x Profesor de la Escuela de Derecho de Harvard. © Project Syndicate, 2011. O ccidente está atrapado en una crisis de deuda. Estados Unidos se acercó el 2 de agosto, de manera peligrosa, a una parálisis por culpa del techo al endeudamiento, y Standard & Poors, el 5 de agosto, rebajó la calificación de EEUU. En Europa, el presidente saliente del BCE recomienda tener una autoridad fiscal más centralizada en Europa, con el fin de hacer frente a probables impagos de uno o más de los siguientes países: Grecia, Portugal y España. Tanto Europa como Estados Unidos pueden aprender una lección escondida en la historia estadounidense. Perdido entre la habitual veneración patriótica hacia los fundadores de EEUU se encuentra el hecho de que éstos crearon un nuevo país durante -y en gran parte debido a- una paralizante crisis de deuda. Y hay esperanzas de que la actual crisis llegue a convertirse en un similar momento de creatividad política. En 1783, después de la independencia de Gran Bretaña, los estados de Estados Unidos se negaron a pagar sus deudas de la Guerra de la Independencia. Algunos no podían, otros no querían. El país en su conjunto funcionaba como una confederación poco compacta que, al igual que la Unión Europea en la actualidad, carecía de potestad tributaria como también de otros poderes. No podía resolver sus problemas financieros, y, finalmente, dichos problemas -en gran parte problemas de impagos recurrentes- se catalizaron en la Convención de Filadelfia para crear un nuevo Estados Unidos. Y posteriormente, entre 1790 y 1791, Alexander Hamilton, el primer secretario del Tesoro de EEUU, resolvió la crisis tomando algunos de los pasos más atrevidos en la historia para construir una nación. Hamilton convirtió el naufragio financiero del país durante la década de 1780 en la prosperidad y coherencia política de la década de 1790. Para entender los logros de Hamilton -y por lo tanto para apreciar la importancia que tiene en nuestros tiempos- debemos entender la magnitud de la crisis de deuda originada por la Guerra de la Independencia. Algunos estados carecían de recursos para pagar. Otros trataron de pagar, pero no recaudaban los impuestos necesarios para lograrlo. Otros, como por ejemplo Massachusetts, intentaron recolectar tributos, pero sus ciudadanos se negaron a abonarlos. De hecho, algunos recaudadores de impuestos fueron recibidos con violencia. Los endeudados agricultores se levantaron para impedir que funcionasen los mecanismos de reembolso en muchos estados, y el caso más famoso fue la Rebelión de Shays en Massachusetts. Incluso los mecanismos privados de pago de la deuda a través de los tribunales de justicia no funcionaban. James Madison, quien se convertiría en el autor principal de la Constitución, no podía pedir un préstamo para comprar tierras en la frontera de Virginia porque los prestamistas no confiaban en la capacidad de los tribunales de Virginia para exigir el reembolso. George Washington expresó su descontento acerca de EEUU indicando que no era un "país digno de respeto". Consideró la Rebelión de Shays como un hecho muy preocupante, por lo que dejó de lado su primer retiro para presidir la convención del año 1787. Hoy en día, las características más notables de la Constitución de EEUU se refieren al reparto de poderes entre el Congreso y la presidencia, y la garantías que ofrece para los derechos individuales a través de sus diez primeras enmiendas. Pero, en aquel momento, el papel principal de la Carta Magna fue actuar como un mecanismo de repago de la deuda gubernamental. La Constitución crearía un nuevo Gobierno nacional que tuviese la capacidad de acuñar una moneda estable, pedir préstamos y pagar deudas, incluyendo los préstamos que tomaron los estados para la Guerra de la Independencia entonces en mora. Al haberse ratificado la Constitución en 1789, Washington se convirtió en presidente y designó a Hamilton -aún en la treintena- como la principal autoridad del Tesoro. Hamilton no era una persona de finanzas. Fue jefe del Estado Mayor de Washington durante la Guerra de la Independencia y fue una persona que aprendía con rapidez: cuando llegó el momento de aprender tácticas de guerra, leyó manuales militares; y cuando fue el momento de convertirse en un líder nacional entendido en finanzas, leyó libros de finanzas. Sin embargo, no fue una casualidad que dos militares fueran la clave para que Estados Unidos se convierta en una "Nación digna de respeto" en términos financieros. Ambos creían que sólo un Estados Unidos fuerte fiscalmente podría tener la capacidad militar necesaria para defenderse de las potencias europeas, cuyo regreso a suelo americano representaba una amenaza para estos dos hombres. Pero no fue fácil conseguir los dólares para abonar la deuda. No había prestaciones que recortar o fondos del Gobierno para redirigir. Hamilton sabía que el tipo equivocado de impuestos debilitaría la ya frágil economía. Él se centró en impuestos a las importaciones e impuestos a los bienes no esenciales, como, por ejemplo, el whisky. Además, Hamilton necesitaba que el Congreso autorizase al Gobierno federal que éste asumiese las deudas de los estados, lo que al principio parecía poco probable. Algunos, como Virginia, ya habían pagado gran parte de su deuda, y otros veían que sus deudas se habían convertido en un juego financiero para los especuladores de Nueva York. Como resultado, muchos estados federales temían que la asunción de la deuda por parte del Gobierno federal iba a significar que sus impuestos fueran a pagar a los especuladores del norte o a cancelar la deuda de grandes prestatarios, como por ejemplo de Massachusetts. Virginia y otros estados del sur que debían poco o que ya habían pagado lo que debían votaron en contra del proyecto de ley de asunción de la deuda y lo derrotaron. Se esperaba que ellos actuasen de manera inflexible, un desenlace que bien podría haber provocado la desaparición del joven país. Jefferson y Madison, los líderes del sur, se opusieron al plan de asunción de la deuda de Hamilton, y Madison desempeñó un papel fundamental en el bloqueo de dicho plan en el Congreso. Pero después, los tres se reunieron para cenar y llegaron a un acuerdo. Jefferson y Madison no querían que la capital del país estuviese ubicada en el norte, y Hamilton aceptó a regañadientes apoyar su traslado a un área creada para ello en Virginia o Maryland. Ellos, a su vez, asegurarían los votos para que el Gobierno federal asumiese y pagase las deudas en mora de los estados. De este gran acuerdo emergió un estado fiscalmente responsable. A pesar del enorme coste -más de la mitad de los gastos del naciente Gobierno en los primeros años fueron destinados al servicio de la deuda-, la economía se quitó de encima la depresión de la década de 1780 y entró en un auge de crecimiento. La tarea de Hamilton fue, a la vez, más fácil y más difícil que la nuestra hoy día. Fue más fácil porque existían pocas opciones: no existían impuestos sobre la renta que ajustar o prestaciones que reducir. Y fue más difícil porque Estados Unidos era una entidad desconocida y había pocas razones para confiar en la no-nación americana. La trayectoria actual es inversa a la de la década de 1780 y de 1790. En la actualidad es difícil que América (y, hasta hace poco, el mundo) pueda imaginar un impago estadounidense, porque no ha existido ninguna razón de peso para temer una desde la década de 1790. Los estadounidenses hoy saben lo que se debe hacer: una combinación de recortes de prestaciones y aumentos de impuestos. Los europeos también saben que se debe alcanzar un nuevo equilibrio. Pero hasta que Europa y Estados Unidos encuentren líderes con la autoridad y la voluntad de repetir una versión moderna del ejemplo establecido por Hamilton, Jefferson y Madison hace 200 años, sus problemas de deuda continuarán debilitando sus cimientos nacionales.