parís. "Haga cuatro pruebas increíbles: úselo como martillo, arrójelo al suelo, golpéelo, páselo del hielo al agua hirviendo". Así retaba a los consumidores el fabricante de Duralex durante su edad de oro. Sin embargo, las célebres vajillas de vidrio templado, que significaron una bendición para las amas de casa, y una solución para los comedores escolares antes de convertirse en objeto de culto exhibido en los museos de artes decorativas, podrían no resistir los golpes de la globalización y de una errática gestión. El pasado 30 de marzo, sin ir más lejos, el Tribunal de Comercio de Orleans levantó la suspensión de pagos y autorizó a la empresa a proseguir su actividad, después de considerar las nuevas garantías financieras aportadas por su actual propietario, el empresario turco Sinan Solmaz. "Su mantenimiento al frente de la empresa no es una baza para los trabajadores", lamentó un representante de éstos, Pascal Colichet, escéptico respecto al futuro de las dos fábricas de La Chapelle-Saint-Mesmin y Rive-de-Gier, donde trabajan alrededor de unas 350 personas. Apenas quince días antes, la liquidación se perfilaba inexorablemente en el horizonte. Duralex International France tenía pendientes facturas de proveedores, impuestos y cotizaciones que representan una deuda de unos ocho millones de euros, a los que hay que sumar el pasivo heredado del anterior dueño. En septiembre del año pasado, temiendo un corte de suministro eléctrico, las autoridades ordenaron el cierre de un horno por razones de seguridad, y un centenar de trabajadores se encuentran de brazos cruzados desde entonces.Una marca con historia La firma Duralex fue registrada en 1945 por el grupo Saint-Gobain, que se inspiró de la cita latina "Dura lex sed lex", (la ley es dura pero es la ley). Seis años antes, Saint-Gobain había inventado el vidrio templado con miras a utilizarlo para las lunas de automóviles, antes de olfatear un prometedor mercado en las vajillas. El proceso de fabricación consiste en calentarlo hasta una temperatura superior a los 600 grados y enfriarlo luego bruscamente, lo que le brinda una formidable resistencia a los choques mecánicos o térmicos.El primer vaso Gigogne, panzudo y con un filo en el medio, salió de la fábrica de La Chapelle-Saint-Mesmin en 1946. Sólidos y baratos, los vasos, platos y ensaladeras Duralex conocieron su esplendor en los años sesenta y principios de los setenta. De los moldes salían al año 133 millones de artículos, que se vendían en cerca de 120 países. La actividad llegó a emplear en Francia alrededor de unas 1.600 personas.Problemas financierosEn 1997, cuando Saint-Gobain vendió la fabricación europea de Duralex a un grupo italiano llamado Bormioli Rocco, la plantilla se había reducido ya a un millar de personas. Al parecer todo indicaba que los gustos y necesidades de los consumidores habían cambiado; además, los costes eran elevados y la competencia cada vez más dura. Los italianos no supieron hacer frente a la degradación de las ventas, se plantearon cerrar una de las fábricas y en noviembre de 2004 acabaron vendiéndolo todo por una cantidad irrisoria a un ejecutivo de la casa. Apenas seis meses después, Duralex se declaró en quiebra, y en diciembre de 2005 entró en escena Solmaz con un proyecto de reestructuración.El empresario turco, Sinan Solmaz, distribuidor de vajillas, era ya el primer cliente de la marca y afirmaba poder garantizar hasta el 50 por ciento de la facturación. Solución en entredicho Los trabajadores acusan ahora a Solmaz de haber vendido la producción a un precio inferior al estipulado en el mercado, en beneficio, al parecer, de sus negocios en Turquía. También se le achaca el incumplimiento de sus promesas respecto a la inversión y modernización de las fábricas. De todo ésto, Solmaz de defiende afirmando haber inyectado hasta 10 millones de euros.Desde que llegó Solmaz, cinco directivos de la empresa se han marchado dando un portazo, y el último, el director general Gilles Samson, lo hizo denunciando sus "mentiras". Los trabajadores aseguran que les sobran los pedidos, todavía creen en la viabilidad de una marca mundialmente conocida y sólo anhelan que un inversor más serio se haga cargo de ella.