bruselas. Tras medio siglo enterrando millones de euros en el campo en concepto de ayudas a la agricultura, a la UE le cuesta cambiar de chip y lanzar el dinero del contribuyente al espacio exterior. Los ministros de Transportes de los 27 países de la UE se reúnen hoy en Luxemburgo para intentar ponerse de acuerdo en cómo impulsar Galileo: una constelación que estará formada por 30 satélites en órbita alrededor de la Tierra.Galileo competirá con el estadounidense GPS, el cada día más popular sistema que ha condenado a las brújulas y a los mapas a las vitrinas de los museos. Y esta es sólo una de las múltiples aplicaciones. Además de facilitar la navegación y la localización, Galileo ayudará a sincronizar el sistema financiero mundial, por ejemplo. Lo que contradice al alemán Günter Verheugen, vicepresidente de la Comisión Europea, que creyendo que Galileo es poco más que un perro lazarillo de última generación, tuvo la reciente ocurrencia de calificarlo de sistema "estúpido".'Síndrome Airbus'La gran incógnita de esta semana era saber si los ministros se rascarían hoy en los bolsillos, en las arcas de sus respectivas haciendas públicas y en las de la UE. Pero el desacuerdo es aún tan elevado que lo más probable es que hoy decidan no decidir hasta otoño. Según la Comisión Europea, garantizar que Galileo sea una realidad en 2012 costará 2.400 millones de euros, que se sumarían a los 1.000 ya presupuestados para el periodo 2007-2013. Aún es pronto para pensar en el coste total del proyecto: si a los 3.400 millones de ponerlo en órbita se le suman los gastos de mantenimiento en sus primeros 20 años, las cifras se disparan hasta los 10.000 millones de euros.La idea inicial era que el sector público y el privado compartieran la inversión. Y que luego el privado gestionara Galileo y obtuviera beneficios. Pero Bruselas considera que el plan A es inviable porque sufre el síndrome de Airbus: sobran jefes que en forma de empresas y Estados intentan barrer para casa. Un ejemplo: hubiera bastado con un centro de control en tierra, pero como todos querían su trozo de pastel, se decidió poner uno en Alemania, otro en Italia, y otro en España. Conscientes de que tres centros de lo mismo era un gasto inútil, lo disimularon diciendo que España no tenía un centro, sino dos medios. Y como la mala conciencia les podía, intentaron vaciar el español, a lo que Madrid se opuso con uñas y dientes.Otro ejemplo: las empresas europeas del sector aeroespacial debían competir en una licitación para gestionar Galileo. Pero los Gobiernos de la UE las dejaron unirse a todas en un único consorcio candidato, para que ninguna quedara sin pastel. Así se casaron por interés las españolas Hispasat y Aena con la franco-alemana y un poco española EADS, la francesa Alcatel-Lucent, la también gala Thales, la italiana Finmeccanica, la británica Inmarsat y la alemana TeleOp.Resultado: negociar las condiciones de la concesión con un consorcio monopolístico, sin poderle amenazar con buscar otro gestor si no ofrecía buenas condiciones, ha sido imposible. Las empresas se han plantado y se han negado a asumir responsabilidades e indemnizaciones ante casos extremos como un fallo que provoque que un avión se estrelle en una población.Además reclaman garantías en caso de fracaso comercial. Galileo será más preciso que el GPS; pero sus servicios de gama alta serán de pago mientras que el sistema estadounidense es gratis. Es cierto que si las tropas de Estados Unidos necesitan su GPS, lo pueden codificar para que nadie (y menos el enemigo) lo utilice; o concentrar sus señales en una zona del planeta y dejar sin cobertura al resto. Galileo evitaría esta dependencia. Pero el miedo que atenaza a las empresas que iban a invertir sus recursos es: ¿Alguien estará dispuesto a pagar por una Coca-Cola si les ofrecen Pepsi-Cola gratis?Así que Bruselas propone un plan B inspirado en el modelo clásico de concesión de una infraestructura pública: la Administración paga la construcción, y la empresa privada gestiona el uso. Es decir, la UE y la Agencia Espacial Europea (que al estar formada en grosso modo por los mismos países que la UE es el mismo perro con diferente bozal) se gastan los 2.400 millones que cuesta poner en órbita los 30 satélites; y ya veremos quién gestiona el negocio. El cambio de planes deja abierta la cuestión de si la UE volverá a confiar en la coalición de empresas que ha dado la espantada.Pekín, Moscú y WashingtonGalileo siempre ha tenido el viento en contra. A principios de esta década, Estados Unidos intentó utilizar la OTAN para torpedear diplomáticamente al futuro competidor de su GPS, con el apoyo de su fiel escudero: Londres. Y Alemania, Holanda, Suecia, Austria y Dinamarca no creían en su futura rentabilidad y les parecía caro.La perseverancia de la difunta Loyola de Palacio, entonces vicepresidenta de la Comisión Europea, y el apoyo de Francisco Álvarez Cascos, en aquel momento ministro de Fomento, desbloquearon el proyecto en marzo de 2002, durante el semestre en el que el Gobierno español asumió la presidencia rotativa de la UE. Pero desde entonces, los progresos han sido muy inferiores a los parones. Y por si la supremacía del competidor americano GPS fuera poco, Rusia tiene su sistema Glonass, aunque sea más de andar por casa, y China también ha comenzado a tejer su propia constelación: Compass.