En los años 50 costaba 1.000 dólares fabricar un vatio fotovoltaico; hoy alguna empresa lo consigue por menos de un dólar. Siguiendo una curva de aprendizaje asombrosa -el coste unitario se reduce alrededor de un 15% cada vez que se duplica la producción- la fotovoltaica está a punto de ser una fuente de energía de masas. La esperanza de vida de los sistemas solares se mide por décadas -hay paneles que, después de 40 años, producen al 80% de su potencia original- y, con las horas de sol que hay en España, sólo necesitan dos años para generar la misma energía que empleamos en fabricarlos. Un panel solar, con la simple exposición al sol, sin ruido alguno, convierte en energía útil el 15% de la energía que recibe del sol; los combustibles fósiles, por el contrario, apenas convierten el 35% del 0,005% de la energía solar que capturaron las plantas, y eso tras procesos de naturales milenarios y procesos industriales de extracción y transformación peligrosos, técnica, geopolítica y ambientalmente. Sin embargo, el precio que pagamos por la electricidad fotovoltaica conectada a la red no tiene en cuenta esas variables. Los paneles son todavía caros al compararlos con las demás energías. La buena noticia es que falta muy poco para que lo sean, porque la fotovoltaica no tiene por qué competir con las otras en coste de producción de un kWh, sino en el precio de consumo de ese mismo kWh. En España, concretamente, ese punto de competitividad sin ayudas -porque nos resultará más rentable producir nuestra propia electricidad que comprársela a la compañía eléctrica- se alcanzará a mediados de la presente década. La curva de aprendizaje lo avala: si en 2004 se instalaron 1.000 MW en todo el mundo, el año pasado se instalaron 7.000 y para 2014 la industria global tendrá una capacidad de fabricación superior a los 50.000 MW anuales. Por eso se puede afirmar con rotundidad que la fotovoltaica será competitiva en España muy pronto.