La polémica figura de Francisco Hernando Contreras 'el Pocero' se analiza en este libro escrito por dos redactoras de 'elEconomista', con el que se pretende sacar a la luz su verdadera historiaEl 19 de noviembre de 2002 fue el punto de encuentro de cuatro historias distintas, de cuatro sencillas firmas estampadas en un papel, de cuatro protagonistas en apariencia independientes, sin nada en común, que, sin embargo, iban a marcar el futuro inmediato de Francisco Hernando Contreras, por entonces un desconocido constructor a ojos de la mayoría de los españoles. Ese día, el empresario presentó un ambicioso proyecto inmobiliario en el Ayuntamiento de Seseña, una pequeña localidad de la región de La Sagra. Rodeado de secarrales, vertederos y cables de alta tensión, el pueblo era un mosaico de casas bajas y patios castellanos, separado de Madrid por apenas 40 kilómetros. Pero su cercanía con la capital estimuló el olfato de Hernando, un fontanero de cloacas reconvertido en millonario constructor, cuyos orígenes en el subsuelo de la capital le valieron el apelativo del Pocero.Convencido de las oportunidades de Seseña para erigirse en ciudad dormitorio de Madrid, Hernando propuso levantar 13.508 viviendas en unos terrenos bautizados como El Quiñón, separados del centro del municipio por las vías del AVE y la autopista R4. Un proyecto que se presentó el mismo día y en las mismas dependencias donde Jesús Montoya y Mariano Álvarez estrenaron los cargos de arquitecto y aparejador municipales, respectivamente. Ese día, los dos técnicos sellaron un matrimonio temporal con el consistorio, entonces regido por el socialista José Luis Martín Jiménez, que depositó en sus manos gran parte de la responsabilidad y el poder necesarios para sacar adelante el Residencial Francisco Hernando, la ciudad que el Pocero quería plantar en los campos El Quiñón. Esta obra estaba llamada a ser el broche de oro de su carrera, el testimonio pétreo de su trayectoria profesional, una vida de superación y esfuerzo merecedora de la medalla al mérito en el Trabajo, según Marino Díaz Guerra, subsecretario del Ministerio de Administraciones Públicas, que aquel famoso 19 de noviembre de 2002 inició el protocolario expediente administrativo para vestir la solapa de Hernando con el galardón. El jefe de su Gabinete técnico, Carlos García Cano, a la sazón consuegro del Pocero, respaldó la propuesta, cuyo proceso burocrático conocía muy bien el subsecretario, ya que hasta pocos meses antes había ocupado el mismo cargo en el Ministerio de Trabajo, regido por Eduardo Zaplana.En ese mismo momento, el ex presidente de la Generalitat valenciana acababa de recibir todas las bendiciones de un crédito de 1,62 millones de euros, concedido por la Caja de Ahorros del Mediterráneo y dirigido a sufragar la compra de un lujoso piso de 532 metros cuadrados en el elitista Paseo de la Castellana, cuyas cuotas mensuales superaban los 8.000 euros, mientras que el sueldo del ministro se ceñía a 6.000 euros. Esta diferencia no asustó a Zaplana, que adquirió el inmueble en régimen de gananciales con su mujer, Rosa Barceló, miembro de una acaudalada familia alicantina.Además, la entidad financiera concedió al político, que en el pasado promocionó a varios de sus altos cargos, unas cómodas condiciones hipotecarias, capaces de desatar más de una crítica y despertar las sospechas de Izquierda Unida, partido que cuatro años después presentó un escrito en la Fiscalía Anticorrupción solicitando investigar esa cadena de coincidencias. La denuncia tampoco pasó por alto las oficinas que había montado la CAM en locales de Seseña, supuestamente propiedad de Hernando, ni las hipotecas que le unían al empresario. Un grano más del cúmulo de circunstancias que han convertido a Francisco Hernando en foco de todas las sospechas. Recelos alimentados por las visitas del ministro de Trabajo al yate del empresario en Mallorca; o las invitaciones a caviar con que agasajaba a José Bono. Al menos, eso afirmaba el constructor, sin que ninguno de los afectados se atreviera a negarlo tajantemente. Imposible en el caso del presidente manchego y posterior ministro de Defensa, cuyas relaciones con el constructor saltaron al terreno profesional a partir de la contratación de los servicios de Onde 2000, empresa de Hernando, para realizar unas obras en su sociedad Hípica Almenara. Ese trabajo rompió la dinámica de la constructora, especializada en obras de gran calado para la administración, alimentó las sospechas sobre las conexiones políticas del Pocero, se usó como argumento para intentar comprender las extrañas circunstancias en que se aprobó el faraónico proyecto de Seseña, y convirtió a Hernando en símbolo del maremoto de corrupción urbanística que cuatro años después, en 2006, sacudía toda la geografía española.Su increíble biografía, versión castiza del sueño americano; sus millonarios caprichos, siempre ostentosos y pagados al contado, aunque la cifra ascienda a 46 millones de euros; sus toscos modales, analfabetismo reconocido y públicas salidas de tono, le han convertido en carnaza de los medios de comunicación, presa fácil de las crónicas veraniegas, e invitan a pensar que, en realidad, el empresario apenas es la punta del iceberg. La auténtica montaña de hielo está debajo, escondida bajo las aguas de un mar encrespado, teñido de corrupción y capaz de hundir el mayor barco del mundo, ostentoso como ninguno, construido para atravesar el Atlántico sin repostar y despertar la admiración de todos los puertos.Pero tanto boato y pavoneo suele terminar en catástrofe, como ocurrió con el Titanic. Se pensó que era inmune a la furia de los mares, se optó por ornamentar sus bellas cubiertas en vez de cumplir las normas y vestirlas con botes, y terminó ahogado en un océano de cadáveres. Mientras, el verdadero protagonista, la loma helada, sigue escondida bajo las aguas, dispuesta a seguir rasgando cualquier casco que amenace su territorio. Tal vez Francisco Hernando sea un nuevo Titanic. Pero, aunque naufrague, la verdadera amenaza, el iceberg, seguirá ahí. Un peligro más fácil de comprender cuando se analiza su historia, donde demasiados cabos sueltos hacen pensar que detrás de pequeños y medianos constructores, como el Pocero, se esconde el verdadero problema, un manto cosido con retales de deficiencias del sistemas e hilos de perversión, cuyos pespuntes se van desgarrando poco a poco en algunos momentos, y dejan ver el nido de corruptos que arropa bajo sus telas.Francisco Hernando Contreras tiene 62 años en el verano de 2007, cuando toma tierra en el mallorquín aeropuerto de Son Sant Joan a bordo del avión privado más grande del mundo, un Global Express XRS, el último y multimillonario capricho del constructor. Para alguien criado bajo una plancha de uralita, el ansia de reconocimiento puede convertirse en una enfermedad y su vida transformarse en un circo de lujosas extravagancias, donde el tamaño importa, y mucho. Sin embargo, cuando alguien presume de tantos tesoros suele despertar muchas suspicacias sobre dónde y cómo ha conseguido el botín. Interrogantes que en tiempos de piratas, como el vivido en España en 2006, con su imparable espiral de casos de corrupción, solían intentar aclararse en los tribunales. Instancias que el Pocero conoce muy bien. A veces ha recorrido sus pasillos como querellante, otras como querellado, pero nunca antes había pendido sobre su cabeza la espada de Damocles de anticorrupción. Hasta que Izquierda Unida elevó su caso a esta instancia.Tras un año analizando la denuncia, la Fiscalía se da una última prórroga de seis meses, que caduca en febrero de 2008, para decidir si toma cartas en el asunto. El sí quiero abriría la puerta a una nueva 'Operación Malaya', de menores dimensiones, pero cuyas ramificaciones podrían alcanzar a las más altas esferas del país y ayudarían a entender la inaudita historia de Francisco Hernando Contreras, el Pocero.Él ha sabido ascender desde las cloacas de Madrid hasta los despachos de La Junta de Castilla La Mancha, donde se aceptó dejar en manos de este constructor la mayor urbanización privada de la comunidad. Un logro más para el currículo del empresario, plagado de juicios y polémicas que alimentan los chismorreos de la sierra madrileña, donde empezó a afianzar su imperio en las décadas de 1980 y 1990, y las conversaciones de terraza en Palma de Mallorca, su segunda casa, donde presume navegando con el mayor barco de bandera española e invitando a notables en los restaurantes del elitista Puerto Portals.Pero en ambos puntos, el empresario ha vivido los momentos más duros de su carrera. En Villaviciosa de Odón, municipio próximo a Madrid, fue declarado persona non grata y humillado públicamente cuando una comisión de investigación concluyó que había financiado a un grupo político para poder sacar adelante sus proyectos inmobiliarios. Planes que nunca llegaron a ver la luz y forzaron la quiebra de Horpavisa, antigua máquina empresarial de Hernando, cuyos coletazos siguen golpeando los juzgados 13 años después. En Mallorca, la justicia le ha retirado en dos ocasiones la razón en la disputa que mantiene con la familia Graf, dueña del Grupo Teka, por hacerse con el control de Puerto Portals. Reveses que se suman a la encarnizada lucha que sostiene con Manuel Fuentes, alcalde de Seseña desde 2003 y bestia negra del constructor por su numantina resistencia al plan de El Quiñón. Desde que tomó las riendas del consistorio, este soldador reconvertido en símbolo de integridad ha ido desenmarañando el ovillo de anomalías con que se cosió el Residencial Francisco Hernando, hasta conseguir poner en tela de juicio a los estamentos políticos de Castilla La Mancha, incluyendo a José Bono. Sin embargo, este atrevimiento le ha costado caro. Cuatro querellas en firme y otras seis pendientes de recibir el pistoletazo de salida son el pago que ha recibido el alcalde por parte del Pocero, cuya corte de abogados, engordada por una de sus hijas, analizan la letra pequeña de cada ley, las excepciones que confirman las normas, e interponen recursos capaces de hacer perder en el tiempo cualquier conflicto, amedrentar al rival y, si insiste, enterrarle bajo una montaña de minutas y requerimientos. Una guerra fría que jalona la carrera del constructor y alimenta el imborrable recuerdo que siempre deja a su paso.En el caso de Seseña, el pulso que mantiene con Fuentes le ha hecho granjearse muchos detractores, sobre todo desde que la historia ha saltado a los medios y forja dos valores, el de la honestidad y el de la corrupción. Al empresario le corresponde la parte negativa del reparto. Y no sólo por las presuntas ilegalidades cometidas de El Quiñón, sino por su propia personalidad. Un hombre que se vanagloria de rayar el analfabetismo, pero aficionado a montar periódicos, desde cuyas páginas se envía a los alcaldes a la cárcel y se les acusa de disfrutar con falsas amantes que se convierten en la comidilla del municipio y en la vergüenza de la familia. No tiene escrúpulos. O eso parece. Porque este empresario se atreve con todo. Constructor de profesión y vocación, ostenta la compañía de aviones privados Jets Personales, puja por adquirir Puerto Portals y adquiere yates, sin olvidar su etapa de pocero, arreglando subsuelos. Un pasado de pobreza y marginación que se hace presente en cuanto abre la boca, aunque acabe de descender de su Mercedes Maybach, un automóvil valorado en medio millón de euros que la casa alemana dejó de fabricar por la falta de clientela. "Oiga, no me grabe, que yo por cojones le pego dos hostias y le rompo la cámara", figura entre las perlas dialécticas del constructor, que tiende a explicarse con analogías nada gongorinas. "Mira, yo si a mi mujer le echo un polvo, el polvo se queda echao pa ciento y un días", dijo en una ocasión a un agricultor con el que se disputaba unas fincas. Tampoco pudo contener su verborrea durante una rueda de prensa convocada por él mismo. Esta cita destapó su verdadero concepto de Seseña: "Cuando yo llegué no había nada, sólo un señor con un carro y un burro", afirmó ante el deleite de la prensa y el enfado de muchos vecinos.El pocero de SeseñaRuth Ugalde Alejandra RamónEditorial Debate