europa y el FMI por un total de 8.000 millones de euros. Contradicciones en Alemania Por su parte, eran inquietantemente contradictorias las señales que se captan desde Berlín, la capital más influyente de la UE y la contribuyente principal a la operación de rescate. "El Gobierno parte de la base de que Grecia está haciendo todo lo posible para cumplir con sus compromisos", afirmó en la misma línea que el presidente del BCE el portavoz oficial del Ejecutivo alemán, Steffen Seibert. Seibert rechazó entrar "en especulaciones" sobre cuáles serían las iniciativas que se adoptarían ante un hipotético incumplimiento de los compromisos adquiridos por Atenas. Expulsión del euro Por el contrario, tanto el Partido Liberal (FDP) como la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU), ambos socios de la Unión Cristianodemócrata (CDU) en el Gobierno de coalición que encabeza la canciller Angela Merkel, siguen aireando sus dudas sobre que Grecia alcance sus objetivos. Desde la CSU, su presidente y primer ministro de Baviera, Horst Seehofer, defendió en declaraciones a la cadena pública de televisión ZDF que no se excluya la reflexión de expulsar a Grecia del euro "si pese a todos sus esfuerzos" no consigue reflotar sus cuentas públicas. El presidente de los liberales alemanes y ministro de Economía, Philipp Rösler, argumentó a través de un artículo de opinión publicado en el rotativo Die Welt que "para estabilizar el euro no debe haber a corto plazo tabúes a la hora de reflexionar". Y no descartó una quiebra ordenada. Alemania "quiere que Grecia siga siendo miembro de la Eurozona", declaró ayer un portavoz del Ministerio de Economía germano al ser interrogado sobre el artículo de su ministro. Aunque admitió que el país mediterráneo "manifiestamente había cumplido sus compromisos con poca firmeza". La Comisión Europea, infinitamente menos influyente que Berlín, rechazó de nuevo toda posibilidad de quiebra. "Lo estoy diciendo cada dos o tres días. No, no trabajamos sobre tal hipótesis", afirmó ayer el portavoz del liberal finlandés Olli Rehn, comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios. "No es una cuestión de agenda, no es una cuestión de logística, es una cuestión de compromiso político", enfatizó. En los pasillos de la Bruselas comunitaria se asegura que entre los responsables europeos crece la sensanción de que no es posible dejar quebrar a Grecia, al menos mientras Atenas colabore y se pliegue a las condiciones de su rescate. Si Grecia quiebra las consecuencias son imprevisibles para la banca francesa dada su elevada exposición a la deuda pública griega. También se abriría la caja de los truenos en los mercados, que podrían empujar a la bancarrota a Irlanda, Portugal, Italia y España. Dado que Grecia en realidad es pe- queña (sólo representa el 2 por ciento del producto interior bruto o PIB europeo) y el dinero que necesita es relativamente poco, arriesgarse a sembrar el caos no merecería la pena. Los eurócratas bruselenses también trabajan a partir de la premisa según la cual la conservadora Merkel está cambiando de dirección, e intentando que también cambién sus correligionarios y sus socios de Gobierno. La caída de Stark es bienvenida Ese cambio en Berlín explica, según la lectura que se hace en los pasillos comunitarios, la dimisión la semana pasada del economista jefe del Banco Central Europeo (BCE), el halcón Jürgen Stark. Los mercados han interpretado tal dimisión como una mala noticia para el euro, porque en plena tormenta bursátil abre una crisis en la única institución de Eurolandia que aún gozaba de crédito casi ilimitado como gestor de la crisis entre los inversores. En Bruselas se considera una buena noticia porque cae un opositor radical a que el BCE compre deuda de países en el punto de mira de los mercados como España e Italia; porque desvela que Merkel ya favorece tal intervención en los mercados, sin lo cual Stark no hubiera caído; y porque Berlín ha cerrado de inmediato las especulaciones sobre la sucesión al proponer el relevo. Las instituciones comunitarias tejen de manera soterrada un posible acuerdo en octubre para posteriormente poner en marcha emisiones de eurobonos, y reformar la gobernanza de la zona euro. Los países en apuros que necesiten del apoyo de los demás deberán ceder soberanía. Ya son públicas las propuestas de primeros espadas europeos como los presidentes entrante y saliente del BCE de crear un ministro europeo de Finanzas, o un comisario europeo de Disciplina presupuestaria, con voz y voto sobre las cuentas de los países que incurran de manera incorregible en deudas y déficits públicos excesivos. Incluso con poder para imponer sanciones o dictar subidas de impuestos. El ocaso de Juncker De momento, la decisión más inmediata es la de relevar a Jean-Claude Juncker, cuyo mandato como presidente del Eurogrupo concluye en enero. Y cuya eficacia al frente de estas reuniones ministeriales está muy cuestionada. Tanto que Merkel y Sarkozy propusieron en verano que Van Rompuy presida las cumbres de jefes de Estado o de Gobierno de la zona euro, y también empujan en privado para que haga lo mismo con las reuniones entre los ministros. Para presidir las reuniones ministeriales en lugar de Juncker se ha hablado del ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schaueble, pero su edad y sobre todo su delicado estado de salud lo desaconsejan.