T al como recordaba elEconomista en estas mismas páginas, el pasado 1 de julio se cumplió veinte años de la integración plena de Canarias en la UE, particularmente de la entrada en la unión aduanera, en la política agrícola común y en la política comercial. A pesar de los agoreros de la época, el balance de estos 20 años ha sido muy positivo. Resulta evidente que el salto que hemos vivido en las islas en estos años es notable, tanto en el aspecto económico y social como de infraestructuras de todo tipo. El euroentusiasmo que despertaba un sistema comunitario controlado por Jacques Delors no tiene nada que ver con la percepción de liderazgo que ofrece Bruselas a sus ciudadanos y empresas. La presencia de Canarias en el marco de la UE es de tal calibre que en estos momentos tiene algo más de 100 regulaciones diferenciadas del resto de España, por ejemplo. Teniendo en cuenta que el "espíritu europeo" no esta pasando por sus mejores momentos, incluso me atrevería a decir que atraviesa las jornadas más oscuras de toda su existencia por no haberle dado, hasta la fecha, una verdadera solución estratégica y con enfoque europeo y no nacional a la crisis que estamos sufriendo desde hace años. Canarias siempre vivirá con los costes de la ultraperiferia inherentes a su situación. Pero al mismo tiempo, tiene que poner en valor su situación estratégica y concretar sus proyectos de futuro en Europa para que en los próximos 20 años podamos consolidar y avanzar sobre lo que hemos logrado en los veinte ya pasados. En los próximos meses el modelo canario vuelve a estar sobre la mesa, particularmente las perspectivas que empiezan en 2014 y, sobre todo, un nuevo mapa de ayudas de estado que recoja la realidad ultraperiférica son elementos esenciales para poder abordar el futuro de las islas con tranquilidad.