R ecientemente, Standard & Poor's ha rebajado la calificación crediticia de España. Una calificación crediticia, como ustedes saben, indica la apreciación que hace un tercero, la agencia, de la capacidad de un emisor de deuda de hacer frente a los compromisos adquiridos en los plazos y condiciones pactados. Una rebaja de calificación puede producirse aunque no haya dudas sobre la capacidad de un deudor de devolver el principal de su deuda y sus intereses, si el agente calificador sospecha que necesitará, por ejemplo, pedir un retraso de los pagos. Por otro lado, cuando las calificaciones se aplican a Estados parece como si fueran de mentirijillas, que dicen los niños, como si sólo fuera un juego que permitiera al Gobierno y a la oposición sacar pecho o bajar la cabeza, según el caso, puesto que todos damos por hecho que, en cualquier caso, un Estado siempre puede devolver su deuda en las condiciones pactadas. Tal vez por eso sería necesario aclarar algunos puntos. Un Estado con capacidad de emitir su propia moneda siempre puede devolver la deuda contraída en su propia moneda y en las condiciones pactadas. Puede porque siempre puede acudir al recurso de emitir la cantidad de efectivo que necesite para pagarla. Eso tendrá un límite a medio plazo, ya que generará inflación interna y depreciación del valor de su divisa. Con el tiempo, nadie querrá prestarle en su propia moneda porque, al final, todo el proceso de emisión de deuda y amortización posterior se convertirá en un juego donde se intercambian, como solemos decir, papelitos. La deuda estatal en una moneda distinta de la que puede emitir el deudor es más problemática, por motivos obvios: el emisor sólo podrá hacerse con divisa extranjera si sus cuentas están saneadas, o emitiendo moneda propia con la que comprar la extranjera. Pero, claro, la moneda propia irá cayendo de valor, de manera tan dramática que, al final, no habrá cantidad suficiente para comprar una sola unidad de la extranjera. Esto no es teoría: África y Sudamérica están llenas de ejemplos. ¿Y qué pasa con un Estado que no puede emitir moneda? Pues que sólo puede pagar su deuda acudiendo a exacciones a sus ciudadanos. Pero únicamente si los habitantes del territorio sobre el que el deudor ejerce su soberanía pueden hacer frente a los impuestos que se les exigen, podrá el deudor soberano hacer frente a sus obligaciones. Los ciudadanos que puedan se sustraerán de la subida de impuestos por los medios a su alcance. En términos generales, los que reciban rentas de capital o ejerzan actividades liberales tendrán más posibilidades que los que menos formación o capital hayan acumulado. Insisto: este panorama es conocido porque ha ocurrido en muchos países. Argentina es un buen ejemplo. Tal vez por eso -y antes de que saltase el problema de la deuda soberana en algunos países europeos: Grecia, Irlanda, Portugal, España, etc.- la prensa internacional financiera comenzaba a plantearse algunas cuestiones sobre dicha deuda. En enero, Financial Times ya se preguntaba si era lógico que los bonos públicos de los países miembros de la OCDE no soportaran coeficientes de recursos propios. Es decir: que un banco pudiese financiar una cartera de deuda pública sólo con ahorro del público, como si no hubiera amenaza de pérdidas que pusieran en peligro ese ahorro confiado. Las normas de solvencia, de las que tanto presumen nuestras autoridades, no tuvieron en cuenta que los Estados de la zona euro no pueden emitir la moneda con la que hacer frente a sus obligaciones en moneda propia. Nadie se plantea modificarlas ahora, porque supondría dejar fuera de la ley a muchas entidades que no cumplirían con los requisitos mínimos de capitalización. Por otro lado, la medida haría menos atractivas aún estas inversiones en títulos públicos. Así, el crecimiento de la deuda pública de los últimos dos años se está financiando con el crédito del Banco Central Europeo a la banca privada, una de las causas por las que no llega liquidez a los sectores productivos: el sector público está absorbiendo toda la que se ha generado desde la crisis, que es mucha. Al final, estamos cayendo en ese error que, por ejemplo, hundió la economía española en el periodo anterior a la Restauración: la monetización de la deuda pública, que no es otra cosa que el crédito del Banco Emisor al Estado a través del sistema bancario. Llegados aquí, se comprende por qué la deuda pública comienza a no ser un activo seguro: porque, aunque muchos crean lo contrario, nunca lo fue del todo, y cuando se abusa de esta creencia, se termina por forzar su calidad crediticia de tal modo que ésta se deteriora tanto como cualquier activo. Tal vez aprendamos una lección de este episodio: la deuda pública también hay que devolverla, pero no con la emisión de moneda, que cuando carece de respaldo metálico no es otra cosa que deuda del banco central. Hay que devolverla con la riqueza que crea el sector privado, el único que puede generarla.