nueva york. La Corporate América está en crisis. Vive en estado de sitio. Ese enorme conglomerado de directivos y empresas ya no consigue el éxito, ni siquiera de imagen, de antaño.El aparato industrial, que a partir de los años 50-60 puso en marcha una "colonización" sistemática de los mercados mundiales, construyendo fábricas, generando empleo y enseñando marketing, sufre diversos males.El primero y el más intuitivo es el de la competencia, el de los ataques por parte de los que han aprendido bien la lección. Aparte de Europa y Japón, en los últimos años surgieron los Países del Este y Rusia. Pronto, entrarán en la lucha también China e India. El contrapunto de esta situación empresarial lo tenemos incluso en el ámbito de las personalidades. El último gran corporate chiefbank fue Jack Welch, el consejero delegado de General Electric, un hombre carismático, visionario y enérgico.Su sucesor, Jeffrey Immelt tiene más el perfil de un administrador que de un dirigente. Y en las demás empresas no hay sucesores capaces de concitar, como Welch, la imaginación y admiración del gran público.Los ídolos americanos de hoy ya no son los grandes mánager, sino los empresarios que cambiaron el rostro de nuestra sociedad, como Bill Gates, Steve Jobs, Larry Page, o los grandes financieros, como Warren Buffet o Stephen Schwarzam de Blackstone Group.Uno de los grandes mayores compradores de empresas para gestionar, Carl Icahn, viene diciendo que "los directivos que llegan al timón incluso de las grandes multinacionales no son ya los mejores elegidos tras un selección de méritos. Un jefe que quiere tranquilidad prefiere un yes man y lo coloca junto a él en la cúpula, hasta que la sucesión se torna automática".Pero más allá de la competencia exterior y de una relativa burocratización de las cúpulas empresariales, los nuevos retos, que hoy están colocando a la Corporate América a la defensiva son principalmente tres: las limitaciones de la Sarbanes-Oxley, la espada de Damocles de la temporización trimestral y la larga sombra de los fondos de capital riesgo.Con la bancarrota fraudulenta de Enron y Worldcom en 2001, el Congreso decidió colocar bajo estrecha vigilancia las operaciones de las empresas que cotizan en bolsa y aprobó, entre diversas propuestas, la del senador demócrata Paul Sarbanes y el diputado republicano Michael Oxley.La ley aumenta las responsabilidades de los administradores, de los comités ejecutivos y de los consejeros delegados, introduce reglas contables, obligaciones de declaración y documentación burocrática costosas y, sobre todo, ralentiza y complica el proceso de toma de decisión empresarial.El resultado más llamativo lo tenemos en el marcado desinterés de las empresas extranjeras por ir a cotizar en la Bolsa de Nueva York, en las presiones para las grandes fusiones entre los bancos mundiales, así como en el titubeo de los ejecutivos a la hora de tomar decisiones rápidas e instintivas, a menudo necesarias en un contexto competitivo global y transversal.A todo ello se añade que el sistema ya consolidado de presentación de resultados trimestrales a los accionistas, sobre todo a los accionistas institucionales -fondos de pensiones, fondos comunes y hedge fund- ha puesto patas arriba el contexto estratégico en el que opera la Corporate América.Los accionistas, pequeños o institucionales, expresan su desazón ante resultados poco satisfactorios de dos formas: protestan, exigiendo desmembramientos, como está sucediendo con General Electric, o más sencillamente venden sus acciones y hacen bajar el precio del título.La realidad es que los fondos están, a su vez, bajo presión. En la praxis cada vez más difundida de los "fondos de fondos", el gestor que no ofrece prestaciones adecuadas es eliminado de la cartera. Se crea así una cadena de presiones en busca de resultados extraordinarios, que obliga a los directivos a mirar siempre a un horizonte de tres meses y a planificar los balances en función de los resultados financieros, mientras las inversiones industriales de medio y largo plazo pasan a un segundo plano.Esta situación es llevada al extremo por el crecimiento exponencial, en los últimos años, de los fondos de capital riesgo. Estos fondos disponen de una liquidez enorme, compran empresas del calibre de Chrysler, adquirida por el fondo Cerberus, y se ponen al trabajo con horizontes temporales de tres a cinco años. El modelo funciona tan bien en términos de retorno de las inversiones realizadas que atrae cada vez más dinero hacia estos fondos, que, a su vez, se están colocando en Bolsa.El problema es ya endémico. Tras la la salida de bolsa de Chrysler, hay quien habla ya de sacar de la bolsa a IBM o General Electric. La "novísima" economía tiene una matriz muy ágil y de corte estrictamente financiero. El fondo de capital riesgo Blackstone Group, cuando salga a Bolsa, capitalizará cerca de 36.000 millones de dólares. Pero los empleados de esta empresa de gestión son sólo 400.El desafío está lanzado. Se abre un nuevo capítulo en el modelo americano. Y como pasa siempre, aunque algunos resultados estadísticos puedan denotar cansancio, la verdad es que ocultan una realidad más importante. Como siempre, EEUU en su conjunto se encuentra por delante en esta onda de un mercado que avanza. Es mejor seguirla de cerca. Porque la historia nos dice que, en general, el experimento americano, continuo, incansable e inagotable, antes o después se extiende por el resto del mundo, Europa incluida.