El argumento es de los llamados 'socorridos' y se utiliza cuando se quiere relativizar el factor 'épica' en el deporte de elite. Todos hemos oído de boca de un amigo o enemigo lo siguiente: "Con el dinero que cobra yo también metería goles (o subiría el Tourmalet, o correría 42 kilómetros o cruzaría el océano a nado...).No pretendo negar la relevancia de lo mercantil en el deporte profesional, pero sí su centralidad. Los equipos y deportistas que han hecho fortuna en el inconsciente colectivo no han logrado su lugar en el Olimpo a golpe de chequera sino por destacar en conceptos que tienen que ver con la superación, el esfuerzo, la solidaridad, la humildad o la conciencia de grupo. Ésa es la razón por la que el Liverpool siempre tendrá más seguidores que el opulento Chelsea; por la que Garrincha es más admirado que Ronaldo; o por la que Induráin es más recordado que Lance Armstrong.Esta certeza sociológica desafía con frecuencia la lógica mercantil, que gusta de instalar en la gloria al más guapo en lugar de al más esforzado. La gente, se ponga como se ponga Nike, se identifica más con el atleta que queda tercero tras haber tropezado en la primera valla y haber perdido una zapatilla, que con el que gana en un mitin nocturno con unas innecesarias gafas de sol.Todo esto viene a cuento de lo siguiente. Mientras el negocio del fútbol volaba hacia LA ansioso por sacar partido al desembarco de Beckham en la intrascendente liga local, los corazones de los aficionados miraban hacia Bangkok, donde, a espaldas de los flashes, la selección de Irak, mezcla de suníes, chiíes y kurdos, hacía historia al ganar la Copa de Asia. Cuenta el entrenador que en los primeros ensayos los componentes de cada grupo, inoculados por ese virus de odio étnico que ha destrozado su país, se dedicaban a dar patadas al resto para lesionarlos. El míster, otro de esos trotamundos brasileños, les 'obligó' a compartir habitación y les hizo partícipes de un objetivo común. Semanas después esos mismos hombres que se buscaban las tibias con rencor, se abrazaban y lloraban juntos, conscientes de haber dado a su país la primera alegría colectiva en años. Su hazaña puede ser el próximo Premio Príncipe de Asturias.