En la cumbre europea del pasado viernes, el presidente francés Nicolas Sarkozy ofició de descendiente del Rey Sol. Y la canciller alemana Angela Merkel desempeñó el papel de Emperadora germánica: en la jeraquía, un paso por delante del resto de reyes y príncipes del Viejo continente. Sarkozy busca que Bruselas le ayude a recuperar la popularidad perdida entre sus compatriotas. Y desde el estallido de la crisis griega, se esfuerza en protagonizar las cumbres de emergencia de la UE para presentarse como el salvador del euro. El viernes, Sarkozy llamó a capítulo al presidente español José Luis Rodríguez Zapatero y al primer ministro portugués José Sócrates. A ambos socialistas los recibió, uno por uno, en su despacho en las dependencias de la delegación francesa en el Consejo Europeo. El objetivo de Sarkozy: que Alemania aceptara poner en marcha un mecanismo que detuviera el contagio de la crisis griega a países como España o Portugal. Para ello, pidió a Lisboa y Madrid que entraran en la senda de la ortodoxia presupuestaria que Berlín exigía. El anuncio del Gobierno español este fin de semana de que acometerá recortes del gasto público antes no previstos, no es casual. Cuando el Rey Sol terminó de doblegar a los príncipes ibéricos, acudió a las depedencias alemanas para dar cumplida cuenta de sus gestiones a la emperadora Merkel. A partir de ahí, el conservador belga Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, pudo afinar el texto de conclusiones. Cuando los jefes de Estado o de Gobierno de los 16 países del euro se reunieron el pasado viernes en Bruselas, la situación se había deteriorado hasta el extremo de que los mercados internacionales amenazaban con desplomarse. De poco había servido que los ministros de Economía y Finanzas decidieran el 2 de mayo, tras tres meses de dudas, activar el mecanismo de rescate de Grecia. Las presiones de Obama El presidente estadounidense, Barack Obama, había llamado personalmente a la canciller alemana Angela Merkel para que tomara medidas, porque temía que la quiebra de un país del euro devolviera a la economía mundial al borde del precipicio de una depresión histórica. Precipicio en el que ya estuvo a punto de caer a finales de 2008, tras la quiebra del banco americano Lehman Brothers. Merkel, según sus detractores, llevaba un trimestre demorando la ayuda a Grecia por el rechazo de la opinión pública alemana a gastar más dinero ayudando a Atenas. Su idea era ganar tiempo hasta que pasaran las elecciones en Renania, celebradas el fin de semana pasado. Elecciones que podían hacerla perder el control de su senado y, por tanto, desestabilizar el Gobierno central. En Bruselas se reconocía que difícilmente se podía presionar a Merkel, porque la peor circunstancia que se podía dar era que la zona euro se enfrentara a una crisis internacional con un Gobierno desestabilizado en Berlín. Al final, la urgencia de la situación hizo que el rescate de Grecia se activara antes de las elecciones renanas, que Merkel perdió. La canciller ha defendido sus reticencias a ayudar a Grecia argumentando que sólo así se ha logrado que el Gobierno heleno se vea abocado al abismo. Y que no le quedara más remedio que aceptar los duros recortes exigidos por los mercados, por la UE y por el Fondo Monetario Internacional (FMI). El argumento se podría aplicar a España. Alemania planteó la semana pasada que debe pasar por un calvario quien, por su mala cabeza presupuestaria, pida ayuda. Incluso planteó que más que una ayuda, fuera una quiebra controlada.