T enemos un problema de inflación. Puede sonar a tecnicismo financiero, pero nos afecta a todos. Al ahorrador y al hipotecado, al multimillonario con Sicsv y al que sobrelleva el fin de mes a base de bocatas. Parece increíble, pero si uno hace una media entre los indicadores de crecimiento de la economía alemana o suiza, se observa que desde 1995 nunca se había crecido con tanta fuerza con los tipos de interés tan bajos. La crisis en muchos países es historia. Ahora que la tranquilidad alcanza hasta a la deuda española, dos nuevos compañeros de viaje nos aguardan a la vuelta de la esquina: la inflación y las subidas de tipos de interés. Aunque nuestra cuenta corriente al pagar la luz o la gasolina baja más rápido que sube el IPC oficial, lo cierto es que esto es un respiro para que los bancos centrales tengan una excusa con la que mantener los tipos de interés bajos y alargarnos el periodo sin sustos hipotecarios. Además, con el cambio en el Bundesbank de Weber por Weidmann, de aparente talante moderado, nos dan un precioso tiempo para solucionar lo que se nos viene encima, que se llama IPC de alimentos en China al 10,9 por ciento y subiendo. Sólo en los últimos 12 meses, el precio del trigo ha subido un 44 por ciento; el del maíz, un 54 por ciento y el del algodón, un impresionante 127 por ciento. Esto, además de para valorar cualquier propuesta que hagan los diseñadores de Madrid Fashion Week en este tejido, ilustra perfectamente el problema. El IPC de las economías emergentes depende entre un 30 y un 70 por ciento del precio de las materias primas agrícolas. Si suben el trigo y el café, aquí nos desagrada ver lo que nos cobran por un desayuno, pero para aquellos países es un problema grave porque se juegan el comer y el poder vestirse. En un clima de gran inestabilidad geopolítica empezando por Egipto, pasando por Bahrein y obligando a tomar medidas desde Marruecos a Kuwait -dando a cada familia 3.000 euros para comida-, cabe preguntarse qué van a hacer los gobiernos de estos países. Las salidas son tres y dos de ellas no nos vienen bien. La primera es obvia aunque poco ortodoxa. Si eres un país productor de arroz y tu IPC depende del precio de éste, lo más inmediato es prohibir las exportaciones. Generas un exceso de oferta local aunque eso implique que se agudice la escasez en los mercados internacionales. En 2008, lo hicieron la India, Pakistán, Argentina y recientemente Rusia tras la sequía. Moraleja: precios agrícolas más caros para nosotros que se unen a las tensiones que estamos teniendo en el crudo. La segunda medida sería que estos países suban los tipos de interés. Entonces las dudas sobre la solidez de los crecimientos y las exportaciones americanas, japonesas o alemanas se pondrían en cuestión y nuevos fantasmas pueden reaparecer poniendo en peligro la creación de empleo. La última opción es que estas economías aprecien sus divisas. China ya viene demostrando que las alzas del yuan serán limitadas y el resto de economías emergentes, capitaneadas por Brasil, no se han mostrado hasta ahora muy proclives en lo que se ha conocido como la guerra de divisas. Lo razonable es que algo de las tres medidas contribuirá a combatir el problema y por lo tanto, en lo que a nosotros nos toca, las ideas que hay que tener claras son las siguientes. Para los ahorradores, será interesante invertir a corto plazo en futuros de materias primas agrícolas para favorecernos de la primera medida que comentábamos, que busquemos productos que puedan lograr rentabilidades positivas si suben los tipos de interés y hacer pequeñas inversiones en las divisas de estos países. Hay que tener mucho cuidado con las inversiones en deuda gubernamental a plazos medios y largos porque, incluso en gobiernos sólidos y solventes, podemos llevarnos algún buen susto cuando los tipos de interés empiecen a descontar que dentro de 3 ó 5 años seremos los europeos los que tendremos el problema de la inflación. Finalmente hay que señalar que productos como los fondos de bonos ligados a la inflación son un instrumento muy interesante para este entorno donde día a día las expectativas de inflación se ven superadas, pero la sensibilidad a subidas de tipos limita su uso a inversores sofisticados.