Roma crecerá en 2012 menos que España y deberá el triple que nuestro paísRoma crecerá en 2012 menos que España y deberá el triple que nuestro paísRoma crecerá en 2012 menos que España y deberá el triple que nuestro paísbruselas. Los rumores de que algunas entidades italianas suspenderán los test de estrés bancarios y el desencuentro entre el jefe de Gobierno, Silvio Berlusconi, y el ministro de Economía, Giulio Tremonti, mantienen a Roma al filo del precipicio. Pero lo sorprendente radica en cómo esta situación consiguió pasar desapercibida durante tanto tiempo para los especuladores ávidos de presas fáciles. Los desequilibrios del Estado no responden a nuevos síntomas, hunden sus raíces en sucesivos desajustes contables e indicadores sospechosos. Sin ir más lejos, la italiana se puede considerar una economía estancada, cuyo PIB a lo largo de 2012, según las previsiones de Bruselas, crecerá alrededor del 1,3 por ciento, menos incluso que el 1,5 esperado para el español por nuestro propio Gobierno. En términos relativos por habitante, de hecho, también seguimos por delante, conforme a los últimos datos que Eurostat publicó sobre 2010. Italia pertenece al grupo de los siete países industrializados más ricos del mundo (G-7) y sus exportaciones siguen a la cabeza del ranking universal. La venta al extranjero de artículos textiles, productos de ingeniería y automóviles no logró, sin embargo, contener el acusado déficit comercial que en 2010 encajó la república transalpina, otra de las lacras que arrastra Roma y alimenta el apetito de los mercados. El agujero comercial sumó unos 27.300 millones de euros (cinco veces más que el de 2009) y se convirtió en la cifra más alta desde que el Instituto italiano de Estadística lleva a cabo esta medición. El gran estigma de la economía italiana estriba en su enorme deuda pública, que a cierre del año en curso equivaldrá al 120 por ciento del PIB, sólo por debajo de la griega, que se irá hasta casi el 158. En cifras brutas, los compromisos del Tesoro transalpino triplican a los españoles y se acercan peligrosamente a la cuantía de los alemanes. Y mucho más que el pasivo de economías rescatadas como la portuguesa y la irlandesa. Además, según Financial Times, se estima que Italia debe emitir alrededor de 860.000 millones de euros en los próximos cinco años y, únicamente con los tipos de interés actuales, su coste engordaría 9.700 millones cada año. Queda por constatar si se recrudecerán o no los rendimientos -algo que ahora se presume probable- y, en caso positivo, cómo repercutirían estas alzas sobre el precio total y de qué manera se podrían manejar tales cifras. La incertidumbre de las entidades italianas frente a los test de estrés encendió la mecha de la desconfianza el viernes pasado. Los analistas además empiezan a temer que, fruto de su presunta necesidad de recapitalización, el sector financiero del país deje de comprar papel del Tesoro de Italia. A las dudas que generan los bancos y las aseguradoras se debe sumar asimismo la inestabilidad política. Producto de las desavenencias entre el jefe de Gobierno italiano, Silvio Berlusconi, y su ministro de Finanzas, Giulio Tremonti, que llegan en el peor momento posible. Aunque también consecuencia de que probablemente se retocará el programa de ahorro a ejecutar durante los próximos tres años, cifrado en 47.000 millones de euros y aprobado por el Parlamento. El plan pospone los grandes recortes hasta 2013 y 2014 -cuando Berlusconi ya no ejercerá de primer ministro tras asegurar que no se presentará a las próximas elecciones- y se desconoce cómo quedará después de meterle mano. Un país a dos velocidades Italia no puede entenderse como un único Estado al contar con dos mitades diferenciadas. El norte, próspero y casi comparable a Alemania o Suiza, y el sur, tan caótico como Grecia. Por este motivo, la República transalpina se mueve entre la dicotomía que supone legislar para industrias y organizaciones, muchas veces enfrentadas y con necesidades bien distintas. Y Berlusconi además, lejos de contribuir a apaciguar la tensión, sigue alimentando las sospechas de corrupción, sobornos y abuso de posición dominante. Más si cabe después de que la Justicia italiana condenase a su empresa madre, Fininvest, a indemnizar con 560 millones al conglomerado CIR, editor entre otros del diario La Repubblica que se caracteriza por azotar sin tapujos al primer ministro. El mismo que tampoco consigue acabar con la inestabilidad, pese a zanjar la sucesión indiscriminada de Ejecutivos con fechas de caducidad no superiores a 10 meses. En parte, porque la cuestionada figura del controvertido Berlusconi añade mayor incertidumbre al ya de por sí delicado estado de salud del país transalpino. Al fin y al cabo, continúa sin poder acabar con la evasión fiscal, la economía sumergida y las prácticas de la mafia.bruselas. Los rumores de que algunas entidades italianas suspenderán los test de estrés bancarios y el desencuentro entre el jefe de Gobierno, Silvio Berlusconi, y el ministro de Economía, Giulio Tremonti, mantienen a Roma al filo del precipicio. Pero lo sorprendente radica en cómo esta situación consiguió pasar desapercibida durante tanto tiempo para los especuladores ávidos de presas fáciles. Los desequilibrios del Estado no responden a nuevos síntomas, hunden sus raíces en sucesivos desajustes contables e indicadores sospechosos. Sin ir más lejos, la italiana se puede considerar una economía estancada, cuyo PIB a lo largo de 2012, según las previsiones de Bruselas, crecerá alrededor del 1,3 por ciento, menos incluso que el 1,5 esperado para el español por nuestro propio Gobierno. En términos relativos por habitante, de hecho, también seguimos por delante, conforme a los últimos datos que Eurostat publicó sobre 2010. Italia pertenece al grupo de los siete países industrializados más ricos del mundo (G-7) y sus exportaciones siguen a la cabeza del ranking universal. La venta al extranjero de artículos textiles, productos de ingeniería y automóviles no logró, sin embargo, contener el acusado déficit comercial que en 2010 encajó la república transalpina, otra de las lacras que arrastra Roma y alimenta el apetito de los mercados. El agujero comercial sumó unos 27.300 millones de euros (cinco veces más que el de 2009) y se convirtió en la cifra más alta desde que el Instituto italiano de Estadística lleva a cabo esta medición. El gran estigma de la economía italiana estriba en su enorme deuda pública, que a cierre del año en curso equivaldrá al 120 por ciento del PIB, sólo por debajo de la griega, que se irá hasta casi el 158. En cifras brutas, los compromisos del Tesoro transalpino triplican a los españoles y se acercan peligrosamente a la cuantía de los alemanes. Y mucho más que el pasivo de economías rescatadas como la portuguesa y la irlandesa. Además, según Financial Times, se estima que Italia debe emitir alrededor de 860.000 millones de euros en los próximos cinco años y, únicamente con los tipos de interés actuales, su coste engordaría 9.700 millones cada año. Queda por constatar si se recrudecerán o no los rendimientos -algo que ahora se presume probable- y, en caso positivo, cómo repercutirían estas alzas sobre el precio total y de qué manera se podrían manejar tales cifras. La incertidumbre de las entidades italianas frente a los test de estrés encendió la mecha de la desconfianza el viernes pasado. Los analistas además empiezan a temer que, fruto de su presunta necesidad de recapitalización, el sector financiero del país deje de comprar papel del Tesoro de Italia. A las dudas que generan los bancos y las aseguradoras se debe sumar asimismo la inestabilidad política. Producto de las desavenencias entre el jefe de Gobierno italiano, Silvio Berlusconi, y su ministro de Finanzas, Giulio Tremonti, que llegan en el peor momento posible. Aunque también consecuencia de que probablemente se retocará el programa de ahorro a ejecutar durante los próximos tres años, cifrado en 47.000 millones de euros y aprobado por el Parlamento. El plan pospone los grandes recortes hasta 2013 y 2014 -cuando Berlusconi ya no ejercerá de primer ministro tras asegurar que no se presentará a las próximas elecciones- y se desconoce cómo quedará después de meterle mano. Un país a dos velocidades Italia no puede entenderse como un único Estado al contar con dos mitades diferenciadas. El norte, próspero y casi comparable a Alemania o Suiza, y el sur, tan caótico como Grecia. Por este motivo, la República transalpina se mueve entre la dicotomía que supone legislar para industrias y organizaciones, muchas veces enfrentadas y con necesidades bien distintas. Y Berlusconi además, lejos de contribuir a apaciguar la tensión, sigue alimentando las sospechas de corrupción, sobornos y abuso de posición dominante. Más si cabe después de que la Justicia italiana condenase a su empresa madre, Fininvest, a indemnizar con 560 millones al conglomerado CIR, editor entre otros del diario La Repubblica que se caracteriza por azotar sin tapujos al primer ministro. El mismo que tampoco consigue acabar con la inestabilidad, pese a zanjar la sucesión indiscriminada de Ejecutivos con fechas de caducidad no superiores a 10 meses. En parte, porque la cuestionada figura del controvertido Berlusconi añade mayor incertidumbre al ya de por sí delicado estado de salud del país transalpino. Al fin y al cabo, continúa sin poder acabar con la evasión fiscal, la economía sumergida y las prácticas de la mafia.bruselas. Los rumores de que algunas entidades italianas suspenderán los test de estrés bancarios y el desencuentro entre el jefe de Gobierno, Silvio Berlusconi, y el ministro de Economía, Giulio Tremonti, mantienen a Roma al filo del precipicio. Pero lo sorprendente radica en cómo esta situación consiguió pasar desapercibida durante tanto tiempo para los especuladores ávidos de presas fáciles. Los desequilibrios del Estado no responden a nuevos síntomas, hunden sus raíces en sucesivos desajustes contables e indicadores sospechosos. Sin ir más lejos, la italiana se puede considerar una economía estancada, cuyo PIB a lo largo de 2012, según las previsiones de Bruselas, crecerá alrededor del 1,3 por ciento, menos incluso que el 1,5 esperado para el español por nuestro propio Gobierno. En términos relativos por habitante, de hecho, también seguimos por delante, conforme a los últimos datos que Eurostat publicó sobre 2010. Italia pertenece al grupo de los siete países industrializados más ricos del mundo (G-7) y sus exportaciones siguen a la cabeza del ranking universal. La venta al extranjero de artículos textiles, productos de ingeniería y automóviles no logró, sin embargo, contener el acusado déficit comercial que en 2010 encajó la república transalpina, otra de las lacras que arrastra Roma y alimenta el apetito de los mercados. El agujero comercial sumó unos 27.300 millones de euros (cinco veces más que el de 2009) y se convirtió en la cifra más alta desde que el Instituto italiano de Estadística lleva a cabo esta medición. El gran estigma de la economía italiana estriba en su enorme deuda pública, que a cierre del año en curso equivaldrá al 120 por ciento del PIB, sólo por debajo de la griega, que se irá hasta casi el 158. En cifras brutas, los compromisos del Tesoro transalpino triplican a los españoles y se acercan peligrosamente a la cuantía de los alemanes. Y mucho más que el pasivo de economías rescatadas como la portuguesa y la irlandesa. Además, según Financial Times, se estima que Italia debe emitir alrededor de 860.000 millones de euros en los próximos cinco años y, únicamente con los tipos de interés actuales, su coste engordaría 9.700 millones cada año. Queda por constatar si se recrudecerán o no los rendimientos -algo que ahora se presume probable- y, en caso positivo, cómo repercutirían estas alzas sobre el precio total y de qué manera se podrían manejar tales cifras. La incertidumbre de las entidades italianas frente a los test de estrés encendió la mecha de la desconfianza el viernes pasado. Los analistas además empiezan a temer que, fruto de su presunta necesidad de recapitalización, el sector financiero del país deje de comprar papel del Tesoro de Italia. A las dudas que generan los bancos y las aseguradoras se debe sumar asimismo la inestabilidad política. Producto de las desavenencias entre el jefe de Gobierno italiano, Silvio Berlusconi, y su ministro de Finanzas, Giulio Tremonti, que llegan en el peor momento posible. Aunque también consecuencia de que probablemente se retocará el programa de ahorro a ejecutar durante los próximos tres años, cifrado en 47.000 millones de euros y aprobado por el Parlamento. El plan pospone los grandes recortes hasta 2013 y 2014 -cuando Berlusconi ya no ejercerá de primer ministro tras asegurar que no se presentará a las próximas elecciones- y se desconoce cómo quedará después de meterle mano. Un país a dos velocidades Italia no puede entenderse como un único Estado al contar con dos mitades diferenciadas. El norte, próspero y casi comparable a Alemania o Suiza, y el sur, tan caótico como Grecia. Por este motivo, la República transalpina se mueve entre la dicotomía que supone legislar para industrias y organizaciones, muchas veces enfrentadas y con necesidades bien distintas. Y Berlusconi además, lejos de contribuir a apaciguar la tensión, sigue alimentando las sospechas de corrupción, sobornos y abuso de posición dominante. Más si cabe después de que la Justicia italiana condenase a su empresa madre, Fininvest, a indemnizar con 560 millones al conglomerado CIR, editor entre otros del diario La Repubblica que se caracteriza por azotar sin tapujos al primer ministro. El mismo que tampoco consigue acabar con la inestabilidad, pese a zanjar la sucesión indiscriminada de Ejecutivos con fechas de caducidad no superiores a 10 meses. En parte, porque la cuestionada figura del controvertido Berlusconi añade mayor incertidumbre al ya de por sí delicado estado de salud del país transalpino. Al fin y al cabo, continúa sin poder acabar con la evasión fiscal, la economía sumergida y las prácticas de la mafia.